12/10/2016

Misticismo

    Dicen que papar moscas es oficio de vagos, de tontos, de simples desocupados, pero la verdad es que hay ociosos que jamás se dieron a semejante tarea y gente muy trabajadora que dicta cátedra si de permanecer lelos se trata.
    Tengo un conocido que toda la vida dio por sentado que paparía moscas a diestra y siniestra. Yo también. Quiero decir, yo también disfruto como nadie el hecho de sentarme en un banco o caminar por la calle por el simple placer de contemplar, estupefacto, cómo el mundo vuela a mi alrededor, galopa a través de mis ojos y epidermis, se transforma en cosa ajena y yo, entomólogo agazapado entre el follaje, observo al dedillo, impertérrito, feliz, cuanta escena me pasa por delante. No hay nada más complejo, créeme, que papar moscas como es debido, asunto que llegado el momento y luego de ganar experiencia haciéndolo un poco más seguido cada vez, te aproxima al umbral nada menos que de la clarividencia. Que lo digan si no los místicos que comulgaron con lo desconocido, que entromparon lo elevado, que miraron cara a cara el foco mismo de la iluminación. No es que en mi caso tales cuestiones se hayan dado. Ni por asomo. Pero me tomo con la seriedad debida papar moscas en el sentido más grave de la frase.
     Existen quienes necesitan del contexto adecuado, o sea silencio, cierta paz que no abunda sino todo lo contrario, de modo que buscan los momentos dignos de la práctica a desarrollar alejándose de la comarca, internándose en montes lejanísimos, concentrándose en un punto inamovible, en un objeto cualquiera, en el horizonte o qué sé yo. En cuanto a mí, sólo intento hallar lo que pretendo en medio del bullicio, en plena calle, en mitad de una caminata por la plaza, sin escapismos artificiales o cosa parecida. Niet.
    Es que papar moscas es lo más complicado de este mundo, vuelvo y repito. El otro día se lo comentaba a mi mujer, quien luego de mi confesión terminó escudriñándome con ojos de ternura entremezclados con un brillo lastimero, de condescendencia resignada, como diciendo: mira los estragos de la edad. En fin, cada quien guarda un mundo en su cabeza y el mío va siendo a estas alturas uno echado en brazos de algún esquivo orden metafísico (perdonen la horrible palabreja) que para qué te cuento.
    Sé muy bien que muchos, aunque no demasiados, lo han logrado. Es seguro que tanta insistencia rindió frutos, lo cual día a día  -guardando las distancias, claro-  yo también  llevo adelante en función del premio gordo: vislumbrar el lado oculto o como diablos se llame ese espacio recóndito que es la hendija de la entrevisión. Papar moscas, como ves, no es sólo relajarse y papar moscas, hecho evidenciable en cada segundo de los tantos a propósito de tamaño ejercicio espiritual, pónle el nombre que te dé la gana.
    Mientras, sigo en mis trece. Papo moscas hasta cuando escribo, cada vez con mayor facilidad, lo cual es el mejor indicio de que voy por buen camino. En eso continúo.

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