Hay palabras que viven bajo tierra. Existen muchas,
estoy más que seguro, cuya predilección es hacer nido en la cara oscura de la
Luna. Me explico: así como existen palabras feas por donde les metas el
ojo -aperturar, empoderar, accesar y un
etcétera que exige al Libro Gordo de Petete sólo para ellas-, las hay con
vocación de anonimato por los cuatro costados.
Conozco gente que tiene bastante de término
silente, es decir, personas que nacieron tomando para sí el mutis existencial
que las lleva sin mayores sobresaltos de la cuna hasta la tumba. Así como ves
pasar a un hombre atravesado de oquedades, un queso gruyére con nombre y
apellido, pongo por caso, te das de bruces con vocablos que vinieron a este valle de lágrimas nada más que para hacer tienda en el diccionario. Palabras que de pe a pa
son como esos bichos subterráneos, insectos o batracios, qué sé yo, viviendo
sin ojos, sin oxígeno, sin luz: babosas entre el humus de principio a fin.
Acleido, por ejemplo. Euforbiácea,
doncellueca. Ahora que lo pienso, tengo un amigo acléidico hasta los huesos con
todo y que algunas veces se da el lujo de salir a la calle, de atender cuando lo llamo por
teléfono, en fin. Los euforbiáceos son simplemente impresentables y de los
doncelluecos para qué te cuento. Palabras que terminan siendo como miles de
fulanos, individuos lexicales, combinación sorda de sílabas petrificadas en las cuatro paredes de un
glosario, quién lo iba a decir. Un diccionario polvoriento es también la casa de
transeúntes que te tropiezas en las calles, que pagan a punto sus impuestos,
que no rompen un plato.
El otro día caminaba aburrido por la
avenida Las Américas y observé a una señora con el rostro y los gestos de
asfacelo y caparídeo que me pararon los pelos. La seguí en medio de la muchedumbre,
traté de dar con el misterio de lo que representa a simple vista pero nada, no
soy como esos inspectores que ves en las películas de detectives, metódicos,
deductivos hasta el hígado, capaces de escudriñar bajo los árboles, entre
raíces o detritos y sacar las más sorprendentes conclusiones. Por más
que lo intenté no hallé mínimo significado, plausible, convincente. Al no
llevar conmigo un diccionario que pudiera de una vez por todas resolver el
asunto, me encogí de hombros y continué andando seguro de que la buena mujer
había nacido únicamente para ser consultada en el Larousse. Vaya existencia
miserable.
Costribo, ultriz, xenismo, ulano, ménsula,
trincadura, la lista es larga. Voy por la calle y ahí están, más ulanas que
nunca, más ultrices que la madre que las parió, más xenistas que la última ménsula
trincada del desierto.
El bueno de mi amigo cabe a sus anchas en
el lugarejo más gris del Espasa Calpe, acomodado entre una veintena de
sustantivos fofos en plena página doscientos veintitrés. Si te lo tropiezas por
ahí sabrás al pelo de qué hablo. Hay que ver cómo es la gente. Hay que ver.
1 comentario:
¡Jaja!
Pero voy a defender una. Una que usamos mucho los ingenieros, y esa es ménsula. Ménsula es el saliente de una columna o de un muro para soportar una viga o una losa. Bastar con buscar en Google (googlear, jaja!) imágenes de este elemento estructural que tienen muchas edificaciones para darse cuenta de que uno las ha visto a montón por ahí.
Muy bueno el artículo.
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