El otro día, fumando un puro, resolví un
acertijo matemático. No sé tú, pero en mi caso para llegar al punto b, saliendo
de a, en general no sigo una línea recta. Las más de las veces dar un rodeo
termina por ser ruta expedita.
A ver si me explico: en cierta ocasión
quise escribir un poema pero mi mente estaba en blanco. Supuse que sufría eso
que los escritores llaman bloqueo. Bueno, bloqueo o no la verdad fue que cogí
el manual de instrucciones de la licuadora con ánimo de meterle mano, pues a mi
esposa días antes se le había descompuesto. ¡Eureka!, seguí al pie las
indicaciones y finalmente al encenderla noté que las palabras, sueltas, desmenuzadas,
perfectas, llegaban una tras otra como anillo al dedo, o mejor, como anillo al
poema. Ese aparato, Oster si la memoria no me falla, servía también para
deshacer nudos literarios.
Fenómenos como el anterior pude descubrirlos
siendo todavía un crío. Ante problemas de artimética o frente a quebraderos de
cabeza en sociales, escuchar a los Beatles y leer a Kalimán, pongo por caso,
era atinar a cualquier blanco imaginable, significaba eliminar de un plumazo
cuanto obstáculo osara retrasar la victoria. Si tales procesos pueden parecerte
extraño, créeme que es lo de menos. Despejar incógnitas, solventar enigmas,
desentrañar misterios, lo importante es vislumbrar ciertos caminos y lograr atravesarlos,
no importa que describas una curva o un zig-zag en el proceso. Total, la
distancia más corta entre dos puntos a veces también es un círculo.
Yo no lo dudo un solo instante, las cosas
son así y punto, se acabó. Si a mi mujer le da por reclamar airada debido a que
olvidé arreglar la tubería, respondo que el cuadrado de la
longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las
respectivas longitudes de los catetos y asunto resuelto. No
falla. Y si el jefe da bronca gracias a un bajón en la bolsa que nos cogió
desprevenidos, echo mano de las fases de la Luna a propósito de su influencia
en las mareas del Báltico, que van y vienen, suben y bajan como la bolsa en
estos días, lo cual atempera malestares y por supuesto ayuda como no tienes
idea si pensamos en próximas negociaciones. Traba despachada.
La gente cree con fe religiosa que uno más
uno es igual a dos, cosa no muy veraz si a ver vamos. Haz la prueba, es decir,
razona menos e intuye más, que es lo que desde hace una punta de años he puesto
en práctica a pesar de Descartes, de la filosofía moderna y de mi maestro de
física, José Camacaro, allá en tercero de bachillerato. El pobre, por mucho que
lidió para cuadricularme la materia gris, para almidonarme y plancharme como
Dios manda todas y cada una de las circunvoluciones cerebrales, fracasó en el
empeño. Qué le voy a hacer si apenas rocé el diez para aprobar.
A lo mejor suena de lo más raro, pero no
tengo otros modos de andarme por la vida. Si yo soy yo y mis circunstancias,
según el buen Ortega, también yo soy yo y mis manías, asunto lógico por donde
lo mires. En fin.
Ahora intento desentrañar un lío académico.
El punto es dar con la influencia del pensamiento prerrenacentista en la
concepción kantiana de verdad. Mientras, pienso en las agujas del reloj que
observo ahí, enfrente, a propósito de horas, lustros, décadas o siglos. Y
pienso además en los embustes y certezas que atravesaron la historia de pe a
pa. Castañetea la solución. A lo mejor doy en el clavo. Ya veré.
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