Tengo un amigo que ve el mundo en blanco y
negro. Quizás así somos en el fondo: tendemos a clasificarlo todo, a intentar
separar el trigo de la paja, a diferenciar lo hermoso de lo feo, lo noble de lo
innoble y lo valioso de lo menos importante.
Lo cierto es que semejante esquizofrenia
atraviesa las paredes y termina por cubrir todas las superficies. Mi amigo ve
el mundo en blanco y negro y no sabe de medias verdades ni supone matices entre
un hecho y otro. Una vez alguien le preguntó por ciertas realidades, ésas que
no sabes distinguir en un primer momento y pueda que tampoco luego, a lo que
sólo respondió con el silencio, una especie de quietud, de encogimiento de
hombros porque es mejor callar, no decir nada, que buscarle cinco patas a los
gatos. Al pan pan y al vino vino, así que dos más dos son cuatro y lo demás
déjaselo a quienes se preocupan por el lado oscuro de la Luna.
Entre lo real y lo evocado tengo la
impresión de que media un terreno con arenas movedizas cuya existencia es
aconsejable no dejar de lado. En primer lugar porque puedes perecer engullido y
en segundo por elemental sentido común. Mi amigo supone que el universo es un
tablero de ajedrez, tú juegas con las negras mientras él se mueve con las
blancas y así, te orientas por el cálculo de lo posible, de lo fijado en
función de reglas sacrosantas con absoluta precisión de reloj suizo. Dos más
dos son cuatro y cuatro y dos son seis, y se acabó.
Lo real y lo evocado pueden convivir en
ámbitos no estancos, tal es el asunto. Aquí la ecuación se complica y si te
pones a ver las soluciones distan años luz del manual guardado en la caja de herramientas
o en la segunda gaveta a mano derecha, allá en el cuarto de los trastes. Lo real cabe en
la palma de la mano aunque también lo observes en el microscopio, o con los
cristales de la entrevisión -no hay que
olvidar la sentencia de Cortázar: “soy realista porque me niego a dejar fuera
de la realidad hasta la última migaja del sueño”-. ¿Entonces? Mi amigo frunce
el ceño, se sirve un whisky doble, piensa como Descartes y responde a
quemarropa entre una sonrisa burlona. Lo que dice no me dice mucho pero ya lo
sabemos, mi amigo ve el mundo en blanco y negro y qué le vamos a hacer. Bebe
otro trago, termina de reír por completo y suelta desde las entrañas: “vete a
la mierda”.
Antes de largarme al universo de las heces
me da por imaginar lo que tenemos claro y lo que no y concluyo que lo primero
es apenas un trozo de oscuridad incrustado en lo segundo, que lo contiene por
completo. Y luego vamos por el mundo tan campantes, traqueteando pasos como si
fuésemos un número sembrado en medio del gran bosque de las matemáticas, hermosa
disciplina que termina por cuadricularnos siempre. Dos más dos continúa siendo
cuatro. Blanco o negro, buenos y malos,
izquierdosos y derechosos, brutos o inteligentes, desprevenidos o acuciosos,
miserables o dadores, excéntricos y bienpensantes, suma y sigue y dale hasta
que te hartes.
Obedecí a mi amigo en lo de irme pero no en
el destino de su sugerencia. Me fui, por supuesto que me fui, pero no sin antes
preguntarme hacia qué sitio. ¿Dónde está arriba o abajo? ¿Dónde la diestra o la
siniestra? Decidí entrar al primer café que se me puso enfrente. Me gustó que
el silencio reinaba por completo.
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