2/02/2012

El idioma español en la frontera



Conferencia pronunciada en 2008. Universidad de Roraima. Brasil.

Desde los inicios de la hominización, cuando el hombre dejaba atrás ciertos lastres que en efecto lo irían acercando a la condición de ser humano, contamos con un arma extraordinaria que sirvió para el hecho pragmático de comunicarnos. Ese instrumento, jamás utilizado por especie alguna, nos eleva y sustenta, nos otorga el distintivo esencial cuya impronta es la aprehensión del universo.
Me refiero, como habrán podido ya notar, al lenguaje articulado, eje sobre el que gravita la manera en que captamos el mundo y, además, única herramienta a la hora de fraguar el pensamiento organizado para expresarlo en palabras, en habla como particularidad individual íntimamente asociada con la libertad, con la comunicación entre los hombres. El lenguaje nos dio la posibilidad de pensar emociones, de definir sentimientos, de referirnos a los objetos, a los fenómenos, a las cosas, y sistematizarlos. El lenguaje, seguramente, permitió complementar el tejido en filigrana que implica todo pensamiento.
Así, más allá de la dureza con que la actividad diaria se llevara a cabo, por ejemplo, en los confines del paleolítico, hablar significó un paso gigantesco en la historia humana, es decir, hizo posible que la “caza” fuese mejorada debido a que las ideas en torno a ella se compartieran bastante mejor, o que una madre calmara a su crío como lo hace desde entonces: con arrullos y melodías trocadas en palabras, o que la magia de un hechizo surtiera su mejor efecto gracias al vehículo lingüístico que le daba forma.
El lenguaje, la capacidad para “decir y decirnos” de la manera en que sólo nosotros somos capaces, se abraza con el Prometeo que ha puesto al alcance de los hombres la sabiduría, la técnica, la razón hecha conocimientos. Lenguaje y sabiduría (y habría que añadir también, quizás, religión) constituirán los elementos que propiciarán la libertad con mayúsculas, esa idea trascendental que termina, según el mito prometeico, vinculándonos con las divinidades, con los fenómenos y objetos, y por supuesto con nosotros mismos.
En el Brasil, así como en cualquier otro lugar, la actividad cotidiana que nos empeña día a día, que con lentitud da forma a algo tan neblinoso y de perfiles poco delimitados como la “identidad”, martilla y cincela la cultura a la que pertenecemos, sembrada de cosas grandes, de gestas heroicas, o libros, o danzas, o canciones, o constructos filosóficos , pero también labrada a fuerza de pequeños hechos, de mínimas andanzas, de lo menudo, esas tareas, comportamientos y puestas en práctica que llenan de colorido y también de tonos grises cada minuto transcurrido en nuestra vida social. Existe en este plano una cultura brasileña y una cultura hispana quizás dándole forma a un factor menos concreto, menos evidenciable en el corto o mediano plazo, a diferencia de otros más al alcance de la mano en el sentido práctico del término, como la economía, el comercio, la globalización, la política, y de los cuales hablaremos más adelante.
Hablar en español, hablar en portugués: ambas lenguas suponen una cultura, el universo entero sobre sus espaldas, y en la medida en que se ponen en contacto, en esa misma medida el horizonte de unos vislumbra y es vislumbrado por el horizonte de los otros. La aceptación de la alteridad, esa cualidad tan necesaria y urgente para que los hombres no terminen entrematándose, aparece en todo su esplendor cuando apreciamos otro idioma, cuando nos metemos de lleno en la anatomía, en el sistema circulatorio de una lengua diferente, porque, entre otras cuestiones, ¿qué hago yo cuando en Venezuela, en mi ciudad, en mi universidad, en mi casa, aprendo portugués? No otra cosa que tener enfrente al otro, es decir a ustedes, y verlos, y estudiarlos, y conocerlos un poco, y aceptarlos.
Así como la lengua sirve y sirvió en sus inicios para un hacer tan práctico como comunicarnos, con el transcurrir del tiempo funcionó como depositaria cultural de un pueblo. “El lenguaje actúa sobre el tenor de nuestro vivir, y ya eso es suficiente para apreciar su gravitante poder”, ha escrito el poeta venezolano Rafael Cadenas. Cuando era estudiante de pregrado en mi país, en cierto momento tuve la necesidad de estudiar cultura brasileña. Los libros de texto hicieron lo suyo, prestaron el servicio que un libro académico suele brindar en tales casos: información, descripción, sistematización de saberes, clasificación. Pero lo que en realidad me permitió hasta cierto punto y pese a las traducciones beber un poco de lo realizado por ustedes fue el lenguaje. Leí traducciones, es cierto, pero también me aproximé, cometiendo errores e intentando leer como podía, a la lengua portuguesa a través del discurso literario, finalmente ese estadio de cualquier idioma donde puede hallarse lo mejor o lo peor, siempre en medio de un decir, de una fragua lingüística decantada a lo largo de siglos, a lomo de logros estéticos, filosóficos y de otros órdenes presentes en la buena literatura. Regreso al poeta Cadenas y me tomo la libertad de leer nuevamente sus palabras: “una conciencia del lenguaje es una de las mejores defensas frente a las fuerzas que presionan contra la individualidad (…) Ya se sabe que la lengua es como el armazón de toda la cultura (…) El lenguaje no sólo le da su rasgo más característico al hombre: también lo configura. El mundo va conformándose para el hombre según la imagen del lenguaje, y cada nueva precisión idiomática es al mismo tiempo un aumento, un enriquecimiento de su mundo (…) Podría afirmarse que, en gran medida, el hombre es hechura del lenguaje. Éste le sirve no sólo como medio principal de comunicación, para pensar y expresar sus ideas y sentimientos, sino que también lo forma. Está unido en lo más hondo a su ser; es parte suya esencial, propia, constitutiva. En cierto modo conocemos a las personas por su manera de usar el lenguaje. Éste nos revela más que cualquier otro rasgo”. Es esto último lo que pretendo hacer notar, la relación, la tan debatida relación entre nuestro lenguaje más acabado, ése que alcanza cotas de artisticidad, y lo que hemos construido en tanto individuos capaces de crear civilización.
Mario Vargas Llosa se aproxima bastante a la idea que pretendo hacer llegar: “las palabras reverberan en todos los actos de la vida, aun en aquellos que parecen muy alejados del lenguaje. Éste, a medida que, gracias a la literatura, evolucionó hasta niveles elevados de refinamiento y matización, elevó las posibilidades del goce humano y, en lo relativo al amor, sublimó los deseos y dio categoría de creación artística al acto sexual. Sin la literatura, no existiría el erotismo. El amor y el placer serían más pobres, carecerían de delicadeza y exquisitez, de la intensidad que alcanzan educados y azuzados por la sensibilidad y fantasías literarias. No es exagerado decir que una pareja que ha leído a Garcilazo, a Petrarca, a Góngora, ama y goza mejor que otra de analfabetos y semiidiotizados por los culebrones de la televisión. En un mundo aliterario, el amor y el goce serían indiferenciables de los que sacian a los animales, no irían más allá de la cruda satisfacción de los instintos elementales: copular y tragar”. Tal es el poder del lenguaje entre nosotros. En él se erige, reposa, vive lo que vamos construyendo desde que iniciamos el lento camino de transformarnos en humanos.
Antonio Cándido, en su Introducción a la literatura del Brasil, que tanto me sirvió en la Facultad, afirma claramente: “El sentido y la importancia de una literatura se hallan íntimamente ligados a la visión interna y a la visión externa que la misma determina (…) Visión externa es la que se constituye en la sociedad en general, o en otros ramos de la cultura, o en la vaga opinión colectiva, e incluso en la aparición de leyendas y mitos sobre los escritores (…) Podemos entonces sentir que la literatura brasileña va tomando cuerpo a medida que se depositan sobre ella olas sucesivas, y cada vez más fuertes, de conciencia literaria, ya provengan de los propios creadores, ora de la sociedad, ora, finalmente, de los extranjeros, lo que representa la fase culminante de definición y el test supremo de validez”.
Fue a través del lenguaje como me topé de bruces frente al universo cultural brasileño, recogido y expresado mediante el modo literario. Pero aunque disfruté de un Machado de Assis, de un Euclides da Cunha, de un Oswald de Andrade, de un Murilo Mendes, fue mucho lo que dejé de encontrar por el simple hecho de no hablar la lengua de ustedes. Hoy, en buena medida, estoy aquí para expresar que conocernos desde el idioma implica trascender cualquier traducción, por muy buena que sea, empinándonos hacia otros niveles de contacto en múltiples sentidos. Aprehender la lengua de este país, y aprehender el español en el caso de ustedes, si no es la forma más expedita de descubrirnos, constituye una manera extraordinaria de propiciar el abrazo entre nuestras sociedades. Las lenguas española y portuguesa en la frontera, por su proximidad y por el peso específico que poseen, hacen que en estos lugares la afinidad entre ambas culturas se eleve mucho más.
Propiciar el conocimiento de otra lengua supone el posicionamiento de un decir que se sitúa a partir del otro, visto como alguien que en función de sus concepciones sobre la realidad o el mundo nos emplaza, nos invita a pensar de otra manera, nos convida al diálogo. De algún extraño modo enseñar español aquí, y portugués allá, de donde vengo, pasa por el hecho fundamental de que los individuos lleven a cabo el reconocimiento y la incorporación de formas nuevas de decir y de entender a quien se tiene enfrente, propias de la lengua extranjera a la que intentan acceder.
Asimismo, cuando dos pueblos, o más de dos, entran en contacto, se crea además todo un contexto bajo cuyo marco entran en contacto igualmente las lenguas en cuestión. Ese es precisamente el caso del portugués y el español en la frontera brasileño-venezolana, lo cual acarrea consecuencias con múltiples complejidades y niveles de interacción. Es posible observar entonces los fenómenos típicos producidos en situaciones como ésta, es decir, fenómenos provenientes del uso de las lenguas (sustitución, alternancia), variedades de frontera, variedades de transición, así como interferencias y préstamos, fenómenos que valdría la pena estudiar y describir con profundidad y sistematización, en esencia porque a partir de ello sería posible observar variedades del español que se conocen poco o mal, se podrían observar del mismo modo las derivaciones que desde el plano lingüístico arroja el contacto entre el español y el portugués (y sería interesante incluir aquí las lenguas indígenas), estaríamos en capacidad de conocer las derivaciones sociolingüísticas del contacto entre el español y el portugués en la frontera, entendiendo por esto el multilingüismo, (diglosia, transculturación), todo lo anterior con la finalidad de concienciar acerca de la importancia de la enseñanza del español en la frontera y, lo que viene a constituirse en factor primordial de atención: repensar las estrategias de enseñanza considerando el contexto, los resultados de estudios lingüísticos en la zona y el concurso de expertos en la materia. La planificación de la enseñanza del español, tomando en cuenta el entrecruzamiento de variables como las mencionadas y trayendo a colación la situación específica de la frontera entre Brasil y Venezuela, noten ustedes que juega un rol preponderante cuando se trata de abordar temas como el que nos toca.
Por otra parte, la actividad económica, el intercambio de bienes, que cobra dinamismo inusitado entre quienes habitan sobre líneas fronterizas, son aspectos esenciales que vale la pena traer a colación. El crecimiento en Brasil (que como sabemos es el gigante económico del Sur) de empresas y movimientos comerciales cuyo dinamismo es evidente, otorga al español acentuada relevancia. El Mercado Común del Sur (MERCOSUR), al que pertenecen Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay, y al que muy posiblemente Venezuela se incorpore más temprano que tarde, fue creado entre otras razones para estimular el desarrollo, propiciar crecimiento, acrecentar los mercados para Brasil y asimismo colaborar en la consecución de la tan ansiada justicia social, siempre en función de los recursos particulares de cada región. Pues bien, ante semejante contexto y tomando en cuenta las implicaciones que desde la perspectiva lingüística conlleva todo esto, la enseñanza del español se multiplicó y tendrá que continuar profundizándose. No suena descabellado imaginar una por ahora hipotética unidad económica entre los países de la región, incluyendo la creación de una misma moneda para todos. El lazo entre las regiones fronterizas se fortalecerá, se hará más estrecho, pues a mayor intercambio de productos e intereses humanos aumentarán sin duda las inversiones y el contacto, incluido por supuesto, y de manera especial, el ámbito lingüístico.
En un mundo donde el fenómeno de la globalización es prácticamente indetenible, resulta necesario, de capital importancia, que países como los nuestros participen sin complejos, con el material que nos hace únicos, en la red de redes que supone la interconexión creciente, cada vez más acentuada, motorizada por las fuerzas globalizadoras. Sobre la base de esta idea Brasil, por ejemplo, se ha insertado en la geopolítica internacional y no hay razones para entrever que ello cambiará de buenas a primeras. El éxito a mediano y largo plazo de tal inserción depende en gran medida de la expansión y difusión del español entre ustedes. Depende en buena parte de cómo quienes dirigen este país viabilicen los mecanismos para facilitar su enseñanza, no sólo en áreas fronterizas, sino en el resto del territorio. En este plano la clave pasa por esforzarse, con ahínco, imaginación y energía, para que los brasileños conozcan un poco más, trascendiendo el manejo estrictamente técnico, la lengua española, por la sencilla razón de que esa realidad acercará bastante más a quienes le dan vida al MERCOSUR. Brasil, que estimula y recibe inversiones extranjeras cuantiosas, sabe que miles de sus habitantes son contratados por empresas españolas, argentinas, colombianas, y del resto de países de habla hispana, asunto que amerita hacer un alto y reflexionar sobre el español como lengua frente a esa realidad y su relevancia, la cual luce evidente. La creación de puestos de trabajo, el flujo indetenible en ese pasadizo de nacionalidades que es una frontera, amerita mirar con ojos especiales nuestro idioma en medio del escenario que procuro describir. El Mercado Común del Sur exige, so pena de un fracaso rotundo, que sus países miembros practiquen políticas de integración progresivas. La globalización empuja hacia ese horizonte, y si sabemos aprovecharla los lazos culturales y lingüísticos tenderán a cerrarse.
Una política lingüística en consonancia con los procesos globalizadores, específicamente considerando al español y al portugués, bien puede auspiciar felizmente el intercambio que en las fronteras ha venido dándose con intensidad y por razones obvias. Cuando me refiero a intercambio cultural quiero enfatizar en el entramado de experiencias, en la carga de significaciones, de simbologías, de concepciones, que una lengua nos permite vislumbrar en función de quienes la utilizan. La importancia de la enseñanza del español, considerando una aseveración como la anterior, trasciende la enseñanza sustentada nada más que en la practicidad instrumental. No se trata aquí de propiciar únicamente una lengua, especie de brazo mecánico, que permita acomodos para los negocios, el turismo o que funja como pasaporte internacional. Me parece que el aspecto neurálgico del asunto, sin menospreciar la condición mecánica aludida y que de por sí sirve para bastante, se orienta hacia la búsqueda de una enseñanza idiomática que ponga en contacto a un país con el otro en sus entrañas culturales a través del lenguaje. Tengo la fuerte convicción de que en la medida en que vayamos lográndolo, iremos también abrazándonos y dándole cabida a una integración no sólo económica, política o comercial, típica de la globalización, sino a estadios más profundos, a pulsiones ubicables más allá de la epidermis cultural de países como Brasil o Venezuela. Las regiones fronterizas, a este respecto, podrían ser un tubo de ensayo por demás estimulante, toda vez que aquí hallamos niveles de interconexión espontáneos y de mayor calado. La naturaleza de los pueblos de frontera, por su ubicación geográfica, por sus cercanías con los vecinos del otro lado, me atrevo a imaginar que facilitaría, en principio, labores de enseñanza de una segunda lengua con la intención mencionada: trascender la lengua instrumental.
Vale decir que mucho ganaríamos si el español fuese enseñado tomando en cuenta aspectos que rebasaran el mero hecho de brindarle al interesado sus rudimentos formales. Está muy bien, y resulta harto necesario el estudio de la gramática, el énfasis puesto sobre la arquitectura del idioma, asunto, además, que llevado a cabo mostrando su belleza interna resultaría de inmensa utilidad a la hora de evitar estampidas cuando de enseñar lenguas extranjeras se trata. La labor docente, como seguramente lo han vislumbrado ya, tiene en este punto un trabajo formidable. Pero ocurre que, y para lo que voy a decir me apoyo en el filólogo Ángel Rosenblat, quien viviera muchos años en Venezuela y quien dejó un legado riquísimo de estudios lingüísticos desde sus labores en la Universidad Central de Venezuela, ocurre, digo, que los docentes se preocuparon menos por aprender su lengua y empezaron a aprender gramática.
Me parece entonces que no se trata de reducir la enseñanza del español al muestrario de un rictus formal, acartonado, enclaustrado en cuatro paredes, casi como una caricatura del idioma mismo, como ocurre demasiadas veces en la escuela venezolana y como quizás pueda estar sucediendo cuando se pretende enseñar español en el Brasil. Haciendo eso estaríamos condenándonos a lograr muy poco, pues tendríamos que conformarnos con la pobre obtención de apenas la sombra de lo que buscamos. Disecar el idioma, si a ver vamos, y mostrarlo entonces a los hablantes de esta región supondría desperdiciar las enormes ventajas que la geografía brinda a ustedes a propósito de su condición de ciudad fronteriza.
En mi opinión se trata de intentar dar unos pasos más allá. El imaginario del español en Boa Vista, por ejemplo, tendría que aprovecharse, y para ello resulta inesquivable el estímulo a estudiarlo como algo que está vivo y que además nos dará vida. Hacer ver esto a quienes aprenden español de este lado de la frontera es esencial, ya que desde la pasión y desde el genuino interés probablemente sea más productiva la labor de enseñanza y aprendizaje. Se me viene a la memoria, supongo que por su parecido con lo que vengo diciendo (guardando las distancias, claro), el Liceo aristotélico, ese espacio usado por Aristóteles para adelantar sus propósitos intelectuales. Ahí el método peripatético al momento de enseñar funcionaba muy bien para el filósofo griego. Éste iba y venía con sus discípulos, paseaba con ellos, mostraba cosas, observaba otras, los disponía a la calle y a la plaza a la vez que impartía sus lecciones, discutía y abría el diálogo fecundo.
Un poco de eso le haría bien a la intención de enseñar español en una región cuya importancia es clave dada su ubicación geográfica. Por supuesto que copiar el Liceo sería cuando menos un despropósito anacrónico, un soberano disparate, pero sí creo que la lección aristotélica puede ser inspiradora. La idea es hacer vivir la lengua más allá de los salones, más allá de encerrarse bajo techo para intentar asirla, y para tal cuestión hace falta descubrirla entre la gente, en los mercados, con la población de a pie, entre los hermosos conglomerados humanos que bullen en y se confunden con nuestros pueblos fronterizos. Por eso Boa Vista resulta especial, por su cercanía con ciudades hispanohablantes.
Tengo la impresión y casi la certeza de que enseñar español en esta región de frontera tiene que llevarse a cabo con planteamientos didácticos distintos a los que se utilizan, por ejemplo, en Río de Janeiro o Brasilia, pues la realidad en la frontera, como creo que hemos vislumbrado ya, posee características propias que exigen un tratamiento particular, diferente al de otras geografías y otros contextos. Seguramente las regiones fronterizas necesitan de materiales, de técnicas especiales.
Las autoridades brasileñas y venezolanas bien pueden, vista la importancia de la enseñanza del español en una zona como el norte brasileño, ayudar en lo atinente a su enseñanza y, además, a la formación de los docentes requeridos para llevar adelante la tarea. Facilitar la importación de libros y no cejar en la producción de bibliografía y material de enseñanza con énfasis en las necesidades particulares de ustedes, los aprendices jóvenes y adultos. Los centros de enseñanza de la lengua, su creación, su mantenimiento, su difusión por todo el territorio, así como la puesta en práctica de instituciones culturales hispanobrasileñas, también serían aspectos a mi entender ineludibles cuando se trata de enseñar un idioma. En fin, que vale la pena, sustentados en la importancia capital del español en un lugar privilegiado como éste, pensar estas cuestiones, comprometerse con su desarrollo, aupar su crecimiento.
El español en la frontera conforma una realidad que no es conveniente pasar inadvertida, tiene particularidades que no deberían echarse a un lado, es decir, soslayar el marco referencial de la lengua española en un punto tan importante como el de las regiones fronterizas, sería un error que afectaría a los propios hablantes, a los aprendices del español, jóvenes y adultos, e incluso a quienes pretenden enseñarlo. Si una lengua permite abrazar una cultura, si se erige en vehículo por el que podríamos acceder al conocimiento de otros modos de concebir la vida, de concebir al otro, de concebir las aristas que nos hacen diferentes, y por eso únicos y por eso también humanos, entonces vale la pena el esfuerzo de incitar a conocerla, y para ello se hace indispensable la enseñanza, pensada, repensada, planificada, sistematizada. A ese universo que es una lengua, al que penetramos bebiéndola, sorbiéndola, de algún modo viviéndola, se refiere Álex Grijelmo cuando nos dice que “todas las lenguas son capaces de enredarse en nuestros sentidos y mostrarnos los sentimientos desnudos, los paisajes luminosos (…) El idioma constituye la expresión más fiel de cada pueblo, y por eso ningún otro idioma podrá definirnos (…) Muchos no podrían traducir jamás a otro idioma “mi viejo”, ni “sombrita”, ni celebrarán el día de los “muertitos” como lo vive un mexicano desde el momento mismo en que oye esa palabra, ojalá nunca terminemos diciendo “pequeña sombra”, “pequeños muertos”… con pensamientos extraños (…) Si tuvo razón Camus al decir que el idioma es nuestra patria, todos nosotros compartimos una nación sentimental con 400 millones de personas y con cualquiera de sus palabras o sus acentos, unidos por el pensamiento y con todos los colores de la piel”. Como hemos visto, el problema es mucho más que lingüístico: la importancia de la enseñanza del español en la frontera es un hecho evidente que tiene cabida nada menos que en el horizonte cultural entre como mínimo dos pueblos.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cadenas, Rafael. En torno al lenguaje. Caracas: UCV, 1994.
Cándido Antonio. Introducción a la literatura de Brasil. Caracas: Monte Ávila, 1968.
Grijelmo Álex. La seducción de las palabras. Madrid: Punto de Lectura, 2002.
Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras. Madrid: Punto de lectura, 2004.

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