En el 2008 el Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes publicó mi libro Palabra de Urbe. Hurgando por ahí encontré y leí otra vez el texto que, el día de su presentación en la Universidad de Guayana, mi amigo y colega Diego Rojas Ajmad leyó en su papel de presentador. Con mi eterno agradecimiento por sus palabras, lo traigo a mi desván.
Quiero iniciar estas breves palabras acerca del libro de Roger Vilain con una confesión proferida a quemarropa: esto que ven aquí, esto que dice “Roger Vilain. Palabra de urbe. Ensayos mínimos de filosofía cotidiana, editado por el Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes en el año 2008”, no es un libro. Es en realidad un envase que contiene un exfoliante y crema antiarrugas que rejuvenece hasta al más entrado en años. Si no lo consiguen en la librería Latina o en Tecniciencia, de seguro lo hallarán en un Farmatodo en medio de frascos de crema Ponds.
¿Por qué les digo esto? Porque el libro de Roger Vilain, Palabra de Urbe, nos cambia el alma y la mirada, hace que observemos la realidad con ojos de asombro y, cual adanes en el paraíso, nos impele a ir por el mundo nombrando nuevamente las cosas, como si las estuviéramos viendo por primera vez.
Roger Vilain nos muestra un mundo visto con ojos de niño, con ojos, nada inocentes, que nos hablan de gatos, de gavetas, de barberías, de zapatos, de mariachis, de perros, de vagabundos, nos habla sobre el fumar, sobre el mascar chicle, sobre el carnaval, sobre el teléfono celular, sobre la compañía de electricidad, sobre diversas cosas, personas, instituciones y sitios que, a simple vista, quizás nada tengan de filosófico ni literario, pero Vilain los hace motivo de reflexión agradable y profunda.
Para mí que Vilain siguió el consejo de Manuel García Morente, aquel filósofo español quien en la década de los cuarenta dictó unas conferencias en Argentina y en una de ellas dijo lo siguiente:
"Para abordar la filosofía, para entrar en el territorio de la filosofía, una primera disposición de ánimo es absolutamente indispensable. Es absolutamente indispensable que el aspirante a filósofo se haga bien cargo de llevar a su estado una disposición infantil. El que quiere ser filósofo necesitará puerilizarse, infantilizarse, hacerse como el niño pequeño". (García Morente, Manuel, Lecciones preliminares de filosofía, Argentina, Losada, 1973).
Roger Vilain, en Palabra de Urbe, es eso: un niño filósofo que hasta en el mascar chicle ve un acto para la reflexión y la discusión. Si Santa Teresa había dicho que Dios se encuentra hasta en las ollas de la cocina, Roger no se queda atrás y nos dice que en lo más sencillo y cotidiano podemos hallar la sabiduría. Él mismo confiesa su estrategia cuando dice, en la página 29 de su libro, lo siguiente:
"A veces, si uno hace el esfuerzo, se percata de otras cosas. Yo, por ejemplo, salgo a la calle y me doy cuenta de pequeños accidentes, de cuestiones que pasan desapercibidas, de pliegues ínfimos que a la mayoría mantiene sin cuidado". (“Lo que dicen los pies”).
Eso es lo que hace Vilain a lo largo de 164 deliciosas páginas, las cuales recomiendo sobremanera. Gracias Roger Vilain por brindarnos unas horas gratas con tu libro y gracias también por enaltecer la producción intelectual de la Universidad Nacional Experimental de Guayana.
5/11/2014
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1 comentario:
Los niños por su falta de experiencia, su despertar a la vida, tienen gran capacidad de asombro. Es es la capacidad de asombro que debe tener quien quiera acercarse a la filosofía.
Si eso es cierto, entonces nos lleva a la desdichada conclusión de que aquí hay cada vez menos filósofos, precisamente porque la capacidad de asombro ha sido asesinada...
Hay que hacer gran abstracción para ver el vaso medio lleno.
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