7/10/2012

Vamos siendo



El lenguaje nos hace y nos deshace aunque uno se empeñe en obviarlo. Damos mil vueltas, miramos para otro lado, alzamos los ojos al cielo y nada, dependemos de fonemas, de lexemas, de esa cosa que llamamos sintaxis. Las palabras, qué duda cabe, son el vehículo de las ideas.
El lenguaje nos da forma. Uno lo ve en las esquinas o en las escuelas. También en la barra, en el burdel, conversando con los curas y en medio de un templete. Por más que insistamos y por más que machaquemos, no hay camisa de fuerza para un objeto directo, un sintagma nominal, una oración yuxtapuesta copulativa. Pero somos tercos y ridículos, entonces comenzamos otra vez, nos arrojamos al abismo sin misericordia en la necia pretensión de represar la fuerza de una frase.
Y a la sazón vamos procurando ciertos monstruos. Tenemos algo de Frankenstein entremezclado con los tres cerditos. Somos creadores y a la vez ingenuos. En medio de un jolgorio, justo a la entrada de un bonche que se ve muy tentador, asumimos el rol del musculitos que en la puerta pide cédula, certificado de salud, juramento notariado de portarse bien. Tú sí, oye, tú no. Cogemos por el cuello a un adjetivo y ya sabes, cabroncete, lárgate por donde llegaste, o nos rendimos a los pies de sustantivos vacuos o parrafadas de lo más idiotas. Hay que ver.
Como si las palabras roncha o sobaco o chicharrón con arepas fueran sediciosas, apestadas, qué sé yo. No caben en el libro de poesía, son expulsadas de una tierra que también les pertenece. Como si pétalo fuera pétalo, o lágrima lágrima, o la frase cada día sube una flor a tus labios a buscarme fuera cada día sube una flor a tus labios a buscarme. No faltaba más.
En el frontispicio de la literatura todo vale, pero muchos pretenden colgar ahí el manual de uso, la receta impoluta para embutir cuentos, poemas y ensayos a lo salchicha. Se amasa el lenguaje, una pizca de sal, dos dedos de aceite, se corta así, se dobla allá, y el texto nace fulgurante, muy correcto, el colmo de lo literario. Tú sí, coño, pero tú no, que eres una preposición sin copete, que pareces un complemento circunstancial barriobajero, que tienes mucho de adverbio venido a menos y nada de plástico en las tetas.
Tengo la impresión de que a la mayoría los coge el toro del lenguaje y no se enteran. Habría que pararse ante el espejo y observar con atención. Mirar qué vamos siendo a fuerza de palabras, de sílabas, de párrafos que nos definen por todos los costados. A ver si nos gusta lo que hallamos. A ver si largamos esa sonrisa a lo Bogart y aquí estoy, nena, puedes irte desmayando. A ver si después nos sentimos tan lo que creemos.

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