La verdad es que estamos hechos de
lenguaje. Lo ves por todas partes: el mundo llega a nosotros gracias a mil y
una parrafada que leemos, emitimos o escuchamos a través de la existencia.
Nadie habla por hablar. Conversamos porque en las entrañas de esos adminículos
llamados genes hay todo un imperativo cafetinesco, o sea, el secreto impulso a
darle a la lengua, a charlar hasta por los codos. Moraleja y conclusión: dime
qué tanto hablas y te diré si eres humano.
Se supone que uno anda por la vida
consumiendo los días a base de palabras. La rutina diaria lleva a cuestas sus
dosis lingüísticas particulares, de modo que el lenguaje es el golpe vitamínico
sin el que terminamos siendo una lechuga o un alambre retorcido. Lo dicho hasta
aquí es bueno no olvidarlo: somos el abecedario puesto en marcha, máquinas
dispuestas para atar cabos en función de sujeto, verbo y predicado.
Para ser menos despistados, o lo que es lo
mismo, más despiertos a la hora de asir el universo, las palabras son la médula
espinal que otorga vida al ramaje que aceptamos por conocimiento. Sabemos en
forma directamente proporcional a la lucidez que otorga ese frasco de jarabe
llamado lengua. Entonces, digamos que algunas cucharadas pueden funcionar como
palmaditas en el hombro, quizás suficientes para entendernos mejor, para comunicarnos
con más tino. Cierta dosis de Homero, sorbos recurrentes de Petrarca, 40 ml diarios
de Cortázar, en fin, restituyen la salud perdida e incluso, con algo de
insistencia, dan pie para atreverse a pensar diferente, cosa nada mal tomando
en cuenta cómo anda el patio en estos lugarejos.
Si el mundo cabe en una lista que va de la
A a la Z, entonces tenía razón el poeta: existimos gracias a la sintaxis. Le
entramos a todo cuanto imaginamos, de cabo a rabo, por las hendijas de un
paréntesis o por el terreno movedizo de extraños puntos suspensivos. Una
oración yuxtapuesta copulativa engulle de un bocado a la Vía Láctea y, hay que
ver, los odiosos subjuntivos o hasta un ladrillazo como el pluscuamperfecto en toda
su extensión, definen lo que vas siendo,
aunque lo leas y no lo creas.
Qué le vamos a hacer, estamos hechos de
lenguaje y cáete para atrás, píldoras de Frankenstein, ampollas estilo
gongoriano, cremas faciales a lo Hemingway o nebulizaciones con Víctor Hugo
metiéndosete en los pulmones hacen de las suyas en el mercado de la claridad
intelectual. Literaturoterapia como oxígeno para el cerebro, no faltaba más. Sí,
la palabra inventa al bicho humano, de modo que el señor que acaba su café es
un simpático sustantivo entremezclado con no pocos adjetivos y aquel niño con
su biberón el más prometedor futuro imperfecto del indicativo. Es que somos
misterio en carne viva, enigmas ambulantes por donde nos miren. Quién lo
hubiera sospechado.
2 comentarios:
El poeta Cadenas tiene un libro sobre la relacion el lenguaje y la vida . Si mal, no recuerdo, el tambien practicamente, dice lo mismo que tu .
El lenguaje es vida, y mientras mas lo cultivemos, mejores ideas tendremos . Pense en la palabra vida , pero no se corresponde .
Por eso, que en estos tiempos, de pobreza del lenguaje, especialmente , por la clase prehistorica politico-militar, enquistada en el poder politico desde 1999, echamos de menos, especialmente, yo , a la clase dirigente de hace decadas .
Quien iba a decir, a un venezolano de hoy, que hace 67 años , elegimos a un escritor de presidente, y 67 años despues , tenemos a alguien, que nos da verguenza que sea el hombre que ocupa el mas alto cargo del pais, como se decia antes .
Gracias por leer, Luis. Y por comentar. Saludos cordiales.
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