11/15/2012

Ser o no ser



    Me enamoré una vez de una chica que no estaba. Al andar cerca de mí ni la sentía, apenas vislumbraba su presencia, pero al irse a Italia ella comenzó a hacerse notar nada más que por su ausencia.
    Cosas así ocurren y ya, van ganando espacio como una enfermedad que te come por dentro y tú sin percatarte, y al fin, ya sin remedio, descubres la realidad que te aplasta como a un bicho.
    Con razón para muchos enamorarse es enfermarse (una enfermedad benigna, por supuesto). Fiebre, tos constante, taquicardias recurrentes. Ir al médico pronto fue un trámite sin consecuencias: descanso, algo para aflojar el pecho, cuidados con la dieta y tome, esto es para que suban las defensas.
    Las defensas, ajá. Resulta que puedes defenderte de ciertos atacantes ubicados en tu campo visual, puedes percibirlos con cierta antelación. Es factible, en fin, la defensa a propósito de un enemigo más o menos concreto que de algún modo está parado enfrente, pero jamás llevarla a cabo si el asunto cobra ribetes inimaginables. ¿Cómo atrincherarse para eludir la no presencia de alguien? ¿Qué es eso de escudarse en función de que ella estaría aquí, y cada vez con mayor fuerza, justamente por su ausencia?
    He tenido siempre la impresión de que existen hechos corriendo bajo el césped, por debajo de la mesa, subterráneos, abrazándose con otros para que por re o por fa termines involucrado, sin que te percates, en la nueva realidad que te coge por el cuello. Estaba enamorado de un vacío, andaba prendado de una huella, de esa forma que desaparece poco a poco una vez que el cuerpo se levanta del sillón y se aleja del cojín quedando sólo el hueco, el molde, la ausencia ahora visible, hecha fiebre con palpitaciones.
    Es curioso, pero termina uno por extrañar lo que nunca formó parte de lo cotidiano. Un fantasma es eso, un no sé qué poco explicable en relación con cierta existencia que no es. Suena complejo, suena rudo, ya lo sé, ni yo mismo logro comprenderlo, pero créame que a veces somos mucho más dados al guante que a la mano, a la fascinación onírica que a la realidad monda y lironda. En ocasiones estamos más pendientes del labial sobre la copa que de la boca en cuestión, o de la forma de sus glúteos llenando con valles y relieves esa falda colgada en el armario que de ella en carne viva, en carne y huesos. Qué le vamos a hacer.
    Estuve prendado de una chica que no estaba, y no estar era en efecto la presencia. Después, al paso de los años regresó, vino a mi lado. Ocurrió entonces que comencé a extrañar su ausencia, me enamoré esta vez del hueco que antes sentía tan a mi lado, tan conmigo, tan afín, tan ella. Me fui lejos, mandé al diablo toda cercanía hasta encontrar de nuevo la felicidad venida a menos. Otra vez se hizo notar porque no estaba. ¿Somos de lo más extraños, no? De lo más extraños, qué más da.

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