En este país somos los primeros en algunas
cosas. En mujeres bellas, por ejemplo. ¿Quién se atreve a dudarlo?, en más
pícaros por centímetro cuadrado o en gente que se cree la más feliz del mundo.
El otro día leía el periódico y hay que
ver, somos unos tigres en inflación por las nubes, unos linces en asfixiar la
libertad económica o en inseguridad en las calles, somos los campeones en
corrupción, en descalabros de cualquier ralea y otras lindezas por el estilo. Complete
usted la lista y cáigase para atrás.
Recuerdo con nostalgia aquellos primeros
tiempos de estos últimos fenomenales quince años en que un súper pensador, una
caja de machetes llamada Jorge Giordani pegaba gritos a propósito de la década
plateada, que ya venía, y la dorada, que Venezuela tenía a tirito, todo en
perfecta armonía con Chávez vociferando el cuento de la potencia. Sin que le
temblara un pelo repetía mañana, tarde y noche que este país hoy hecho un
moñongo iba a ser una potencia, económica, tecnológica, pesquera, zandunguera y
cuanto disparate le atravesaba los sesos mientras alternaba arengas con bailes,
cuentos, chistes e insultos a quienes le recomendaban menos litio y más
estudio.
Resulta que ya somos un motor fundido. La
Venezuela de este nuevo siglo camina para atrás a paso de vencedores, lo cual
es tan verdad que si te descuidas un segundo terminas aplastado, pateado,
vuelto una maraña de escombros por cuarenta mil razones aunque fíjate tú,
tenemos patria, comandantes supremos, espadas que caminan por América Latina y
bandidos dispuestos a continuar llenándose los bolsillos a cuenta del erario
público, que al fin al cabo también les pertenece, no vayas tú a ponerte necio.
Tengo la impresión de que Giordani, Jorgito Rodríguez, un bebé de pecho como
Pedro Carreño o ese estadista que es Nicolás Maduro agarraron al toro de los
problemas por los cuernos y éste acabó seccionándoles la femoral, pobrecitos
los bienintencionados. Hay que llamar a los bomberos.
Estoy en la consulta médica, respiro,
respiro otra vez, me obligo a aguantar porque ya saben, esperar tu turno
mientras llega el doctor Pérez o la doctora Aguerrevere supone armarte de una
paciencia que no tienes y que no te da la gana de tener. Entonces lo observas
sobre la mesita: el periódico del día, el único que existe en esa sala de los
mil demonios, el diario Vea,
gobiernero, embustero, nido de plumíferos que escriben todos masajeándose el
ombligo. Bostezo y lo abro. Venezuela es tierra rosadita, es una fantasía que
el comandante ha hecho realidad únicamente para ti. No tiene parangón. Es el paraíso
que te niegas a aceptar por malagradecido, por imperialista, por esa carga de
odio y desamor que te inyectó el capitalismo. Por algo la Central Intelligence
Agency, alias CÍA, te corre por la venas y andas por la vida untado de
pitiyanquismo, de oligarca hasta debajo de las uñas. El diario Vea es la luz, y la luz a veces
encandila. Cuando te acostumbres notarás las maravillas, verás qué país tan
súper del carajo la revolución ha modelado a tu medida.
Mientras tanto llega Aguerrevere. Dejo el
periódico en su sitio. Venezuela continúa tan gris como antes.
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