9/19/2019

Cuando te dicen maricón


    En un debate televisado Felipe Mujica, político venido a menos en las lides de Venezuela, llama homosexual al escritor Gustavo Tovar Arroyo, quien lo interpela a raíz de sus últimas actuaciones frente a la corporación criminal encabezada por Maduro.
    No encuentra el señor Mujica otro modo de descalificar a su oponente que a través del subterfugio ad hominem. Como el político en cuestión se ve desnudo, sin argumentos para continuar la defensa de lo que cree justo -su punto de vista a propósito de la discusión que sostiene- entonces escupe la mesa y saca las pistolas.
    En el largo recorrido del Homo sapiens y antes del Siglo de las Luces lo normal, lo aceptado por la mayoría, lo que no ameritaba diatribas mayores era justo cuanto ha llevado a cabo Mujica: excluir, discriminar, pretender invisibilizar, aplastar al otro en función de razones espurias, es decir, erigir el abuso, justificar la práctica de hacer lo que me venga en gana porque soy más fuerte, más rico, más blanco, más poderoso que tú.
    En proyección histórica, apenas desde hace un puñado de años el bicho humano se percató de su error. El otro, ese tú que tienes enfrente y que resulta imprescindible para construir un nosotros, hace las veces de palanca impulsora cuyo punto de fuga es la convivencia, armonía, equilibrio y, en fin, procura de lo que llamamos civilización. Ideas reñidas con lo que hemos logrado hasta hoy en materia de Derechos Humanos, reconocimiento de la alteridad e individualidad -soy maricón, ateo, madrilista, de los Yankees, comunista o liberal porque me sale de los cojones- es innegable que existen todavía a lo largo y ancho del vasto mundo. No obstante, el horizonte se perfila claro: en la modernidad tu vida privada es básicamente eso, tu jodida vida privada, de manera que si no perjudicas a terceros ni violas ley alguna, transitas por ella según tu real entender y proceder. Y punto, y se acabó. Los mujiquitas de cualquier pelaje bien pueden largarse a hacer puñetas al infierno.
    Gustavo Tovar Arroyo, un caballero cuyas inclinaciones artísticas, gastronómicas, sexuales o lo que sea deben importarle un rábano a nadie, expuso sus ideas en el debate y éstas le cayeron como patada en la ingle a don Felipe. Peor para él. Con toda razón el primero se limitó a llamarlo bruto, además de imbécil  -yo habría escogido epítetos menos agradables-, encima de dejarlo en cueros cuando de intercambio de opiniones se trata. Que en trajines intelectuales te pateen el culo en buena lid no debería dar pie para que emerja, de golpe y porrazo, el perfecto bellaco que llevas por dentro. Menuda reacción. Vaya estólida demostración acabó haciendo este individuo.
    Con sus luces y sombras siempre me he sentido afortunado por vivir en la época que vivo. Comulgo con los valores occidentales -escoger la orientación sexual que te salga de la entrepierna es uno de ellos-, los cuales han costado sangre, sudor y lágrimas, y los defiendo y los promuevo a pesar de Felipe Mujica y sus entrañas cavernarias. Paso la página. Son tiempos, éstos, que reclaman más y mejores batallas. He dicho.

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