Conozco gente que no lee ni la prensa pero
tiene libros electrónicos. Me parece del carajo. Que la tecnología, la
virtualidad y demás adelantos por el estilo operen el milagro de que alguien, a
los cuarenta y tantos, se disponga a pasar los ojos por Ken Follet, Paulo
Coelho o V.C. Andrews, y ya no digamos que por Herman Hesse, García Márquez y
compañía, es un golazo de cabeza.
Pero los gusanos de la moda en bytes creo que hacen de las suyas. Coger
un libro termina en acto de caché sustentado por el artefacto que le sirve de
soporte, llámese Epson, Apple, IBM o qué sé yo, de modo que Cien años de soledad va a ser al
intelecto lo que Channel Nº 5 a nuestra sensible pituitaria: un olorcito que
durará poco.
No me malentiendan: cada quien vive a su
manera, lo que está requetebién, pero si de lecturas se trata (de formar
lectores, quiero decir), más nos vale evitar caminos verdes y educar desde la
escuela, desde la infancia, y enseñar a darle uso a las neuronas y a pegar un
sujeto con un predicado en forma coherente desde muy temprano, lo cual quizás
termine haciendo a tantos párvulos hombres y mujeres críticos, inconformes,
rebeldes, librepensadores, digo yo, a lo largo y ancho de la existencia, y que continúen, benditos
sean todos los dioses, los e-book albergando la biblioteca de Alejandría en pleno,
cuestión que se agradece siempre, no vaya usted a creer que uno es del
carbonífero en eso de las computadoras, los chips o la Internet.
Lo malo de la moda es eso, que pasa de
moda. Entonces Paulo Coelho se va justo por donde llegó, Follet retrocede hasta
desaparecer, y García Márquez se confunde con un vocalista del Binomio de Oro.
Tengo la impresión de que la educación es una vaina seria, asunto que si a ver
vamos incide en la forma de caminar de algunos, de calarse un sombrero otros, y
en lo que aceptamos o rechazamos a la hora de optar frente a ciertas
encrucijadas de la vida. Nada menos. Así que no me vengan con milongas: un e-book es un e-book, cosa más mona, pero una buena maestra de tercero es la
última Pepsi del Sahara, mira tú.
Decía la otra vez Umberto Eco que en el
siglo XVI Aldo Manuzio “tuvo la gran idea de imprimir libros de bolsillo, mucho
más fáciles de transportar. Nunca jamás se ha inventado un medio más eficaz,
que yo sepa, para llevar información. El ordenador, con todos sus gigas, tiene
que conectarse de algún modo a un enchufe eléctrico. Con el libro este problema
no existe. Lo repito. El libro es como la rueda. Una vez inventado, no se puede
hacer nada mejor”. Y yo sostengo desde mi ignorancia que tiene razón el buen
semiólogo, lo que me obliga de nuevo a suponer que vale más el gusano hecho
tinta y papel de una escuela en
Guasipati, que los aromas tardíos de la señora Channel, liviana y efímera como
toda moda que se respete. Qué se le va a hacer.
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