El chavismo como ideología, ese tinglado de
gimnasias entremezcladas con magnesias, va directo al corazón. Pretende ser fibra emocional, transformarse
en sístole y en diástole, remontar
ventrículos, atravesar pericardios, bombear conveniencias vía la
“Canción del elegido" o “Yo pisaré las
calles nuevamente”.
Es para aplastarse de la risa. El mundo
rosa que la Revolución del Siglo XXI obsequia a los venezolanos ha sido posible,
no faltaba más, gracias al Comandante Intergaláctico,
especie de Supermán revuelto con Hombre Araña, creador de semejante parapeto.
“Corazón de mi patria”, lo llama su feligresía, y quien diga ñe va a la
molienda de la nueva historia, jineteada por Mario Silva, Diosdado Cabello,
Jorge Rodríguez y el resto de los compadres, afilada jauría de mercachifles a
la orden.
El chavismo vende baratijas a precio de
especulador neoliberal. Usted adquiere un bien, cultura oficialista (jaja) o
salud bolivariana (jajaja), pongo por caso, y siéntese a esperar los espejitos.
No es para menos: jamás antes, nunca en la historia de lo que el mundo ha sido,
se construyó algo valioso a partir de cuatro disparates. Si un puñado de
bandoleros con boina roja o enfluxados Cartier delirando por una bayoneta
coparon las instituciones, leyeron como nadie el hambre y la ignorancia en esta
tierras y de esa polvareda chapoteamos hoy en estos lodazales, implica entonces que rehabilitar el país que
cruje y se revienta supondrá ocuparse, en serio y sin descanso (porque la
historia no suele andarse con segundas oportunidades), de inocular más
democracia, de sembrar más ciudadanía, en las calles, en las familias, en los
cafés y en los bares, en los prostíbulos, en los parques, en la escuela, en la
vida cotidiana, en cada quien y en cada cual. Un trabajito al que llegamos
retrasados.
A la gente la matan como moscas en las
calles, la economía venezolana es una ruina, los corruptos paridos aquí son los
más rozagantes de este mundo. La escasez juega a diario al escondido si
persigues un pollo, un litro de leche, un medicamento, un paquete de papel
higiénico o una bolsa con tres panes. Los hospitales son un burladero, la
educación pública una estafa, los afanes de control total el hilo conductor de
un gobierno hecho de embustes. La revolución bolivariana (vamos a dejarla así,
en minúsculas) parte de un par de premisas que nada más son chasquidos de la
lengua. Me explico: ni es revolución ni es bolivariana. Ni nada que se le
parezca. ¿Qué es entonces?, una camarilla en el poder de dudosa legitimidad en
su origen e ilegítima en su desempeño, trocada en gobierno militarista con
serias pretensiones totalitarias. Una dictadura, muy sui generis, actualizada, con las pezuñas metidas de lleno en el
siglo XXI. Neodictadura, para usar el término más ilustrativo.
Hoy, luego de los sucesos que vive
Venezuela desde el doce de febrero, la máscara del gobernante está hecha
añicos. Un rostro pseudodemocrático desfigurado. La represión salvaje de los
manifestantes, la censura a los medios de comunicación, los grupos paramilitares
creados, alimentados, lanzados a las calles por el gobierno y protegidos por la
Guardia Nacional, la entrega de la soberanía nacional a un gobierno extranjero,
los presos políticos, la tortura, los crímenes de lesa humanidad, documentados
por una organización tan seria como el Foro Penal Venezolano, a la que habrá
siempre que aplaudir, desnuda al régimen exponiéndolo en sus tropelías, locura
y bandidaje. Por fortuna ya su imagen internacional vale muy poco. Tristemente,
puertas adentro, la izquierda caviar de este país, con sus valedores
intelectuales por supuesto, a la fecha no se ha desmarcado, no ha abierto su boca ni puesto a punto su
pluma para denunciar abusos y condenar de inmediato la brutalidad de un
gobierno fuera de sus cabales.
Venezuela vive momentos trágicos, de
violencia acrecentada, de sangre y fuego, de fascismo gubernamental contra
quienes piensan distinto al poder. La juventud, la decencia, la voz de la
calle, van a continuar con las armas de la razón, el coraje y la paz haciéndose
escuchar. A nada menos nos debemos como ciudadanos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario