8/25/2011

Miro en tus ojos

Para Camila

Tienes siete años, cómo pasa el tiempo. Estamos sentados, tú y yo, en este café al que me acostumbré a venir mucho antes de que nacieras. Sabes que disfruto observando, me gusta instalarme en mi mesa predilecta y disparar miradas, ver pasar la vida, pensar en silencio mientras doy bocanadas al tabaco y pruebo una taza de café negro o con leche.

Entonces abro mi libro, y tú el tuyo. Leemos, me acompañas casi a diario y déjame decirte que es una dicha tenerte enfrente, permanecer largo rato sin decir nada sólo para contemplar cómo te desgajas hoja a hoja, bebiendo jugo de naranja o mordisqueando tu merienda, metida de bruces en la historia que descubres poco a poco hasta que te detienes y me dices, me interrogas, averiguas qué puede significar tal o cuál palabra extraña, qué encierra aquella frase misteriosa, qué hay detrás de cierta idea lúgubre u oscura. Luego bajas de nuevo la mirada, continúas avanzando, y yo también, y me tomo el tiempo necesario para espiarte de reojo y casi sentir cómo te carcome la emoción por lo que lees, cuánto admiras a esos personajes que son un unicornio, una princesa, un gusanillo o un gato con botas.
Pienso entonces en los años, en los tuyos, en los que vendrán. En este país tan lleno de nada, tan hecho polvo y carcomido por la demagogia, por lo rápido y lo fácil. En este país cuyo futuro luce hipotecado por una pandilla de imbéciles embutidos en un cargo, en un flux y en una ideología, pienso que hacerte una coraza quizás implique el mejor regalo que puedas darte. Un obsequio que tú misma te entregas a ti misma. Una coraza no para escapar del exterior a lo cobarde, sino una que te hará más intuitiva y más sensata y más punzante a la hora de mandar al Diablo, por ejemplo, a tanto bolsiclón de medio pelo que te tocará hallar en el camino, a tanto canto de sirena, a tantos seres desvencijados, doblegados, pusilánimes, oportunistas, estériles, de bastante o poca edad (los años son en verdad lo de menos) y a tantas encrucijadas que te exigirán optar, analizar, razonar, decidir, coger aire y lanzarte a tus conquistas. Esa coraza está hecha de saber, de información, de cultura. De cultura en mayúsculas, sin gríngolas ni poses, y se obtiene, se logra, se incorpora a tu manera de vivir únicamente aproximándote al vasto espectro de conocimientos y de ideas, de creación a fuerza de sacrificios y neuronas que otros han legado desde hace tanto para una chica como tú.
Como ya estarás olfateando, lo que pretendo sugerirte es que leas, como ahora, como ahora junto a mí en este café al que te traigo a menudo, y que pienses, y que viajes y que afines la mirada. A todo eso se aprende. No estás sola aquí, no eres una recién llegada al amasijo cultural sobre el que nos asentamos y del que provenimos. Otros han escrito y otros han contado. Trata de aproximarte a ellos. Ahí, justo ahí, es preciso que eches una ojeada atenta. Desde la prehistoria, pasando por las civilizaciones que de seguro trajinarás en el cole (quizás de modo fastidioso porque un profesor mediocre lo dispondrá así), hasta aterrizar en en Grecia, en Pericles, en todos esos pensadores fabulosos que nos mostraron maneras distintas de contemplar el mundo, de razonar, de aprehender la vida, como los presocráticos, y luego como los mismos Sócrates, Platón y Aristóteles. Nada menos.
Echa un vistazo a la historia, a la filosofía, a la literatura, a la plástica, a los idiomas, son la llave del cerrojo que te permitirá conocerte, meterte en tus adentros y entenderte un poco, y entender a los demás. Ésta es la vacuna contra la intolerancia, los fanatismos y los nacionalismos de cualquier pelaje, sinónimos de incivilización y de barbarie estúpida. Paséate por la Roma clásica, por el manto enigmático que se desprende de toda la Edad Media, asómbrate con el Renacimiento, admira a esa pléyade de hombres extraordinarios que vivieron juntos, por increíble que parezca, en un mismo y poco tiempo y en una misma geografía. Luego sumérgete en la Modernidad, en lo que venimos siendo de unos pocos siglos para acá. Como te dije hace un momento, no estás del todo sola, en el viaje hacia ti misma otros, grandes, muy grandes, te precedieron, estudiaron, reflexionaron, escribieron, tuvieron cosas que decir. Descúbrelos y léelos con ojo crítico. Nada es aceptable sólo porque lo dice el espítitu de autoridad, es fundamental dudar, así que duda de todo, y recuerda que dudar implica plantar cara al embauque de los demagogos, de los miserables, fruncir el ceño ante la idea engañosa del sofista, del charlatán, del culto de los dientes para afuera, que abunda siempre en cualquier parte.
Así te ayudarás a abrir los ojos, a ensanchar el horizonte, a disfrutar de lo sencillo. Te harás un favor ayudándote a aprender a pensar y a iluminar la ruta que escojas para ti. Mira el mundo, sonríe y míralo, porque no siempre todo es en verdad tan malo. Acércate a un abismo donde se acaba el camino y deléitate con una puesta de sol. Toma un café mañana, como lo haces hoy conmigo, y disfruta ese momento a plenitud. Conoce tu país, intenta increparlo, ponerlo de cabeza y escudriñarlo sin piedad, pretende comprenderlo, para que al final te des cuenta cómo el verdadero y único termina siendo el mundo mismo. Levanta la mirada y nota el cielo estrellado, cierra los ojos después y guarda esa belleza en tu interior, y compártela con alguien. Cuando ames demuéstralo, dilo, en su momento dilo sin temores. Aprenderás también que la vida es corta y expresar lo que sientes es un lujo y una maravilla que no vale la pena dejar para después.
Aprecia, en fin, lo que te rodea. Construye tu universo, tu presencia en él, y mientras ,sigamos aquí tú y yo, en esta mesa de café, leyendo, charlando, emocionados porque otras historias, las de nuestros libros, están con nosotros para hacernos más humanos.

2 comentarios:

Alana Márquez Reverand dijo...

Hermoso texto, me movió hasta las lágrimas. El mejor de los consejos que puede un padre darle a un hijo! Un abrazo.

roger vilain dijo...

Soy un padre, sí, y lo vivo a plenitud. Mis dos pequeños son mis ojos. He tratado de aconsejar, por supuesto. Imagino que leen esto a los trece, a los quince, a los dieciocho, entonces me invaden las interrogantes, las ganas de saber de qué ha servido, qué han elegido para ellos. En fin.