3/31/2018

Girar el picaporte


    Cuando se gira el picaporte se abre también el sésamo de mundos que exigen de visión periférica. A veces, claro, la periferia dice más que el centro, asunto en pocas ocasiones tratado con la justicia que merece.
    Cuando giras el picaporte giras además el universo, y en esa apertura los duendes de mil jardines que se bifurcan bailan calipso y sonríen a la manera de los grandes amigos. Pienso en músicos que crearon sello improvisando o en escritores capaces de sacarle punta hasta a las piedras en eso de decir, exprimir, contar, no dar todo por sentado, etcétera, etcétera, etcétera.
    Para girar el picaporte hacen falta manos pero sobre todo cierto candor entremezclado con anhelos varios, últimamente poco vistos en los alrededores, porque girar el picaporte supone en tremendísima medida la disposición de dos estadios sin los cuales todo va a parar al carajo. El primero, girar y empujar el sésamo. El segundo, girar y empujar sin perder de vista que girar y empujar trasciende el significado de este par de verbos tan comunes, corrientes, escuetos y percuetos.
    De modo que ahí lo tienes: giras y entras, navegas en las aguas que el don de la curiosidad o la osadía ponen a un palmo de tus narices o te quedas plantado, como si nada, lo más parecido a esa fea palabra conocida como inmovilismo, sinónimo de petrificado, equivalente a mansedumbre, lo cual no tiene por qué ser bueno o malo en absoluto. Simplemente es.
    Total, haciendo las sumas y las restas, que girar el picaporte guarda para sí la acción y efecto de estrellar los dientes, a modo de mordida, contra una superficie sólida por donde la mires, ferrosa hasta más no poder, cargada como puedes observar de una dureza extrema y peligrosa, cuestión que pide a gritos un caldo elaborado a base de atrevimiento, cuando no de temeridad monda, y también lironda.  ¿Sí? ¿Me explico? ¿Patinamos todos en el mismo charco?
    Para girar el picaporte colocas una o ambas manos  -tú eliges-,  aplicas un golpe hacia abajo con fuerza y luego empujas vista al norte, rumbo al horizonte, ese mundo acostado que se despliega enfrente, con foco en la diana donde confluyen todos los puntos de fuga reales e imaginarios. Y sientes la brisa, los dedos que te despeinan entre soplidos, susurros, chubascos, nubarrones o sol meridional. Sigues eligiendo.
    De adolescente aprendí a girar el picaporte, cosa nada fácil si a ver vamos porque nadie dijo que asomarse al balcón o a la ventana garantiza algo. Girar el picaporte es sólo eso, girar el picaporte, con el infinito a cuestas y los poros cargados de latidos, pulsiones, esos bichos gelatinosos cuyos verdaderos nombres tengo la impresión de que aún no fueron inventados. Giras, empujas, entras y ya. Rompes la quietud, resquebrajas el témpano, traquetean los  engranajes debido a que al final otros relojes marcan a plenitud las horas.
    Ruuuuuaaaacccccc, giras el picaporte, empujas, entras, y a la historia se le ocurre empezar. No sé si me explico.

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