Lo ideológico puede más que la razón. Fue
Octavio Paz quien sugirió una verdad elemental: la biología puede no dejarte
ver, pero la ideología te impedirá pensar. No es poca cosa.
Este país vive uno de sus momentos más
oscuros. Luego de una indigestión fraguada a pulso de petrodólares, por donde
pases ahora la mirada encuentras sólo escombros. La revolución venezolana
suscribe de pe a pa aquello de que todo
populista se parece a un galán adinerado, es decir, mientras maneja la chequera
el mundo se torna rosadito, pero cuando los fondos se arrojan por el inodoro
entonces al diablo vanas ilusiones.
Venezuela, otra vez, sufrió el relumbrón de
la demagogia supercarismática. Promesas, chasquidos de la lengua, paraísos
trocados en verdad ahí mismo, al doblar la esquina, supusieron el boleto para
aterrizar con suavidad en lo más selecto, en lo mejor del siglo XXI. Conclusión
al despertar: miseria, vidrios rotos, sueños despanzurrados para quien pague la
factura tres lustros después, nada menos que esta sociedad usufructuaria del embauque más
vergonzante en años luz a la redonda. Pésima idea otorgar cheques en blanco.
Quién lo iba a decir, casi dieciséis años de una camarilla bailando conga en el poder y el país feliz a lomo de cangrejo, o sea, echando
con ganas para atrás, hasta que le destrozaron el espejo en el cogote. ¿Será
que la lección terminará por aprenderse?
Mucha gente dio la voz de alerta. Intelectuales
(apenas unos pocos, la izquierda beata, incondicionales de quienes tienen el
poder, le meten aún el hombro al disparate venezolano), sociólogos, escritores,
economistas, a lo largo y ancho del espectro político dibujaron, esgrimieron
con lucidez el abismo que se abría enfrente si continuábamos el rumbo marcado
por las fiebres no sudadas de unos gobernantes cuyos planes de navegación eran
las canciones de Silvio, las ocurrencias de los Castro, en fin, las maneras
fracasadas de conducir una nación. Hay que ver, todavía hay gente si enterarse
que se acabó la Guerra Fría. El resultado magulla los sentidos: una sociedad
dividida, empobrecida, una realidad que aplasta por lo que tiene de absurda y
humillante. No había derecho a tanta destrucción, a tanta debacle económica y
moral porque ahí estaban (aún lo están, créanme) los recursos para elevarnos a
peldaños superiores en la vía hacia el desarrollo. A veces la decencia coge sus
cuatro peroles y se espanta, como ocurrió sin dudas en este país hecho añicos.
Con ideología chatarra, mira tú, no se producen alimentos, ni educación, ni se
ensanchan los espíritus.
Hoy por hoy toca repensar el desastre y apagar
restos humeantes para proseguir, para levantar, para construir. No en balde son
mayoría los que pretenden un país labrado a punta de esfuerzo, de esperanzas
clavadas en un tiempo (el presente) que no debemos dejar ir una vez más. Las
antiguallas ideológicas caben todas en un museo del carbonífero. Cambiar en democracia,
ese es el objetivo. Ganar la Asamblea Nacional, por ejemplo, equivale al primer
paso. Enhorabuena. Así sea.
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