9/24/2012

Nueve años



    Hoy cumples años y estoy feliz. Empecé a escribirte hace seis, justo a tus tres, y ese hecho se ha multiplicado cada vez que un veinticinco de septiembre pasa por nuestras vidas.
    No sé con exactitud, ni mucho menos, qué será la felicidad, cómo definirla a modo de diccionario. Ni falta que hace. De lo que estoy seguro es de que puedo sentirla a fondo, más desde que estoy contigo, y me alegra, y me da paz, y me lleva a ti de una manera, digamos, parecida a un vientecillo que me invita a pensar, a imaginarte, a vislumbrarte de cara al presente y al futuro.
    Soy un privilegiado de cabo a rabo nada más que por vivir la experiencia de aprender de ti. Te lo he dicho antes: por lo general supongo que te enseño el mundo, que tomo tu mano y avanzamos juntos, pero resulta que me das lecciones de apreciación, es decir, eres mi maestra en el arte de mirar las cosas al revés, mirarlas no solamente como son sino además como podrían ser.
    Tu padre escribe, escribe textos, se da de bruces con la imaginación, juega con las letras, intenta decir cosas a través de la literatura. De eso, de poemas o ensayos o novelas o cuentos hemos conversado otras veces. ¿Pero sabes algo?, me has orientado, me has empujado a escribir mejor, a escribir con la piel y los ojos más abiertos, a encontrarme conmigo un poco más. Después de tu llegada sé cómo enfocar ciertas cuestiones, creo entrever qué pinta la Luna por su cara oculta, sé qué duendes corretean por nuestras habitaciones, y entonces les doy la mano, converso con ellos, llevo al papel cuanto descubro en la tarea. Tú eres mi ejemplo para semejante aprendizaje. Observándote capto la idea, doy con el hallazgo que me abrió otras posibilidades.
    Hoy cumples años, y más allá de los patines que deseas y el beso que siempre me pides y me das, quiero regalarte estos rasguños que son, ya sabes, mi forma preferida de expresar el agradecimiento que le debo a la vida porque estás aquí. El otro día, al salir de mi habitación a buscar un vaso de agua te hallé en la sala, tumbada en el sofá con la lámpara encendida. Leías. Ahí estabas, soñando, perdida entre párrafos y hojas, entre dibujos, letras, puntos y seguidos o signos de interrogación. Me acerqué a ti, se me ocurrió hacerte una fotografía con el teléfono que vi sobre la mesa, justo al lado del gato de madera que te gusta,  para luego echarme a tu lado y dialogar sobre el libro que tenías entre las manos, charlar de los misterios que te perturban el sueño, de las maravillas que de a poco vas saboreando en estos días (la vida no es un valle de lágrimas, eso no lo olvides nunca), de cómo un personaje literario tiene tanto de nosotros y al revés. Esa noche tuve la certeza, al verte devorando las páginas, de que no todo está perdido. El mundo, esto también lo has remarcado para mí, puede ser un lugar más vivible, más noble, más humano. Sacudes, renuevas, traes a colación mis viejas esperanzas.
    Y nada, nada, que ya va siendo hora de ir terminando y de decirte feliz cumpleaños, Camila, mientras te abrazo y te beso y subo a una nube al contemplar tu sonrisa de gato amarillo, que es como suelo llamarte en secreto con ese lenguaje inventado que a diario compartimos y que crece, crece, justo como una panza hinchada por tantos caramelos y helados y pasteles. Un beso, enorme, desde la escritura, únicamente para ti.

3 comentarios:

Roberto Echeto dijo...

Maestro, los hijos... Un gran abrazo.

Manuel Vásquez Carmona dijo...

Textos únicos Róger... Cada café del día, con los hijos rondando cada palabra, cada signo, sólo ellos lo convierten en algo mágico... Palabras sentidas y compartidas amigo Róger... Saludos y abrazos

roger vilain dijo...

Roberto, Ana, Manuel, los hijos son los colores intensos, briilantes, de todos nuestros días. Abrazos y mil gracias por leer y escribir.