9/15/2010

Schumann y el vallenato

Un enamorado como pocos, uno que de nuestras geografías anduvo lejos pero no de lo que te obsequia la música parida aquí. Uno que llegó hasta los confines de la locura gracias a la Clara, la Clara Wieck de sus sueños. Uno que extrajo hasta el último filón de esta cantera que llamamos vida: Schumann, Robert Schumann abrazado al huracán que encierra un vallenato, un bolero, una salsa o una guaracha.
No se conocieron, jamás llegaron a toparse cara a cara, se desenvolvieron en tiempos por completo diferentes. Nunca sospechó el compositor que un siglo después otro atormentado en el arte de vivir le seguiría los pasos sin saberlo, ése que un buen día dejó en nosotros su nombre para siempre: Daniel Santos, todo canción y cigarrillo él. Cómo los imagino, sin embargo. Cómo puedo verlos enfrascados en una conversa irrepetible, en una cañandonga como pocas, en un momento digno de ambos: Schumann y Santos, Santos y Schumann, sentados en la barra de un bar, amanecidos, mujeres y jaleo, cornos, charrascas, violines, acordeones, metiéndole cobres a una rocola, escuchando boleros, inventando boleros, saboreando boleros y salud, cerveza tras cerveza.
Mientras sentado en el sofá leo y espero la hora del almuerzo, he escuchado su concierto para piano. Ahí están concentrados, aplastantes, parecidos a un coñazo en la nariz, el amor, la esperanza, la pasión, la entrega a toda costa y más allá de cualquier determinismo, la alegría de quien busca todos los días vivir la más espectacular de las vidas. Ahí está su dulce Clara Wieck, sí, quien se llevó como racimo de flores la música que salió de sus entrañas. Noto en la melodía una intensidad sólo comparable con las que escuchamos de este lado del océano, vallenato por supuesto, bolero por su puesto, ranchera por supuesto… e intuyo que es la locura amorosa (el amor, después de todo, es hasta cierto punto una locura, ¿no?) y la fogosidad incendiaria el puente que hace posible comunicarlas. En este sentido me parece que Schumann y nuestros mejores hacedores (esos músicos que dejan el pellejo en la trompeta, en un tambor haciendo que te baile hasta el alma) en definitiva han amado parecidamente, han expresado su arte bajo estructuras, o matices (qué sé yo de palabrejas técnicas, ni qué carajo me interesan), más o menos conectados.
Dicen que la música es una, y no falta razón a esta sentencia. Más aun cuando un lejano mago de las partituras es capaz de entenderse a la perfección con toda una camada, también mágica, pero del Caribe. Pienso en Schumann ante el piano dándose la bomba en "Adiós compay gato" o acompañando de lo lindo a la Sonora Ponceña en el "Pensándolo bien", pienso en Schumann sudado hasta el espíritu con una descarga de teclado en el “Jala Jala”, pienso en Schumann amanecido, despechado, oloroso a ron venezolano y a Cohíba después de toda una noche con "Juanito alimaña", con Ray Barreto, con Johnny Pacheco, con Pérez Prado, con el Binomio de Oro, con Pastor López... Sí, Schumann y el arma arrojadiza de su infinito talento al compás de unos timbales. Schumann tropical a luz del mediodía en una calle de San Félix, fajándose durísimo con cualquier bendito vallenato.

No hay comentarios.: