El mundo es un sitio misterioso. Uno va por la vida tranquilo, sin molestar
a nadie, sin dañar a la naturaleza, sin desear a la mujer del prójimo, y sin
embargo es testigo de cuanto rollo se empeñan otros en montar. Hay de todo.
Pero las cosas se
complican, lo mío va más allá. Los enigmas que en vano he intentado resolver sacan
la lengua, me señalan con el dedo y ríen a mandíbula batiente. La otra vez, sin
ir muy lejos, terminé de almorzar y al ir a la cocina por los multivitamínicos
la nevera yacía inerte, sin respiración. Un hilillo de sangre bajaba por las
comisuras de las puertas. Quedé mudo, como quien dice patitieso. Fue al rato
cuando llamé a los paramédicos quienes me informaron lo ocurrido: una embolia
cerebral dio al traste con el aparato.
Semanas después la
radio del carro enfermó de una gripe tan fuerte que devino en pulmonía. La tos
pastosa, como nunca antes, se colaba entre canciones de Shakira o la voz de
César Miguel Rondón en su programa de las siete. No había remedio, mi
radio, según las placas que ordenó hacer el neumonólogo que la trató, no estaba
como para superar ese mal así que, benévolo, giré el botón hacia la izquierda,
escuché el suave click del off, y acto seguido le cerré los ojos en un acto
piadoso que no quisiera repetir jamás.
Refiero lo anterior
para decir de una vez que mis electrodomésticos gozan de vida. El microondas, el
ayudante de cocina, la parrillera Oster,
todos, todos andan vivitos y coleando. En fin. Pero ni tiene que arquear las
cejas ni sonreír de ese modo burlón. No faltaba más. Haga el favor de quitar ya
mismo ese gesto entre sorprendido e indulgente: si afirmo que estoy rodeado de
objetos cuya vitalidad es indudable, es debido a que cada experiencia me otorga
por completo la razón.
Para no abundar en más
detalles, sólo diré que el mes pasado miraba la televisión y observé que respondía
a mis pensamientos. Si imaginaba un lago en medio de la hierba, con árboles y
flores, con cielo azul, pájaros y el viento tibio de las cuatro de la tarde,
entonces justo eso aparecía en pantalla. Si soñaba algún atardecer, igual. Si
pensaba en cuentas por pagar, en ciertas deudas que debo saldar en poco tiempo,
Patricia Janiot arrojaba la posible solución de mi problema. Mayte Delgado,
Claudia Palacios, Catherine Zeta Jones, Jorge El Curioso o los Backyardigans
atendían con diligencia las ocasiones en que mis neuronas saltaban de un asunto
a otro, y a otro, de modo que siempre terminábamos por acceder al diálogo
fructífero, enriquecedor, relajante hasta el sueño profundísimo. Confieso que temí
por la salud mental del LG pantalla plana, ya sabe, por eso de verlo convertido
en receptáculo de mis manías, preocupaciones, proyecciones psicológicas en
general, pero transcurrió el tiempo y comprobé con alegría que era de lo más
feliz así.
Tengo la certeza de
que algunos objetos tienen tanta vida como jamás supusimos, bastante más que
esa gente con mucho de tostadora, cafetera o licuadora en sus entrañas. El
mundo es un lugar lleno de enigmas, ya lo he dicho, por lo que tampoco me
asombro demasiado cada vez que llego a casa y noto cómo el mobiliario es
también un puñado de duendes danzarines.
No hay nada que
hacer. Este planeta se las trae pero sin dudas vale la pena estar en él. En
cuanto a mí, lo disfruto cada día que
pasa. ¿Qué me cuenta usted?
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