El último pronunciamiento del Tribunal
Supremo de Justicia, avalando la tesis del continuismo oficialista, ha
producido con razón el levantamiento de numerosas voces condenando lo ocurrido.
Enhorabuena.
El gobierno de Hugo Chávez es dueño de una
legitimidad de origen empañada a medida que pasaron los años gracias a su
conducta en el poder. Es lo que se conoce como legitimidad de desempeño, venida
muy a menos sin lugar a dudas. Hoy no es un secreto para nadie que los poderes
públicos duermen la siestecita de los justos en el bolsillo del Ejecutivo y
que, en consecuencia, los debidos contrapesos volaron en mil pedazos. Todos los
equilibrios se fueron, pues, con su música a otra parte. Chávez ha hecho poco
menos que materializar buena parte de sus delirios, lo cual es una realidad de
la que aún no se desprenden las peores consecuencias. En tal sentido el perfomance del Tribunal Supremo no
sorprende, en esencia porque es un apéndice, un tentáculo más del gigantesco
pulpo en que se ha transformado el Estado venezolano, y actúa según la lógica
de intereses extrajudiciales.
No sé adónde irá a parar todo esto. Ignoro
cuál será el punto de fuga de unos hechos que, partiendo de incontables
violaciones a la
Constitución , tejieron un entramado cuya figura lamentable es
la Venezuela
de estos días. Pero sí tengo la certeza de que es necesario, urgente, señalar
las perversiones. Quienes se dedican al pensamiento, científicos,
profesionales, escritores, artistas, académicos, intelectuales de aquí o allá,
están llamados, entre otros, a lanzar la voz de alerta y plantar cara ante los
hechos. Es lo menos que se espera de ellos en una sociedad tan convulsa, de muy
frágil democracia, como la venezolana.
Las complicaciones y derivas
políticas, tragicómicas, dolorosas, inaceptables, que en determinados momentos
sufre un país cualquiera, pueden muy bien ser específicas e inherentes a
ciertas geografías a lo largo y ancho de este mundo, pero no hay que
equivocarse: éticamente demandan pronunciamientos, toma de conciencia, nos
tocan en tanto humanos y resulta imperativo actuar. ¿Y cómo actúa un
intelectual? Pensando, escribiendo, debatiendo, alzando su voz, su autoridad
moral y su quehacer para deplorar, para denunciar
las tropelías y desafueros del poder vengan del lugar que vengan. Lo
intelectuales demócratas tienen trabajo en Venezuela.
La herramienta clave de Chávez ha sido el
populismo, condición desafecta al progreso y a la libertad que ha brillado con
luz propia en los sesos hirvientes del caudillaje latinoamericano durante décadas. Es
usando tal moneda como logró socavar instituciones, engordar la corrupción hasta
hacerla una rémora constitutiva del país, y llevarlo, por ejemplo, a los
primeros lugares del club de naciones con mayor retroceso económico, inflación
o violencia callejera. El populismo, de vasta e ingrata presencia en nuestra
historia, es un formidable muro de contención frente a cualquier esfuerzo por
crear sistemas democráticos que gocen de buena salud y alienten el crecimiento
y el progreso cuando reina la pobreza. En el presente, la democracia venezolana
es una mascarada.
Mucha gente ligada a la cultura ha
permanecido callada, negando y justificando cuanto disparate sacó el mandón de
la chistera. Se trata de una frivolidad moral poco menos que impresionante, una
debilidad de carácter, de visión y horizonte democrático, de ausencia de
escrúpulos políticos a favor de una peligrosa manera de asir la ideología
socialista: como una verdad colectiva superior, dueña por lo tanto de la razón,
de la verdad y de la historia. Al ocurrir esto, el fin justifica los medios y
de ahí a inclinar la cerviz y quebrar lanzas por un ídolo político entronizado
con inciensos y demás sahumerios en el amplio santoral de los demagogos, hay
sólo un paso. ¿Por qué actúan de esa manera? Por comodidad u oportunismo, por
ceguera, por sed de poder o cobardía, y acaso por cierta ingenuidad difícil de
concebir a estas alturas.
Quienes han dado un golpe sobre la mesa y
lo continúan haciendo, esos que día y noche se atrevieron a manifestar lo que
pensaron, con alta voz, con claridad, y le han salido al paso a tanta torpeza,
a tanta locura trasnochada con una valentía sin cortapisas, es decir,
intelectuales incapaces de abdicar frente a su norte -la libertad-, seguramente
encontrarán ecos a sus voces. Ojalá mucho más en horas tan amargas.
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