El momento que vive Venezuela es, como ha
dicho Maduro, en verdad una tormenta, sólo que este señor confunde frijoles con
catedrales. Si la guerra económica es la causa de todos nuestros males,
entonces hay poco que hacer: los pérfidos capitalistas apuntan sus cañones
contra un gobierno virtuoso que, de no ser por sus magníficas ejecutorias, hace
tiempo nos habríamos desintegrado. Sin embargo ya lo sabemos, el origen de esta
locura, de la humillación y vergüenza generalizadas, es otro, nada menos que la
ineptitud de una clase gobernante que dilapidó una oportunidad de oro para
crear riqueza y bienestar a punta de ocurrencias manicomiales.
Al día de hoy, una nueva Asamblea Nacional
tiene la obligación de contrapesar, controlar y fiscalizar el nido de abusos,
de torpezas que supone el gobierno como un todo, aun cuando esa labor lleve en
el ala plomo fino de cuanto gatillo alegre crea el cuento de la revolución, del
Socialismo del Siglo XXI, del legado de Chávez y demás loqueteras por el
estilo. Una de dos: o se saca pecho y se procura en serio un cambio democrático,
constitucional, de gobierno, o el gobierno sacará las pezuñas, que para eso las
tiene, y cambiará a la Asamblea por un parapeto vacío sin arte, ni parte, ni
nada que se le parezca. Ahí nos vemos.
Salir a flote, salvar la ruta de
esta nave que se fue a pique requiere esfuerzos de imaginación, de trabajo incesante,
de coraje, que exigirá sacrificios a todos, pero más aún a esa vasta congregación
que alguna vez mordió el anzuelo de la trampa chavista, no otra que la promesa
del Paraíso en la Tierra, nada menos que a la vuelta de la esquina. Lo que un
líder carismático ofrece, con sus variantes populistas, es en el fondo una sola
y misma cosa: demagogia, soluciones mágicas, mitos sustituyendo realidades y esperanzas
afincadas sobre un suelo de arenas
movedizas. Mientras el hechizo se mantiene, no hay fuerza más poderosa que la
unión entre el caudillo y su feligresía, pero cuando aquél se pulveriza porque
el Paraíso termina resultando un infierno, el despertar es la conciencia de los
vidrios rotos, del incendio y la humareda postficcional, del despecho como
duelo en modo político. Hemos llegado a esa instancia.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo orientar los
pasos hacia la orilla del reencuentro entre venezolanos, hacia la justicia, el
crecimiento económico, el pluralismo, la economía de mercado, la apertura al
mundo, la tolerancia y la legalidad? Si algo posee este país es gente preparada
que sabrá cómo enderezar entuertos desde tecnicismos inaplazables y desde la
ética y la decencia, cuando la pesadilla acabe. Mientras tanto, hay que
enfocarse en un punto ya mismo, ahora, antes de que economistas de primera y
estadistas con todas sus letras impulsen los cambios urgentes para torcerle el
cuello al buitre de la debacle que vivimos. Me refiero a crear consensos. Sin
consensos mínimos entre las fuerzas políticas (incluido el chavismo moderado, por
supuesto) de este malogrado país, y entre éstas y la población, tengo casi la
certeza de que los esfuerzos por deshacer el disparate se perderán en el
camino.
Un acuerdo general alrededor de
la democracia, sin adjetivos ni espejismos delirantes, un acuerdo en función
del mercado como mecanismo para la generación de riqueza, un acuerdo que vele y
respete la estricta separación de poderes y la indiscutible subordinación
militar al estamento civil, son tan importantes como ganar comicios o revocatorios, son tan medulares como poner de patitas en la calle, por paliza
electoral, a Maduro y sus secuaces. Un pacto tácito respetado por la totalidad
del espectro político es quizás la única garantía de cambio, de despegue como
país, de aproximación al desarrollo a mediano y largo plazo. ¿Qué estamos
haciendo para alcanzarlo? ¿Qué adelantamos para llegar a convicciones básicas
que permanezcan intocables aunque los gobiernos, como es natural, se alternen?
Creo que muy poco.
Nada desmoraliza más a una sociedad que percatarse
de que su clase política actúa en función de horizontes particulares, para sí
misma, cuando alcanza el poder. Es lo que ha ocurrido antes en Venezuela, y lo
que sucedió con el chavismo durante diecisiete años, elevado a sus más nefastas
consecuencias. Urge el consenso, entenderlo y fabricarlo sustentado en puntos
clave, en valores que deben mantenerse intactos si pretendemos emular lo que en
su momento hicieron España, Alemania, Irlanda, lo que con todos sus tropiezos
está haciendo Chile. Sobran los buenos ejemplos al respecto. A ver si de una
vez empezamos.
2 comentarios:
Hola Roger,
Muy bueno tu artículo titulado "El juego de los espejos". Sobre todo, me gustó la frase "Maduro y sus secuaces" . En pocas palabras, dice tanto.
Admiro tu estilo y como de manera irónica y punzante, opinas y dejas tus ideas plasmadas de manera brillante y sin ambajes, ni medias tintas : "claro y raspao" como diría Teodoro Petkoff.
Yo también, para seguir tus pasos, inicie un blog, que se llama http://caribe2016.blogspot.com . Me propuse escribir todos los jueves y lo empece el 17 de diciembre. Si le puedes echar una ojeada para darme un consejo, te lo agradezco.
Saludos,
Luis
Luis, saludos desde estos parajes. Leeré con gusto tus escritos. Un gran abrazo.
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