6/28/2012

El debate



Abro el periódico y alguien reclama un debate Capriles-Chávez. Los tiempos electorales son momentos de vitrina, de manifestaciones: todo candidato pretende mostrar sus fortalezas y ocultar debilidades. Valdría la pena ese careo.
Hugo Chávez es un tipo con el olfato político más desarrollado que ha pasado por aquí en años. Anda chamuscado hoy por hoy, desgastado y sin imaginación, pero, vivo como una ardilla, sabe que su fuerte es el lenguaje, siempre y cuando pueda controlar todos los contextos.
Me explico: hablar, hablar hasta por los codos le permitió hacer sus conexiones con las masas. Entre otras cuestiones, los líderes carismáticos son los marioneteros estrellas en el teatro de lo político, y Chávez ha manejado los hilos como nadie, encaramado en la tarima mediática hecha a su medida por la gente que lo secunda. Es el nicho perfecto para mostrarse en escena (no en balde su poder de encantamiento frente a una galería con hambre de esperanzas le ha arrojado dividendos fabulosos).
Pero otro asunto es un debate. En condiciones normales, en una democracia saludable, debatir, contrastar ideas, pararse frente a otros que aspiran llegar a la presidencia, y exponerse, supone un ejercicio sano, muy recomendable, pues éste permite observar con nitidez de qué está hecho cada quién, cuáles son sus ofertas, cuáles sus proposiciones y cómo son capaces de defenderlas. ¿Se imagina usted a Hugo Chávez en semejante trance?
Debatir exige, en primer lugar, un alarde de tolerancia, de humildad, de gallardía, de caballerosidad, de consideración por los electores, que está a años luz del teniente coronel. Segundo, exige además preparación, un poco de eso que llaman cultura, y comprender asimismo de qué va la democracia. Cuando alguien se considera un predestinado indispensable, cuando un candidato se cree el cuento de que más allá de él se acaba el universo, se viene abajo lo que existe, cuando ese alguien jura que es la encarnación de la justicia y de la historia, entonces debatir es rebajarse, es seguirle el juego a esos burgueses miserables, esos seres inferiores que no reconocen la verdad hecha persona aunque la tengan enfrente. Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un caudillito iluminado por el cedazo de lo democrático. Tercero, para debatir hay que tener algo que decir.
El presidente venezolano es un hablador de pendejadas. Usted le regala una tarde entera, digamos, le pone en las manos un micrófono a las dos peeme y lo va a soltar, júrenlo, pasadas las siete. Piense un momento en Chávez pegando un sujeto con un predicado, fabricando, coordinando aunque sean dos ideas interesantes y verbalizando el asunto en un minuto. Ja, si el tipo logra eso entonces yo soy un astronauta. Una vaina es decir que la Cía es mala, cantar Juan Charrasqueao, insultar a los apátridas que te adversan, bailar tango o reguetón en el púlpito de ese templo que labraste a tu imagen y semejanza, y otra medirte de tú a tú en esgrima intelectual con alguien en igualdad de condiciones. No, Chávez no va a debatir, y si lo hace barrerán la sala, el baño, la cocina y cuanto piso haya con él. La coleteada sería de antología y él lo sabe como nadie.
Hugo Chávez permanece en las mazmorras del pasado. Ha fracasado como militar y como funcionario público, sus pocas luces no le permitieron siquiera aproximarse a la condición de estadista. En el carbonífero ideológico, que es donde rumia helechos con otros brontosaurios entre nostalgias por la Guerra Fría, por la Unión Soviética o por su general Pérez Jiménez, se rodeó de impresentables tipo Lukashenko, Muhamar Gadhaffi, Ahmadiyenad o un bebé de pecho como Al Bashar. Nada menos. Tales son sus amistades, sus medallas y sus logros.
Debatir implica alardear con las ideas (en el mejor sentido de ese verbo) y en su caso las ideas se parecen a una masa viscosa, enmohecida, llena de telarañas. No, aquí no habrá jamás debate, únicamente soliloquio, cadenas, monólogo cansón y Chávez mirándose el ombligo mientras se cree Castro reloaded. Ojalá y sea por poco tiempo. Ojalá.

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