9/13/2013

Sueños a mediodía

    Hay quienes piensan la vida como algoritmo, o ecuación, es decir, fórmula  prefigurada que transitamos partiendo de A con ánimo de llegar a B. Y se acabó. Menuda forma de atravesar este valle de lágrimas, o de alegrías, o de las dos según se vea.
    En lo personal me gusta andar caminos que sin duda complican las cosas pero terminan obsequiando trozos de felicidad que para qué te cuento. El asunto exige una dieta a contrapelo de cuanto aparece en el diccionario, en las escuelas, en los libros de Coelho y demás recetarios por el estilo. Para medio mundo hurgamos, registramos, intentamos aprehender esto que llamamos existencia porque somos bichos capaces de pensar. La razón, entonces, como faro, Descartes  transformado en sumo sacerdote y punto: el saber llegando por añadidura. Me parece que la savia de lo que nos rodea, de la vida hasta su último filón llega además en función de otros modos de escudriñarle la nariz. Otros mucho más asombrosos, eficaces, enriquecedores.
    Para demasiada gente existir es respirar tranquila en la chatura de sus días. Piensan, claro, luego existen. Yo incluyo en el asunto a la fantasía monda y lironda. Los sueños, la imaginación, lo que tantas veces se esconde debajo de la alfombra es también una manera de buscar, es otra ruta de aproximación a lo que vamos siendo, ojo fabuloso que despliega mil y un horizontes imposibles de contemplar si lo desechamos sólo porque las actividades cotidianas hacen de la razón deidad única y totalizadora.
    Creo que la imaginación es una cantera de pensamiento extraordinario, los sueños una callejuela con mucho que decir a propósito del conocer, la fantasía un mecanismo de relojería sin parangón a la hora de vislumbrar facetas, perfiles, rostros nuevos del vivir incapaces de dibujarse a plenitud cuando nada más utilizamos para ello el herraje de un puñado de neuronas haciendo sinapsis cartesianamente. Qué va, no somos bípedos razonadores: en verdad somos animales que sueñan, lo cual es bastante más ambicioso y divertido que andarse por ahí como si con lo primero obtuviéramos de golpe las llaves del Paraíso.
    Desde que nacemos la mayoría se empeña en acabar con el iluso que llevamos dentro, estupidez que procura seres de lo más formalitos, adultos planchados y almidonados buenos para despellejar los días y las semanas a fuerza de cruda razón pero castrados para dar un paso más: correr a sus anchas por otros recovecos, justamente los que exigen usar el lado oscuro del cerebro, tomarse unos tragos con Dionisos, levantarle la falda a ciertas damas circunspectas. La verdad es que poco aprendemos a soñar. Poco hacemos por darle una palmadita en el hombro al niño que en el fondo puede hallar nido en nosotros, al punto de que la realidad termina cuadriculándose en función de un arcoiris blanco y negro. Triste, muy triste, pero cierto.
    Prefiero el mundo como ovillo. Me gusta verme como gato zaranjeando ahí, maraña de estambre y pelos y descubrimientos. El mundo, desde luego, sin corbata y sin paltó. En eso creo de cabo a rabo. Cada quien con sus vainas.

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