5/21/2017

Relaciones íntimas

    El otro día, fumando un puro, resolví un acertijo matemático. No sé tú, pero en mi caso para llegar al punto b, saliendo de a, en general no sigo una línea recta. Las más de las veces dar un rodeo termina por ser ruta expedita.
    A ver si me explico: en cierta ocasión quise escribir un poema pero mi mente estaba en blanco. Supuse que sufría eso que los escritores llaman bloqueo. Bueno, bloqueo o no la verdad fue que cogí el manual de instrucciones de la licuadora con ánimo de meterle mano, pues a mi esposa días antes se le había descompuesto. ¡Eureka!, seguí al pie las indicaciones y finalmente al encenderla noté que las palabras, sueltas, desmenuzadas, perfectas, llegaban una tras otra como anillo al dedo, o mejor, como anillo al poema. Ese aparato, Oster si la memoria no me falla, servía también para deshacer nudos literarios.
    Fenómenos como el anterior pude descubrirlos siendo todavía un crío. Ante problemas de artimética o frente a quebraderos de cabeza en sociales, escuchar a los Beatles y leer a Kalimán, pongo por caso, era atinar a cualquier blanco imaginable, significaba eliminar de un plumazo cuanto obstáculo osara retrasar la victoria. Si tales procesos pueden parecerte extraño, créeme que es lo de menos. Despejar incógnitas, solventar enigmas, desentrañar misterios, lo importante es vislumbrar ciertos caminos y lograr atravesarlos, no importa que describas una curva o un zig-zag en el proceso. Total, la distancia más corta entre dos puntos a veces también es un círculo.
    Yo no lo dudo un solo instante, las cosas son así y punto, se acabó. Si a mi mujer le da por reclamar airada debido a que olvidé arreglar la tubería, respondo que el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las respectivas longitudes de los catetos y asunto resuelto. No falla. Y si el jefe da bronca gracias a un bajón en la bolsa que nos cogió desprevenidos, echo mano de las fases de la Luna a propósito de su influencia en las mareas del Báltico, que van y vienen, suben y bajan como la bolsa en estos días, lo cual atempera malestares y por supuesto ayuda como no tienes idea si pensamos en próximas negociaciones. Traba despachada.
    La gente cree con fe religiosa que uno más uno es igual a dos, cosa no muy veraz si a ver vamos. Haz la prueba, es decir, razona menos e intuye más, que es lo que desde hace una punta de años he puesto en práctica a pesar de Descartes, de la filosofía moderna y de mi maestro de física, José Camacaro, allá en tercero de bachillerato. El pobre, por mucho que lidió para cuadricularme la materia gris, para almidonarme y plancharme como Dios manda todas y cada una de las circunvoluciones cerebrales, fracasó en el empeño. Qué le voy a hacer si apenas rocé el diez para aprobar.
    A lo mejor suena de lo más raro, pero no tengo otros modos de andarme por la vida. Si yo soy yo y mis circunstancias, según el buen Ortega, también yo soy yo y mis manías, asunto lógico por donde lo mires. En fin.
    Ahora intento desentrañar un lío académico. El punto es dar con la influencia del pensamiento prerrenacentista en la concepción kantiana de verdad. Mientras, pienso en las agujas del reloj que observo ahí, enfrente, a propósito de horas, lustros, décadas o siglos. Y pienso además en los embustes y certezas que atravesaron la historia de pe a pa. Castañetea la solución. A lo mejor doy en el clavo. Ya veré.

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