5/08/2011

Más allá del espejo



Para no olvidar: a propósito de la libertad de expresión en América latina.






El espíritu de libertad se topa a veces con su mueca especular. Del otro lado del espejo, y esto no implica metáfora alguna sino la realidad establecida por regímenes dictatoriales, esa morisqueta se ubica como contraparte de un estado de cosas que, con todos sus problemas, algunos países han logrado erigir. Con esto me refiero, claro, a la enarbolación y defensa de los derechos civiles, de las libertades individuales y de condiciones de vida a cuya dignidad puede aspirar la mayoría porque, en esencia, las oportunidades gozan de una repartición mucho más justa.
En esa otra orilla del espejo labrada por Castro y que se llama Cuba, el poeta y periodista Raúl Rivero, en juicio sumarísimo, hace poco más de un año (04-04-03) fue condenado a dos décadas de presidio. Otros comunicadores apresados esos días sufrieron penas parecidas, que oscilaron entre los catorce y los veintisiete años de cárcel. “Dentro de la Revolución todo, fuera de ella nada”. Tamaño patetismo, espíritu y bandera del gobierno castrista, ilustra bien el por qué de los abusos, de los crímenes que terminan siendo consuetudinarios en esas sociedades.
Las dictaduras, si no son frenadas a tiempo, llegan para quedarse, y en ese camino se las arreglan para adueñarse de la justicia, de los medios de comunicación, de las instituciones y de la voluntad humana. Cuando esto ocurre ya el mal está enquistado, sólo resta escapar o someterse, dar la batalla o morir en vida (algo así como transformarse en zombi), rebelarse o plegarse al dictamen del supremo. Rivero, el poeta Rivero, optó por lo primero, es decir , dijo sus verdades, se atrevió a hablar, expresó opiniones provenientes de su libérrima conciencia, quiso un mejor país, señaló el pus donde lo halló, y hoy paga por ello. El motivo de la condena: violentar, según sus esbirros, el artículo 91 del Código Penal cubano, que castiga “los actos contra la independencia de la integridad territorial del Estado”. O sea, nada menos que atentar contra la patria, ser un “agente a sueldo” de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana (básicamente por escribir en una revista “contrarrevolucionaria” denominada “Encuentro en la Red”, publicación pagada por la Sociedad Interamericana de Prensa que a su vez ha resultado ser, no faltaba más, una organización que apoya la “subversión”). Rivero, además, se vio acusado por escribir para la “Sociedad Hispano Cubana”, la cual, sostiene el régimen, también es “subversiva”. Tal es el listado de sus crímenes.
Es bueno decir que durante la primera parte de esta historia Raúl Rivero cabía en el marco de lo que pudiéramos catalogar como el “buen muchacho”. Graduado en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, laboró en la mayoría de los diarios (oficialistas, por supuesto) que operan en la Isla. Fue director de la agencia noticiosa Prensa Latina en la Moscú de la Guerra Fría y ejerció asimismo la jefatura de relaciones públicas en una institución denominada Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos. Sin embargo, 1989 marcó el inicio de la ruptura del poeta con el stablishment y es en ese instante cuando empiezan sus problemas. Al dar un paso al frente, al desmarcarse, al comenzar a disentir en público, de inmediato Castro y sus sabuesos lo etiquetan: contrarrevolucionario, traidor, y demás calificativos utilizados en situaciones semejantes. Ya para 1991 Rivero se atreve a firmar junto con otros nueve creadores lo que se conoce como la “Carta de los Intelectuales” o “Carta de los Diez”, en la que exige al gobierno mayores libertades ciudadanas. A partir de ahí se convierte en un notorio y activo militante por los derechos humanos y por la democracia, no solamente en su país sino en América Latina.
Este año, exactamente el veinticuatro de febrero, Raúl Rivero resultó galardonado con el Premio Mundial UNESCO “Guillermo Cano” de Libertad de Prensa 2004, como reconocimiento a su lucha, a su oposición ante las tropelías de la dictadura castrista y a favor de las libertades civiles en un país que desde hace mucho pasó a ser la más grande prisión caribeña. Las voces de protesta por su encarcelamiento no se hicieron esperar, y ahora como nunca continúan los esfuerzos que otros, desde la clandestinidad y desde sus posibilidades, realizan para que más temprano que tarde la brisa de un mejor horizonte se cierna sobre la pisoteada Cuba. Pero hay, no obstante el papel desempeñado por intelectuales y artistas de todo el continente frente a la represión y la violación sistemática de los derechos humanos en la Isla, un silencio en algunos que no deja de llamar la atención, sobre todo porque enérgicamente levantaron sus voces, con toda razón, ante atropellos perpetrados por gobiernos de derecha a lo largo y ancho del territorio latinoamericano. Se me antoja que aquí ocurre lo que ciertos sociólogos bautizaron como “inmunidad revolucionaria”, una especie de callada complicidad o cuando menos vergonzosa indulgencia ante dictaduras de izquierda, partiendo de quienes por elemental sentido común deberían pronunciarse sin ambages y en primerísimo lugar: los intelectuales, los artistas, los cultivadores del pensamiento y la sensibilidad en cualquiera de sus manifestaciones.
En Venezuela acaba de finalizar nada menos que un “Encuentro Mundial de Poesía”, sólo por mencionar un ejemplo, y nada se dijo al respecto, a pesar de que el evento coincidió, días más días menos, con la fecha en que un poeta como Raúl Rivero fue brutal e injustamente encarcelado. Nada se dijo, aunado a esta falta imperdonable de conciencia crítica y de solidaridad, acerca de la encarnizada represión ejercida en Venezuela durante los días finales de febrero. Una mirada que pasa por encima de vagabunderías y vejaciones se instaló feliz, y el claro gesto de un “aquí no ha pasado nada” dejó su estela de conformidad, de pusilánime incondicionalidad , de dale que lo demás no importa.
Del otro lado del espejo existe un mundo que se parece al espanto. La mano del Estado mueve la trama, dictamina, decide quién come y quién no, quién sueña y quién no, quién vive y quién no. Raúl Rivero, el poeta, lo sabe de sobra, y no parece importarle a otros que también hacen poemas, aparte de permanecer callados.




Abril de 2004.

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