6/05/2015

Así sea

    Lo ideológico puede más que la razón. Fue Octavio Paz quien sugirió una verdad elemental: la biología puede no dejarte ver, pero la ideología te impedirá pensar. No es poca cosa.
    Este país vive uno de sus momentos más oscuros. Luego de una indigestión fraguada a pulso de petrodólares, por donde pases ahora la mirada encuentras sólo escombros. La revolución venezolana suscribe de pe a pa  aquello de que todo populista se parece a un galán adinerado, es decir, mientras maneja la chequera el mundo se torna rosadito, pero cuando los fondos se arrojan por el inodoro entonces al diablo  vanas ilusiones.
    Venezuela, otra vez, sufrió el relumbrón de la demagogia supercarismática. Promesas, chasquidos de la lengua, paraísos trocados en verdad ahí mismo, al doblar la esquina, supusieron el boleto para aterrizar con suavidad en lo más selecto, en lo mejor del siglo XXI. Conclusión al despertar: miseria, vidrios rotos, sueños despanzurrados para quien pague la factura tres lustros después, nada menos que esta sociedad usufructuaria del embauque más vergonzante en años luz a la redonda. Pésima idea otorgar cheques en blanco. Quién lo iba a decir, casi dieciséis años  de una camarilla bailando conga en el poder  y el país feliz a lomo de cangrejo, o sea, echando con ganas para atrás, hasta que le destrozaron el espejo en el cogote. ¿Será que la lección terminará por aprenderse?
    Mucha gente dio la voz de alerta. Intelectuales (apenas unos pocos, la izquierda beata, incondicionales de quienes tienen el poder, le meten aún el hombro al disparate venezolano), sociólogos, escritores, economistas, a lo largo y ancho del espectro político dibujaron, esgrimieron con lucidez el abismo que se abría enfrente si continuábamos el rumbo marcado por las fiebres no sudadas de unos gobernantes cuyos planes de navegación eran las canciones de Silvio, las ocurrencias de los Castro, en fin, las maneras fracasadas de conducir una nación. Hay que ver, todavía hay gente si enterarse que se acabó la Guerra Fría. El resultado magulla los sentidos: una sociedad dividida, empobrecida, una realidad que aplasta por lo que tiene de absurda y humillante. No había derecho a tanta destrucción, a tanta debacle económica y moral porque ahí estaban (aún lo están, créanme) los recursos para elevarnos a peldaños superiores en la vía hacia el desarrollo. A veces la decencia coge sus cuatro peroles y se espanta, como ocurrió sin dudas en este país hecho añicos. Con ideología chatarra, mira tú, no se producen alimentos, ni educación, ni se ensanchan los espíritus.
    Hoy por hoy toca repensar el desastre y apagar restos humeantes para proseguir, para levantar, para construir. No en balde son mayoría los que pretenden un país labrado a punta de esfuerzo, de esperanzas clavadas en un tiempo (el presente) que no debemos dejar ir una vez más. Las antiguallas ideológicas caben todas en un museo del carbonífero. Cambiar en democracia, ese es el objetivo. Ganar la Asamblea Nacional, por ejemplo, equivale al primer paso. Enhorabuena. Así sea.

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