9/10/2012
Un libro para el olvido
Entro con Camila a una librería y mientras ella va directo a su rincón preferido yo me dispongo a vagabundear por pasillos y anaqueles. Entonces un ejemplar me llama la atención: “Un día para siempre. Treinta y tres ensayos sobre el 4F”. Por un momento pienso que se trata de un debate, del ejercicio de esa esgrima intelectual que me gusta, que necesitamos tanto, que permite contrastar ideas, gozar con la defensa y el ataque a propósito de quienes se lanzan al ruedo de las discusiones bien llevadas. Cojo el libro y no, salta a la vista de inmediato que son textos masajéandose el ombligo. Lo edita el gobierno, forma parte de una colección denominada “4F, la revolución de Febrero”.
Que cuatro, diez o veinte hagan una colecta y publiquen sus panfletos, vale. A favor o en contra de lo que sea. Pero que ciertos fulanos usen lo que pago, lo que desembolsillamos todos en impuestos para que el Ejecutivo cobre y se dé el vuelto, es pésima manera de empezar a mostrar lo que los mueve. Examino un poco más eso que tengo entre las manos y me informan que la Red Nacional de Escritores y Escritoras Socialistas (¿por qué no también socialistos?) de Venezuela, tiene vela en el entierro. Digo ajá, muy bien. Ya en la portada se vislumbra buena parte de lo que viene, y para darle un sorbo a lo que viene se me ocurre hojear a fondo el ejemplar.
Recorro nombres, a algunos he leído. Hay gente inteligente ahí, joven, talentosa. Hay otros cuya obra es de dudosa valía, y hay aún más, individuos que han medrado, que supieron ser blancos cuando tocaba, o verdes si era el momento, o rojos según el viento. Una característica los distingue: el silencio, permanecer callados ante el desastre que reina en el país luego de catorce años de disparates revolucionarios.
Adornan con sus firmas ensayistas como Luis Britto García, Luis Alberto Angulo, Gustavo Pereira, Earle Herrera, Luis Alberto Crespo, Laura Antillano, entre otros. Así anda el patio. Leo, reviso, me pongo cómodo, observo: un compendio de escritos laudatorios, red impresionante de odas a un hecho criminal como el golpe de Estado del 92. No hace falta ser un genio para percatarse de que es un libro apologético, que ensalza y justifica aquella felonía de Hugo Chávez y sus secuaces. Es triste, grave y peligroso que intelectuales de todos los ámbitos sucumban ante el poder y se transformen en sus defensores automáticos, en sombras de lo que su naturaleza libertaria los llevaría en teoría a enarbolar, a resguardar con celo. Intelectuales orgánicos, ya lo sabemos.
Pereira abre el libro con una pieza maestra de fantasía y genuflexión: “La otra independencia”. Otra independencia, claro, que le debemos al militar apoltronado en Miraflores. No faltaba más. Se trata de un texto en el que es posible percibir con nitidez cómo ciertas ideologías pueden convertirse en gríngolas obligando a que la realidad se adapte a ellas y no al revés, según indica cualquier lógica digna de ese nombre. Leo este ensayo en su totalidad, quizás por ser el primero. A los demás basta con mirarlos de soslayo para que el tufo de la fiesta alrededor de la fecha patria inunde los rincones.
En un país cayéndose a pedazos, con museos destartalados, prácticamente inexistentes, con la política de cañería metiendo sus pezuñas hasta en el último reducto de lo que toca el Estado (cultura incluida, por supuesto). En un país cuyo gobierno en turno abofeteó toda meritocracia en función de un color y una franela, recentralizando, ahogando a niveles de asfixia el aparato administrativo y mucho más. En un país donde la clase política dominante ensaya proyectos sacados de la manga y del sombrero, generadores de mayor miseria, de mayor atraso, donde se confisca a placer, se acaba con propiedades, se retrocede a tiempos y a realidades que ya habíamos superado, se despilfarran sumas inimaginables de dinero con cada fiebre que sufre el comandante. En un país donde hay presos políticos, donde se persigue a periodistas y se cierran a discreción medios de comunicación, en un país donde explotan refinerías sin investigarse el por qué, donde se caen los puentes, se destruyó la vialidad, se pudren los alimentos, se producen más de ciento cincuenta mil muertes violentas en poco más de una década, se acaba la división de poderes y se endiosa a un mediocre entregándole el presente y el futuro de generaciones. En un país donde la educación es sinónimo de estafa, la inflación la más alta de América, la salud un lodazal, los apagones el pan de cada día, la corrupción una de las más abyectas del mundo, en un país donde el gobierno inventó el apartheid político más espeluznante de nuestra historia republicana (la lista de Tascón). En un país con tales indicadores cierto grupo no despreciable de gente vinculada al pensamiento, al arte, a la sensibilidad, escribe un libro para alabar a un gobierno militarista, autoritario, para enaltecer sus andanzas, para elevar al Olimpo de lo magno un hecho ruin como es todo golpe de Estado contra gobiernos libremente constituidos.
Para estos señores, supongo, hay golpes buenos y golpes malos. El de un bebé de pecho como Chávez fue magnífico. Imagino que para ellos hay dictaduras buenas (la de los angelitos Castro, por ejemplo) y dictaduras malas (la de un hijo de puta como Pinochet, pongo por caso). Tengo la certeza de que a buena tajada de la izquierda venezolana no le ha pasado por la corteza cerebral que con ideología basura y consignas vacuas, con alharacas y celestinaje, con caudillos entronizados porque les otorgaron un chequecito en blanco, no se accede al desarrollo ni se logran mejores condiciones de vida para los pueblos. Esa izquierda que ni olvida ni aprende, la izquierda caviar edulcorada con intelectuales sumisos, cómplices, ciegos y sordos por re o por fa, continúa nostálgica de la Guerra Fría soñando con un Stalin que venga a solucionar los problemas. Y bien gracias.
No es criticable ser de izquierdas, ni mucho menos, como no lo es ser de derechas. El abanico ideológico es amplio y variopinto. Lo que me parece despreciable es que un intelectual olvide lo que debería encarnar y defender con uñas y dientes: su condición contestataria, de librepensador, de observador implacable cuando se trata de escrutar el poder y denunciar sus desafueros.
Finalmente dejo el libro en su lugar y continúo mi paseo por las estanterías. Camila me mira y sonríe. Yo encuentro, feliz, las obras completas de Rafael Cadenas.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
Al fin y al cabo todo se hace polvo, material y virtualmente hablando. Basura que nadie recordará.
Existen libros olvidados antes de ser escritos.
Bien dicho. Contundente. Un abrazo para ti. Un texto crítico e inteligente.
Certera reflexión. Esos "comisarios" han vivido siempre del Estado. Sea antes como ahora. Gracias por tan inteligente y valiente postura, Roger.
Publicar un comentario