2/12/2018

Relaciones


    Ya ven, hoy me ha dado por hablar de lectura, de escritura, de eso que me gusta poner sobre la mesa, amigos de por medio, con ánimo de escuchar buenas y malas lenguas, ideas, pareceres, genialidades o disparates, lo cual, como anda el patio,  es ya ganancia suficiente en medio del gris marchito que hace de las suyas por donde pases el ojo.
    Estoy solo, sentado en la mesa de café a la que siempre acudo para ver pasar la vida. Ver pasar la vida supone un ejercicio óptico que trasciende la mera anatomía. Se trata de un estímulo ocular, por supuesto, pero lo interesante, lo que de veras pretende uno es deambular por ciertos recovecos, escudriñar escenas que están ahí mientras revuelves el azúcar de la taza, capturar gestos cuando nadie más se ha percatado, en fin. Te metes entre las patas de las frases, escuchas escupitajos que son palabras transformadas en el bicho que antes era un ser como cualquiera, digamos, un tal Gregorio Samsa. Y así. La mesa de un café también es explanada donde el mundo paga y se da el vuelto.
    Al lado, un hombre entrado en años le dice a una mujer entrada en carnes: “desde que tengo celular ya no sé de qué está hecho el champú”. Menuda sentencia. Del champú confieso que sé que sirve para lavarse el cabello, para acabar con los piojos, para evitar su caída. Un champú es un champú, punto, se acabó: cobra vida en la ducha, en las peluquerías, en los estantes del supermercado, y hasta ahí. Pero entre el celular y el Head & Shoulders nace, según entrevé mi ojo cafetinesco, cierta relación putañera, es decir que entre el celular y el champú termina por establecerse un vaivén de información equivalente al mercadeo sexual entre un señor y una señora, pongo por caso.
    Semejante hecho noticioso pasa quizás por una denuncia a modo de queja: el teléfono ocupa esa zona del mundo antes invadida por otros oficios. El de la lectura por ejemplo, o el de la escritura, se me ocurre a mí. Extendiendo la relación entre una cosa y otra, la tecnología llevándose en los cachos al simple hecho de abrir una revista y zambullirse en ella. Metáfora de estos días, nada menos que los chips en pleno vómito de bilis antropofágica. No queda nadie, no quedan seres como los que conoció mi abuela. ¿Quién dijo que la Postmodernidad estaba liquidada?
    El señor entrado en años y la dama entrada en carnes charlan de lo lindo asumiendo su papel. Ella instalada en el espacio de la mesa que le corresponde y él dándole la espalda al champú, digo, a la cotidianidad monda y lironda gracias al celular que jamás aleja de su oreja. Lo que soy yo, gozo en medio de la putería a dos pasos de esta silla. El Nokia y el Dove Oil Balance antihorquetillas viven su romance a escondidas. Pensar que entre ambos cabe el universo tal cual podemos verlo, nace un toma y dame capaz de hacer pensar a quien sólo vino por un café y algo de brisa fresca. Este es el mundo en que vivimos. Fíjate hasta dónde hemos llegado. ¿Quién entiende todo esto?

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