Me enamoré una vez de una chica que no
estaba. Al andar cerca de mí ni la sentía, apenas vislumbraba su presencia, pero
al irse a Italia ella comenzó a hacerse notar nada más que por su ausencia.
Cosas así ocurren y ya, van ganando espacio
como una enfermedad que te come por dentro y tú sin percatarte, y al fin, ya
sin remedio, descubres la realidad que te aplasta como a un bicho.
Con razón para muchos enamorarse es
enfermarse (una enfermedad benigna, por supuesto). Fiebre, tos constante,
taquicardias recurrentes. Ir al médico pronto fue un trámite sin consecuencias:
descanso, algo para aflojar el pecho, cuidados con la dieta y tome, esto es
para que suban las defensas.
Las
defensas, ajá. Resulta que puedes defenderte de ciertos atacantes ubicados en
tu campo visual, puedes percibirlos con cierta antelación. Es factible, en fin,
la defensa a propósito de un enemigo más o menos concreto que de algún modo
está parado enfrente, pero jamás llevarla a cabo si el asunto cobra ribetes
inimaginables. ¿Cómo atrincherarse para eludir la no presencia de alguien? ¿Qué
es eso de escudarse en función de que ella estaría aquí, y cada vez con mayor
fuerza, justamente por su ausencia?
He tenido siempre la impresión de que existen
hechos corriendo bajo el césped, por debajo de la mesa, subterráneos,
abrazándose con otros para que por re o por fa termines involucrado, sin que te
percates, en la nueva realidad que te coge por el cuello. Estaba enamorado de
un vacío, andaba prendado de una huella, de esa forma que desaparece poco a
poco una vez que el cuerpo se levanta del sillón y se aleja del cojín quedando sólo
el hueco, el molde, la ausencia ahora visible, hecha fiebre con palpitaciones.
Es curioso, pero termina uno por extrañar
lo que nunca formó parte de lo cotidiano. Un fantasma es eso, un no sé qué poco
explicable en relación con cierta existencia que no es. Suena complejo, suena
rudo, ya lo sé, ni yo mismo logro comprenderlo, pero créame que a veces somos
mucho más dados al guante que a la mano, a la fascinación onírica que a la
realidad monda y lironda. En ocasiones estamos más pendientes del labial sobre
la copa que de la boca en cuestión, o de la forma de sus glúteos llenando con
valles y relieves esa falda colgada en el armario que de ella en carne viva, en
carne y huesos. Qué le vamos a hacer.
Estuve prendado de una chica que no estaba,
y no estar era en efecto la presencia. Después, al paso de los años regresó,
vino a mi lado. Ocurrió entonces que comencé a extrañar su ausencia, me enamoré
esta vez del hueco que antes sentía tan a mi lado, tan conmigo, tan afín, tan
ella. Me fui lejos, mandé al diablo toda cercanía hasta encontrar de nuevo la
felicidad venida a menos. Otra vez se hizo notar porque no estaba. ¿Somos de lo
más extraños, no? De lo más extraños, qué más da.
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