6/19/2012

Caldo de cultivo



Chávez es un líder carismático. Sin entrar en rebuscamientos académicos, alguien con ese apelativo es capaz de hipnotizar a una serpiente. Significa que semejantes personajes manejan con maestría el arte de embolsillarse a los demás, siempre que los demás anden a punto cuando ciertos rasgos, muy bien tipificados por la Filosofía Política, estén presentes.
Si la democracia como sistema de gobierno (y es más, como sistema de vida) tiene materias pendientes en una sociedad, es decir, cuando el combate frontal a la pobreza y su prima hermana la exclusión fracasa con estruendo, cuando la educación formal se transforma en una estafa, cuando las condiciones de vida en general tienden a la baja en picada, la esperanza, ese factor aglutinador que tanta falta hace en un país, también cruje y aparecen fantasmas en el horizonte.
Me refiero a la esperanza que descansa en la democracia como el mejor modo de convivencia entre humanos. Si disminuye o se pierde, entonces se habrá puesto la mesa para los cantos de sirenas, para el bocón que chille más e insulte más a los culpables del desastre (esos políticos muy bien trajeados que sólo practican el robo y la mentira), y de ahí a la entronización del caudillo quedarán pocos pasos.
Latinoamérica, y Venezuela no es ni de lejos la excepción, es caldo de cultivo para la irrupción de populistas de cualquier pelaje, curiosos individuos que elevan la demagogia a niveles de abyección y destruyen en poco tiempo el frágil andamiaje democrático de nuestros países. La antipolítica entonces hace de las suyas mientras sube al escenario un embaucador generalmente resentido, ególatra hasta los huesos, predestinado por los dioses, por el destino y por la historia a salvar a la patria, al continente y al planeta de los demonios a la vista: la burguesía, los empresarios, el capitalismo, los gringos y hasta los extraterrestres.
En Venezuela ocurre hoy por hoy algo innegable. Hugo Chávez, mediocre oficial del ejército que intentó encaramarse en el poder vía golpe de Estado, luego convencido de participar en unas burguesas y aburridas elecciones porque su cuartico de hora estaba enfrente, anda a estas alturas que se va de vareta. No hay nada más patético que un caudillito en el ocaso de sus condiciones. Canta, pega brincos, hace chistes malos, insulta, ronca, muge, inventa payasadas, pero no convence, ya no engancha. Basta ver sus espectáculos un rato, es suficiente mirar cómo las plazas se van quedando solas mientras aprieta el acelerador de su histrionismo. La asfixia de la desolación acariciándole el pescuezo. Es un triste esfuerzo por revivir el pasado, por recordar sus mejores tiempos a lomo de saliva y lengua, de blablismo incontrolado, por insuflar de abstracciones antiimperialistas y consignas contra la Cía el ámbito de una campaña electoral que le va quedando inmensa. Pobre hombre.
Pero en el fondo Chávez no es el problema. Es una consecuencia lógica de éste. Ayer fue el teniente Coronel, hoy o mañana pueden ser Pedro Martínez o Agustino Pérez, gendarmes por la gracia divina y salvadores universales porque conectan que da gusto con las masas. Ahí se encuentra el detonante. Mientras nuestra educación pública siga teniendo mucho que envidiarle a la privada, mientras la inclusión social continúe siendo retórica que da votos en los Chávez que aparezcan a lo lejos, mientras el país se hunda con ahínco en la corrupción y la palabra democracia funcione poco más que para adornar bocas de políticos con pe minúscula y las de sus acólitos (ciertos intelectuales de pacotilla, complacientes, cobardones hasta la vergüenza, empresarios oportunistas, profesionales listos para medrar o venderse al mismo diablo si es preciso y un etcétera sumamente largo), en Venezuela habrá razones para temer porque, en algún momento, surja de nuevo la bota militar, el autoritarismo, el iluminado hecho con todos los poderes, el garrote en vez del diálogo civilizado.
Que nadie se engañe, aquí no se ha aprendido la lección. La sombra de Hugo Chávez está viva y coleando. Aún somos caldo de cultivo.

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