5/08/2016

Palabras y mentiras

    Imagina que lo cotidiano te desborda. Entonces aprende de una vez: hay algo capaz de trastocar eso que te quita el sueño, que te aplasta la nariz. Toda evidencia cuyo asiento es la realidad haciendo de las suyas, si no te cae simpática puedes esconderla debajo de la alfombra, lo cual no es nada despreciable a la hora de engañar, de sacarle la lengua a los fracasos o crear ficciones a la altura de tus intereses. El lenguaje, créelo, tal es el instrumento con el que miles –caudillitos y politicastros de mala hora-  ocultan el feo espectáculo de resultados ajenos al Paraíso como promesa.
    Ante la voladura en pedazos de un contexto derruido por la ineptitud gracias a fiebres no sudadas, un comunista, un nostálgico de la Guerra Fría o un socialista del siglo XXI, pongo por caso, echan mano de cuellos listos para ser torcidos si el asunto es concretar utopías. Poco importa la terca realidad, lo que cuenta es inventarse una leyenda, narrativa heroica que arrojará sin dudas el sublime saldo tan esquivo en otros tiempos: igualdad, justicia, hambre cero, y demás logros que sólo se materializan en forma directamente proporcional a la sensatez política y económica de gobiernos preparados para cumplir el anhelo mayor de cuanto verdadero estadista accede al poder, no otro que  dejar a sus países en mejores condiciones que antes de su llegada. Corolario: el bienestar se construye, no se decreta, pero cuidado, el mundo también puede edificarse a base de palabras. Y son ellas el arma arrojadiza que un caudillo iluminado suele manejar como le venga en gana.
    Hugo Chávez primero y Nicolás Maduro después conforman la dupla que desde hace casi veinte años movió los hilos de la truculencia convertida en asunto cotidiano. Chávez, maestro de maestros en el arte de la demagogia, supo consolidar sus fantasías, en concreto una red de acciones, de quehaceres entre el populismo más atrabiliario y el disparate atroz, con el punto de fuga sobre la permanencia en el poder. Inauguró sus quince minutos de gloria zambulléndose en las aguas de la palabra, es decir, cambiando una realidad  por otra mediante chasquidos de la lengua. Nació entonces un delirio llamado Quinta República, descocada invención de cuyos pellejos se colgó medio mundo. La realidad como enajenación lingüística, no faltaba más.
    Impulsado por los rugientes motores de un líder carismático, el discurso demagógico paga y se da el vuelto. Hasta que acabe extinguiéndose, ahogado en su particular detritus, estrellado contra el muro que terminan siendo las locuras procuradas en nombre de la redención social, la realidad prefabricada por el verbo incendiario del mago de turno va a erigir los espejismos necesarios para mantener viva la fe, el sueño mil veces postergado de un destino rosadito para el pueblo y sus carencias, tantas veces hecho añicos por esa otra ilusión del verbo que adjudica a terceros la responsabilidad de nuestros males: el imperio, el burgués, el neoliberalismo, el traidor o los escuálidos. Entonces, según la nomenklatura, cuanto pretenda fracturar el noble espinazo de la revolución va a ser enfrentado vía un fulminante plan de lucha. Una contra el enemigo  -la revolución no tiene adversarios- hecho de sílabas, de verbos, de preposiciones, pero sobre todo de frases huecas: guerra económica, inflación inducida, batalla asimétrica, invasión yanqui, capitalismo, pelucones y demás miembros del rimbombante léxico gobiernero.
    Empresarios, escritores, amas de casa, deportistas, intelectuales, estudiantes, nadie escapa al embrujo populista en estas tierras. Mientras un país se despedaza por obra y gracia de un gobierno reñido con la cordura, cierta feligresía todavía aprieta los dientes y cree en la religión chavista. Es que la revolución da para todo, incluso para engañarse a estas alturas. El lenguaje, creador de imágenes fantasmagóricas a propósito de su referente, generador de claridad o confusión según quién lleve las riendas para manipular, es usado  por Maduro  -un ser que al respecto es el pálido reflejo de Chávez o de Castro, sus mentores-  con el propósito de entrampar la realidad, de sustituirla por la imaginería ideologizada, de producir ideas contrarias frente a  la simple evidencia empírica, con ánimo de engatusar  incautos. Yo no soy responsable del desastre, grita maduro, ahí está Mendoza y la Polar. Yo soy apenas una víctima, reclámale al Departamento de Estado. Yo soy como César González, amigo de todos. El ricachón Macri, el paramilitar Uribe, el gringo Obama y el escuálido Capriles han sido los malos.
    La revolución también es un golpe en el vacío, un salto hacia la nada. Un embuste preñado de palabras.

5 comentarios:

luis lizardi dijo...

Roger sobrino esas lineas son bellisimas eres un gran escritor, felicitaciones dios bendiga abrazos a Yolanda y tu familia.

Te quiero, Tia Lucila

roger vilain dijo...

Tía Lucila, también un abrazo grande para ti y el resto de la familia. Besos y muchos recuerdos.

Anónimo dijo...

El poder transformador de la palabra; así es, la palabra que edifica, catapulta o destruye y extingue. Cuanto daño con un "un chasquido de la lengua". Acertado análisis. Lo padecí y disfrute.

Anónimo dijo...

“Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje. La crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados” Octavio Paz (1914-1998)

roger vilain dijo...

Así es, Lisethlote. Gracias por leer y comentar.