11/21/2016

Clark Gable por estos lados

    Desde mi silla lo observo. Llega en las tardes, hace su nido de cartones y se echa sobre ellos como quien se apoltrona en la oficina. No debe tener más de sesenta. Su porte refleja el maltrato de la vida, lo que no le impide sonreír. Me llama la atención su educación, la forma en que pide dinero, los ademanes simpáticos con que agradece cada moneda que va acumulándose en el plato.
    Cuando me da por café, tabaco, libros y agua mineral para desde ahí, entre párrafo y párrafo, ver pasar la vida, caigo ipso facto por el Alameda con la seguridad de que al levantarme terminaré reconciliado con la vida. Decía arriba que me sorprende el gesto amable, exquisito, de un hombre que en la esquina únicamente se sienta a esperar que le des algún dinero. Si lo miras con atención  te regala una cátedra de cómo, mientras pasa el tiempo, mientras sorteas la marejada humana que va y viene y por poco te aplasta, es posible mantener el buen ánimo a la vez que pescas eso que transeúntes absortos en su mundo, casi robotizados, te arrojan en el pote.
    Saluda, sonríe a lo Clark Gable frente a Vivien Leigh, y de seguidas agradece tu bondad con la alegría de haber cerrado un negocio suculento. Hay que tener disposición, me digo, y talento y buena cara para extender la mano y pedir, sin que el perfomance degenere en patetismo, vulgaridad o vergüenza. Es que incluso para abrir la palma de la mano y esperar a que te suelten algo hace falta mucho garbo, no vaya a ser que el escenario se transforme en pacotilla donde un bueno para nada, sin orgullo, amor propio, dignidad o como diablos se llame,  te meta una mano en el bolsillo sin tocarte y aquí no ha pasado nada.
    Todo hay que decirlo. Lo que soy yo, cuando uno de estos vivos pone cara de sufrido y pide porque la vida le pateó el trasero, pienso en la cantidad de congéneres rompiéndose los lomos para ganarse el pan en buena lid, haciendo lo que sea sólo para mal alimentarse pero al fin y al cabo con la vista en alto porque trabajar, lo que se dice trabajar, dignifica al más pintado. Entonces, frente a un avispado que chorrea flojera  sigo de largo por la razón sencilla de que un hombre entero, saludable y fuerte puede arrimar sacos o caletear aquí y allá para merecerse el alimento, cosa inencontrable, claro, a lo largo y ancho de tanto pedigüeño metido de cabeza en un bostezo. No es el caso del compadre de la esquina.
    Desde mi trinchera observo al tipo sobre los cartones y pienso: hay que ver. Este individuo se acuesta ahí en la tarde, hace como los políticos, es decir, utiliza con astucia su carisma, que para eso lo tiene a manos llenas, y el tintineo de las monedas sobre el peltre cae como metralla. Lo observo y resulta todo un espectáculo: Clark Gable haciendo de las suyas a las cinco de la tarde en una avenida concurrida. Clark Gable sonriendo, encantando a tirios y troyanos, con el cigarro ladeado dándole lecciones de buena educación, de refinamiento por donde lo mires, de tratamiento cortés y distinguido a tanto patán e hijo de puta que pasa embutido en flux, corbata y maletín. Quién iba a sospecharlo. Si no lo hubiera visto jamás lo hubiera creído. Así anda el patio a estas alturas.

No hay comentarios.: