5/20/2011

¿Tiene salida Venezuela?

En general, los latinoamericanos suponen que sus países lograrán desarrollarse o no gracias a la confluencia de circunstancias que les son ajenas. La explotación del Tercer Mundo por las naciones industrializadas, el capitalismo salvaje, la ausencia de “conciencia revolucionaria”, la presencia de multinacionales y una etcétera tan larga como equivocada, son algunas de las causas que, sustentadas en esa creencia siempre alimentada y fortalecida por demagogos de todos los pelajes, impiden iniciar la ruta que podría llevarnos a formar parte del selecto grupo de países civilizados, modernos, democráticos y libres.
Pudiéramos realizar un ejercicio de observación que no exige mayores esfuerzos, podríamos preguntarnos: ¿cuál es nuestra realidad como país?, ¿por qué nos africanizamos?, ¿por qué la miseria, la falta de oportunidades, de educación, de salud, de desarrollo, cayeron a niveles de vergüenza, cuestión a la que ha ayudado con denuedo la administración Chávez?, ¿por qué mueren dieciséis mil personas al año sólo en manos del hampa?. Interrogarse acerca de lo anterior es siempre necesario, y respuestas posibles cabe relacionarlas con la cultura predominante que en América Latina exhiben sus ciudadanos: aquí se vive en la ingenua convicción de que la sociedad y el Estado son mutuamente excluyentes, de que repartir la riqueza va a sacarnos del abismo (sin antes generarla, por supuesto), de que un país hoy en día puede respirar tranquilo sin volcarse con toda su imaginación y su energía a producir, a crear, a aprovechar sus ventajas y sus lados fuertes y a competir sin complejos a escala planetaria.
Latinoamérica fraguó un medio cultural reñido con el desarrollo. La falta de confianza en sus democracias es apenas un ejemplo de ello, lo que construye en gran medida el trampolín sobre el que una partida de pillos, populistas, salvadores y dueños de las llaves del Paraíso se disponen a subir como mecanismo expedito para acceder al poder. En países como los nuestros, ya sabemos, se elige a los gobernantes dándole un zarpazo a la razón; será la adrenalina quien se encargue de entronizar al milagroso de turno. Y así.
La idea de cultura incluye aquí instituciones y valores (como el hecho de que en la gente existan convicciones democráticas a toda prueba), asunto bastante alejado del imaginario colectivo en estas tierras. Ese es precisamente el lado resquebrajado de nuestra sociedad. Un Chávez, un Rangel
, un Acosta Carles como candidatos, son vivos ejemplos de la torcedura a la que me refiero.
Apoyar un proyecto como el chavista deja entrever la muy laxa tesitura democrática de tanta y tanta gente. Yo dudo de eso que muchos afirman por ahí, eso de que el venezolano es demócrata porque desde el cincuenta y ocho le inoculan, vaya usted a saber cómo y quién, tal condición. Pensar así es llamarse a engaño, con el agravante de que entre mentira y mentira, aparte de no ver la realidad que nos desguaza, vamos directo a propiciar escenarios que dábamos por superados. Los venezolanos tenemos el convencimiento, la “mirada” que Carlos Rangel llamó “tercermundista”, mezcolanza de ideas anacrónicas, refractarias al siglo XXI e incapaces de generar riqueza, avances tecnológicos, educación y mejores condiciones de vida. Todavía no se asimila lo que salta a la vista, o sea, que no hay modo de suplir el apego fiel al Estado de Derecho, al comercio mundial, a la economía de mercado, a la democracia contante y sonante, si en verdad pretendemos lograr prosperidad y desarrollo.
Los índices democráticos en Venezuela, según la fundación Konrad Adenauer, son los últimos en Latinoamérica. Esto quiere decir que la relación entre democracia formal y democracia real, esa que vivimos en el día a día como país, no se da de manera compatible, lo cual saca aún más filo a la espada que pende hoy por hoy sobre nuestras cabezas. Salir del foso exige trabajo, disciplina, liderazgo de vanguardia, sacrificios, imaginación, y requiere además la fragua de una forma distinta de concebir la política, la economía, la sociedad, la manera de crecer y abrirse al mundo, es decir, una realidad diferente a la que abrazamos como nicho cultural.
Por los vientos que soplan los cambios urgentes no se van a realizar. Ciertos países muy cercanos a nosotros como Chile o Costa Rica han encontrado el camino, han orientado sus pasos en la dirección de la modernidad y del avance como sociedades, al punto de que sus niveles de pobreza descendieron a ritmo impresionante. Venezuela insiste en el marasmo y la arqueología. Más miseria, más atraso, que es como decir menos futuro. Ahí andamos.

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