9/05/2018

Enigmas cotidianos


    Una lavadora es un enigma de material ferroso. Me explico: esas máquinas para la limpieza guardan en las entrañas vaya uno a saber qué, pero lo cierto es que allá adentro, en las profundidades de las tuberías, de ciertos compartimentos inefables o del pozo que llevan como panza, deambulan elementos que hemos dado por perdidos. Una media, pongo por caso, aquél sostén de encajes rojos, el pañuelo del abuelo. En fin.
    Desde niño me he preguntado qué habrá en el fondo de semejantes oquedades. A mis seis o siete años juraba que esos monstruos lavatorios comprendían raras variantes de dragones, animales extraordinarios listos también para lanzar fuego ante enemigos de la peor calaña, pero ya ven, me he enterado con el tiempo de que un agujero negro  yace incrustado de cabeza  en tales artefactos. Tal cual, así como lo lees.  Es que es parte de su anatomía.
    Los botones perdidos de tantas camisas, ¿adónde fueron a parar? ¿Existe un mundo diferente cuya desembocadura es el fondo de una lavadora? Lo que soy yo, estoy seguro de que sí. Las trenzas de aquellos zapatos que jamás aparecieron, la llave olvidada en un bolsillo y que se coló en el vientre de ese ser, un par de monedas que corrieron igual suerte, ¿dónde están? ¿Por qué razón nunca he podido dar con ellos?
    El fondo de una lavadora, pensándolo bien, quizás tiene bastante que ver con el otro lado de cualquier ventana. Éstas, si te pones a ver, tienen un punto de fuga equivalente al abismo de la Mabe, de la General Electric, de la Electrolux. Y no digamos ya el escaparate  -¿te has puesto a imaginar las conexiones entre tu lavadora, tu ventana y un escaparate?-. Un escaparate es el vientre de la ballena sin lugar a dudas. El cuarto oscuro de los terrores infantiles ante el que una asomada disparaba tétricas historias, cuentos abominables, es decir, el hecho helado del horror concentrado en un único punto de tu habitación.
    Ahora que lo pienso, la desembocadura del escaparate lleva sin desviaciones a los intestinos de la lavadora, y de aquí al otro lado de la ventana no hay más que pocos pasos. Tres objetos tan disímiles comparten un secreto jamás antes explorado, lo que supone echar manos a la obra y escudriñar con ahínco hasta dar cuenta de domésticos misterios que nos aplastan la nariz. La hebilla extraviada en el escaparate con toda razón aparece en el fondo de la lavadora y la mujer que miras a través de tu ventana lleva puesto el suéter que horas antes dormitaba en el armario, colgado de su gancho. Se hace la luz, ahora lo comprendo todo.
    Trilogía perfecta, nudo que las ata más allá del día a día: lavadora-ventana-escaparate como anuncio del alfa y del omega, de principios y de fines. Premisa y conclusión, causa y consecuencia. Por su puesto que se hizo la luz, dime tú si no, anda, es que dime tú si no.

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