El mundo está lleno de gente con magníficas
costumbres. Yo mismo, a veces, cojo el camino recomendado por tanto beato
suelto y me doy de bruces con algunos puntos para por fin ganarme el cielo. Hasta
que echo todo a perder.
El otro día estaba dale que te dale a la
lectura en un café atestado de moscas con mucha moralina cuando noté que varios
ojos se clavaban en mi mesa. Con elegancia e intenciones más que santas, no me
cabe duda, una señora escupió estos
sabios consejos desde su platico de galletas y agua mineral gasificada: “las
hojas de los libros no se doblan, hijo” y “¿no sabes que rayarlos es tan feo como
doblarlos o ensuciarlos?, ¿es que no te da vergüenza?”.
Juro por Dios que me provocó responder con una
grosería, pero qué se le va a hacer, la crianza es la crianza, asunto que mi
madre llevó a cabo por lo visto con esmero que rompió suelos y piedras. Entonces asentí
y continué mi tarea. Pero la verdad sea dicha: el mundo anda como anda gracias
a las buenas costumbres. Una buena costumbre es la viva esencia de una patada
en la espinilla, lo cual no es concha de ajo, más aún considerando el innegable
hecho de que a más costumbres dignas de Carreño, más patanes por kilómetro
cuadrado en el país chatarra que vamos teniendo.
A ver, uno tiene la buena costumbre de
aguantarse ciertas necedades (el ejemplo de la individua protectora de
bibliografía está todavía caliente), de
sonreír cuando lo que te provoca es patear, de decir bueno, sí, y no vete al
carajo, de dar las gracias a un grupo de bestias que en la reunión con el jefe te
acaba de obsequiar, pongo por caso, una tarde de aburrimiento hasta el tope,
hasta las mismísimas orejas, sumo y sigo: de aplaudir en vez de abuchear, de
ser gente frente a un pelotón de equinos, de estarse quietecito en lugar de
tomar un AK-47 y ponerse a volar huevos, de contar hasta cien para no reventar
cojones a la cuenta de tres. Y así.
Las buenas costumbres por lo general hacen
causa común a favor de la nada elevada tarea de engordar lo políticamente
correcto. El horror es tal que si tus costumbres no son las mejores según el
baremo de la doña o el don entrados en carnes de sapientísima costumbrología,
pues vas de cabeza, zuas zuas, a las calderas del sótano, es decir, a las
cuevas sulfurosas de la incandescente moral pública.
Leo a Juan Nuño y resaltan unas líneas que
me gustan: “¿Qué sería de esta pobre y miserable civilización sin el pecado?
Los días se alegran, las tardes resplandecen, las noches se soportan y la humanidad
sigue existiendo…”, cuestión que, agrego yo, es una verdad del tamaño de la
mejor mala costumbre.
Las malas costumbres están ahí para
purificar almas o destronar reyes de pacotilla. Una mala costumbre brilla más
que las más asépticas realizaciones en el universo insípido del costumbrismo mejor
cultivado. Por eso Cioran da qué pensar, por eso Ambrose Bierce tiene ganado un
sitial entre los peor acostumbrados de este valle de lágrimas. Justo por eso
Rafael Bolívar Coronado no podía llamarse sino Rafael Bolívar Coronado. Borges
tuvo la mala costumbre de ser genio, así como tantos otros la buena de ser
mentecatos por donde les pegues el ojo.
En cuanto a mí, pues celebro el
fumar, el beber y el bailar pegao, sana práctica sugerida en su momento por el
Inquieto Anacobero, alias Daniel Santos, otro que se pasó las más respetables
costumbres por el forro del gaznete y de la materia gris. Vuelvo y digo: el mundo está lleno
de gente con magníficas costumbres, cosa que, hay que aceptarlo de una buena
vez, lo pone en el triste lugarejo que por elemental lógica le corresponde. Dime tú si no.
3 comentarios:
Es que se nos olvidaron las maneras de Gargantua y Pantagruel, vale decir, se nos ha olvidado leer y entonces se imponen esas buenas maneras... Ah, no me parece correcto estar rayando los libros, jejeje
Y por qué no te parece correcto, Pedrito? Un abrazo desde estas líneas y bienvenido a la virtualidad hecha blog.
Pues yo he descubierto que, por ejemplo, es casi imperativo rayar los libros, bien para resaltar una frase genial o un párrafo de antología, que después uno tenga que buscar para citarlo. Y así con otras costumbres. Además, Kant no tituló su libro Fundamento de la metafísica de las buenas costumbres, sino de las costumbres a secas :)
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