La gente se mete entre ceja y ceja que la
vida es una carrera de cien metros planos.
La escuela, dime tú si no, es la madre de semejante puesta en escena.
Pero la verdad sea dicha: mientras más procuramos velocidad, menos aplausos por
cada gota de sudor.
Tengo un pariente que para la familia es el
vivo ejemplo de lo que supone ser la oveja negra. Un fracasado por todos los
costados. Y yo, que alguna vez he sido tildado como mínimo de bicho raro, lo
cierto es que celebro sus victorias como si fuera un jonronero en la final
Caracas-Magallanes. Pedro Julio Alicio, alias Renacuajo, es el último
refresquito del desierto.
Hay quienes tienen como punto de fuga en
sus horizontes vivenciales llegar nada menos que a la Luna. Apuntan alto. Andan
dispuestos a meterse el mundo en el bolsillo, incluyendo oro a mansalva, chicas
de todos los pelajes, placeres sin medida ni fin. Total, ganar la apuesta que
todos creen preciso hacer cuando despunta la adultez. Pero Pedro Julio Alicio,
alias Renacuajo, dio por sentado que su objetivo es otro. Sus victorias son
prendas cotidianas echadas a las alcantarillas por media humanidad, porque para él acertar, lo que se dice vencer la contienda por llegar a la cumbre le saca la
lengua a los flashes, al tintineo de copas, a la primera página en el diario
poniendo cara de autosuficiencia y mira este perfil etrusco que no es concha de
ajo, como si Dios mismo te invitara a unas cervezas dándote a la vez palmaditas
en la espalda.
Pedro Julio Alicio, renacuajo para amigos y
enemigos, tiene ojos en los poros, ve en las sombras que a pleno mediodía hacen
de las suyas en cualquier esquina. Tengo por seguro que la película que lleva a
cabo echa mano de trucos diferentes y vende una trama requetecompleja, de modo
que seguirle la corriente cuesta una viruta de la cara, es decir, involucra
haceres que para qué te cuento, total, si de todas formas lo vas a mandar a los
infiernos.
Existen individuos que se pasan la
existencia buscando el Vellocino de Oro, el Santo Grial y demás ocurrencias por
el estilo. Yo creo, con mi batracio pariente, que es más complicado hallar la
insignificancia, en esencia porque revolotea en rincones llenos de ruido y de
gente, expuesta a la claridad de un día soleado.
Pedro Julio Alicio, un apestado con todas
sus letras según los entendidos, asoma ahora en el lomo las más apetecibles
cicatrices del toma y dame que implican mil andaduras por el mundo. Es un
buscador, qué duda cabe, y lo mejor es que supera con largueza, casi en tono de
señalamiento y burla, a cualquiera de nosotros por la razón sencilla de que al
buscar siempre encuentra: el bueno para nada termina por hallar a cada
instante. Si eso no es un triunfo por donde lo mires, entonces cuéntame una de
vaqueros. Dime tú si no.
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