Así como escuchar a Mozart incrementa la
facultad de razonar sostengo que el humo del tabaco te rejuvenece. No me
refiero sólo al cutis, que de por sí es mucho lo que al respecto también hay de
ganancia, sino al ámbito menos frívolo de eso que algunos llaman lo espiritual.
Fíjate que el humo del tabaco es la crema
Pond’s del ánimo, sobre todo en tiempos de Lexotanil entremezclado con
ilusiones de la Nueva Era. Entra a una librería para que lo compruebes, de Adriana
Azzi y Walter Mercado al nirvana colectivo se pretenden pocos pasos, asunto que
se cotiza por las nubes en la bolsa de valores del alma. La lista de los más
vendidos lo dice todo: la autoayuda se te mete por los ojos, abunda en vallas
de cualquier esquina, al punto de que va a ser Paulo Coelho, Robin Sharma o
Ismael Cala el próximo Nobel de literatura. Apuesto un ojo de la cara.
En cuanto a mí, puedo jurar que el humo del
tabaco se pasa por la entrepierna semejantes fruslerías New Age. Leerse el tabaco anda de baja últimamente, y
con razón, pero el humo, lo que se dice el humo del Montecristo, del Cohiba, del
Partagás o de cualquier humilde cumanés equivale al tantra mítico, al justo
equilibrio del nunca bien ponderado Yin y Yan, supone, escríbelo con todas sus
letras, la forma expedita de curar llagas de todos los pelajes, ensanchar el
alma y renovar sin mala conciencia callosidades del corazón.
Con
la luz difusa de una puesta de sol, encender un habano para acariciar la
pituitaria va de la mano con amansar hasta al más feroz espíritu de estos días,
en los que reina el encono y la mala leche a borbotones. No hay cuento, el humo
del tabaco calza a la perfección en los zapatos del humilde o del encumbrado,
del inepto o del cargado de talento y yo repito, sin que me tiemble un músculo
del careto, que el humo del tabaco por lo anterior y por mil razones que para
qué diablos enumerar aquí, es el elixir de la juventud perdida. Estadistas a lo
Churchill, brujos de múltiples raleas, dictadores al más puro estilo de un
Castro o escritores de la talla de Cortázar, para que veas, todos,
absolutamente todos han compartido el secreto a voces menos guardado de este
mundo.
Sin culpas ni remordimientos me llevo el
tabaco a la boca y de bocanada en bocanada aspiro las delicias de ese aroma que
tonifica los músculos, limpia bronquios y pulmones, te hace más inteligente y,
cuando menos lo esperas, acabas siendo veinte años más joven. Ni Revlon con sus
chicas sexy, ni Nina Ricci o Dior vía esqueléticas modelos, ni Lancome y toda
la parafernalia. El humo del tabaco. Nada más que el humo del tabaco. Y punto.
2 comentarios:
¡Jajá! ¡Cuantas falacias! Pero lo certifico. Yo también soy fumador (pero son falacias, :)
De eso se trata Antolín, de eso se trata!...Un abrazo desde aquí!
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