La gente es rara. Como el mundo no está
hecho a imagen y semejanza de nuestros ideales, resulta que procuramos
adaptarnos y se acabó, problema solucionado.
Porque somos inconformes, inventamos por
ejemplo la literatura. Ahí crecemos, nos sentimos otros, vivimos las vidas que
nos dé la gana. Yo en ese plano soy el típico bicho que se enriquece los días a
costa de cuentos, ensayos o poemas, al punto de que no concibo cómo alguien
puede acabar el calendario sin dedicarse a la lectura, a los textos, a las historias
de cualquier pelaje. Panaderos, bomberos, jueces, políticos o notarios, vaya
manera de entregarse a la existencia. Qué le vamos a hacer.
El otro día iba por la calle y una dama
fumaba un cigarrillo. Era uno de mentira. Pensé en mi infancia, cuando también
me llevaba a la boca semejantes artilugios, pero de chocolate. La señora
fumaba, exhalaba un vapor blanquecino a modo de humo que me entristeció hasta lo indecible. Un cigarrillo
de metal a pilas, quién lo iba a decir.
Novias virtuales, muñecas de hule para el
sexo más seguro de este mundo, la verdad es que entre el universo y lo que
vamos siendo media, según los entendidos, una realidad prefabricada, benditos
sean Freud, Jung y todo el gentío que se dedica a escudriñar los recovecos del
alma. La señora enciende un cigarrillo, sin fósforos, sólo mueve el interruptor
para que el mundo siga color rosa. Entonces fuma de lo lindo, o cree fumar, que
para eso inventaron tales artefactos.
Así como elaboramos verdades, recuerdos, ámbitos paralelos, etcétera
etcétera, creamos embustes de lo más venidos a cuento. Así, la ficción de una
novela se aproxima a la invención que echamos a la calle hasta construir eso
que llaman vida cotidiana. Luego la cuadratura del círculo roza la circularidad del triángulo, y lo real
junto con lo imaginario terminan en una amalgama que vaya uno a saber dónde
empieza y dónde finaliza.
A todas éstas, yo también hago mis
historias. En días pasados sentí dolores punzantes en el vientre y fui a parar
al médico, quien sólo me recomendó descanso. “Usted anda más fuerte que un
roble”, sentenció. Cuando expresé mi horror al negar con contundencia su
opinión, prescribió algo para los nervios, pero yo nada más quería algunas
cucharadas para el abdomen. Por no dejar asentí y de inmediato me largué. Ya en
la farmacia eché a la basura el récipe del ansiolítico pidiendo de seguidas
aspirinas, que a lo mejor funcionan para lo que me aquejaba. Dicho y hecho, me
sané en el acto, lo cual demuestra cuán cerca estamos de concretar aquello que
en verdad añoramos con fervor. Tenía razón Conny Méndez.
Lo cierto es que no hace falta ser Edison o
Graham Bell para transformar el presente y el futuro. Labramos realidades
apoyadas sobre el piso jabonoso de lo que llevamos entre ceja y ceja e
inventamos verdades mondas y lirondas en función de lo que nos apetezca. Es que
las certezas también caben en un tubo de ensayo. Y después dicen que lo onírico
y lo real son aves de cielos diferentes. No me vayas a venir tú con ese cuento. No me vayas a venir.
1 comentario:
Ya inventaron la palabra para la gente que usa esos cigarrillos electrónicos: vapeadores. Es, entonces, el vapeo y vapear el verbo... porque exhalan vapor (de agua y otras cosas menos inocuas).
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