8/03/2012

Dioses en la Tierra




No pude ver a Diosa Canales. Yo viajaba mientras la ninfa paseaba su cuerpazo por Upata y Puerto Ordaz. Nada, gajes del oficio, cuestiones de trabajo: ella en el suyo y yo en el mío.
Piernas de infarto, un metro no sé cuánto de carne hecha escultura, da la impresión de que Afrodita se equivocó de arriba a abajo y en vez de bailar en el Olimpo aterrizó por estas playas. Y uno feliz, claro. Para qué decir no, si sí.
Si vamos a hablar de arte, hoy en día lo divertido parece cuajar más que lo sesudo, sostiene Mario Vargas Llosa, aunque no necesariamente lo primero es refractario a lo segundo, o viceversa. ¿Pero quién va a contemplar a una Diosa, Canales para más señas, esperando que te explique el Tractatus de un tal Wittgenstein o la Crítica de la razón pura de ese aburrido que es Kant? Si llega a darse, si por un descalabro de las proporciones ocurre semejante aberración, paso por taquilla, que me devuelvan mis reales y a otro bar porque la noche es joven.
Mi admirado Vargas Llosa acaba de publicar un ensayo como los que me gustan: polémico, atrevido, audaz. Lo que se dice un coñazo en la nariz. En él frunce el ceño a propósito de los tiempos que corren. El simple espectáculo supera lo que décadas atrás sin dudas constituía factor clave en una obra de arte: rigor en la propuesta, profundidad en función de lo expresado, lo cual no llega abrazadito con cierta pirotecnia fácil o el fiasco de artilugios espectaculares para captar público sin mayores exigencias.
El mercado de opciones, de posibilidades, de ofertas en el plano de lo que uno paga para ver es plural, bastante más ancho y ajeno que lo evidente a la primera ojeada (esto lo digo yo), medio vacío o medio lleno según se vea, lo que está requetebién si consideramos aquello que siempre nos ha pateado la espinilla: cada cabeza es un mundo y muy bueno que así sea. No todo es arte, no todo es cánon a lo occidental y san, se acabó. Este planeta no es menos o más porque tal verdad se imponga y la civilización del espectáculo, según la conseja del peruano, pierde fuerza pues cada quien con su cada cual, así de sencillito, sobre todo si la Diosa de tus sueños debe estar tan clara como el agua, despejadita y lúcida como filósofa alemana: no le interesa para nada, qué demonios va a importarle a ella, o a mí en la media luz del escenario, soñando con la planicie de su vientre a pocos pasos, hacer arte o no hacerlo. Afrodita obsequia exactamente eso, un despliegue de música, sudor, poca ropa, feromonas, luces en el cielo, y su figura danzarina termina por ser golpe directo a los sentidos, chorro de adrenalina que te abrasa, te bendice, te deja patitieso, patidifuá, feliz entre cerveza y cerveza y el abismo entre ella y tú termina por aproximarse a dos milímetros. ¿Me comprendes Méndez?
De modo que en mi altar particular Diosa Canales hace de las suyas. La religión del erotismo humedece el pedestal desde el que lanza sus miradas lúbricas y yo, pobre terrícola, pobre mortal, feligrés absoluto o como se llame, soy equilibrista del deseo, trapecista de su cabellera, navegante de sus líquidos y sí, pago el tequila que brinda su espectáculo, y échemelo doble, compa, porque los dioses andan de juerga, deambulan como si nada por el patio, se sientan en mis piernas así sea por cuestiones de taquilla.

2 comentarios:

Juan Guerrero dijo...

Es la única vedette venezolana, atrevida, sanita de todo... menos del coco. Además, de El Tigre. Dicen que eternamente enamorada del hijo de un escritor que vive en Puerto Ordaz. Apuesto por ella.

roger vilain dijo...

Un abrazo, Juan, gracias por escribir. Deberías dirigir la revista Hola, Ja.