5/04/2018

Después de todo


    A veces llego a este café con ganas de volarle los huevos, bum, bum, bum, fusil en mano, a tanto imbécil que deambula por las calles. Pero hoy me he reconciliado con el universo, ya lo ven.
    Hay días que parecieran abrirse como el Mar Rojo porque en un segundo ocurre algo que termina en giro de ciento ochenta grados. Se apartan las aguas de un mundo cutre y ruin para que de inmediato te aplaste la nariz alguna flor entre las piedras, inequívoca señal de que a pesar de los pesares la vida sigue siendo hermosa y es un regalo que vale la pena disfrutar, exprimir, aprovechar, transitar a fondo.
    A estas alturas de mi almanaque sé muy bien que en las calles abunda el puñal, la estocada por la espalda, el desquiciado a la vuelta de la esquina y el calculador dispuesto a todo para hacer caída y mesa limpia. En el fondo y a medida que pasan los años cada vez descreo de los humanos con más fuerza. Estoy convencido de que el bien y el mal compiten a cuchillo por un trozo del pastel, y lo que es peor, en demasiadas ocasiones tengo la impresión de que lo segundo se encarama sobre lo primero. Para qué voy a negarlo, para qué decir no, si sí. A mis cuarenta y ocho tacos me importa un rábano escribir páginas políticamente correctas. Que se joda el personal.
    Pero les contaba arriba que hoy veo el patio más rosadito que otras veces, lo cual va requetebién. El asunto es que como de costumbre aterrizo en el café de Jerry y pido un americano, agua mineral, saco el tabaco, procedo con lectura y escritura, y de seguidas, como caído de otra dimensión, a pocos pasos de mi mesa el hombre de la moto conversa con quien imagino debe ser su hijo pequeño.
    “Sí cariño, dime”. “He detenido la moto para atenderte pero no tengo mucho tiempo”. “Me bajo luego, después de las entregas, y te devuelvo la llamada…a lo sumo unos diez minutos más”. “Gracias, por supuesto que sí hijo, un abrazo, y otro para Amelia. Te quiero”. De inmediato el tipo guarda el móvil, se acomoda el casco, acelera y desaparece por la calle Foch. Buen viaje amigo mío  -digo para mis adentros-, te deseo feliz arribo y el mejor encuentro con Raúl o Pedro o como se llame el chico que estará en casa esperándote junto a Amelia, su madre o quien quiera que sea.
    Entonces recuerdo que como está el patio, saturado de mediocres, sinvergüenzas, oportunistas e hijos de la gran puta, todavía quedan seres como el que acabo de escuchar y aún va y viene el amor manifestándose así, como si nada, a toda vela, sacándole la lengua a una realidad que en tantas ocasiones no da lugar para pensar que saldremos con bien del polvorín. Y digo hay que ver, la decencia por fortuna no llega todavía a ser un fósil ajeno al presente.
     Por fin bajo la mirada, tomo un sorbo de agua, abro el libraco que pretendo despachar en estos días   -una biografía de Cortázar escrita por Miguel Dalmau-   y me queda en la boca el sabor dulce de haber presenciado una victoria: la del cariño haciendo de las suyas en plena hora pico, a un palmo de la terraza en que me encuentro.

2 comentarios:

Wuilman dijo...

Querido Roger tuviste un despertar, un click, si la vida tiene pequeños destellos y ese dia tuviste el privilegio de hacerte presente en la evidencia....por que tengamos muchos días de esos y lograr evidenciar las pinceladas de colores de esta vida ...donde quiera que estemos.Un abrazo enorme mi compadre poeta. Wuilman Gòmez

Alirio Pérez Lo Presti dijo...

Tal vez los buenos somos más, lo cual no es sinónimo de vencer. Abrazos, querido y siempre recordado amigo. Desde Santiago te leemos.