1/17/2013

Populismo a la carta


    El último pronunciamiento del Tribunal Supremo de Justicia, avalando la tesis del continuismo oficialista, ha producido con razón el levantamiento de numerosas voces condenando lo ocurrido. Enhorabuena.
    El gobierno de Hugo Chávez es dueño de una legitimidad de origen empañada a medida que pasaron los años gracias a su conducta en el poder. Es lo que se conoce como legitimidad de desempeño, venida muy a menos sin lugar a dudas. Hoy no es un secreto para nadie que los poderes públicos duermen la siestecita de los justos en el bolsillo del Ejecutivo y que, en consecuencia, los debidos contrapesos volaron en mil pedazos. Todos los equilibrios se fueron, pues, con su música a otra parte. Chávez ha hecho poco menos que materializar buena parte de sus delirios, lo cual es una realidad de la que aún no se desprenden las peores consecuencias. En tal sentido el perfomance del Tribunal Supremo no sorprende, en esencia porque es un apéndice, un tentáculo más del gigantesco pulpo en que se ha transformado el Estado venezolano, y actúa según la lógica de intereses extrajudiciales.
    No sé adónde irá a parar todo esto. Ignoro cuál será el punto de fuga de unos hechos que, partiendo de incontables violaciones a la Constitución, tejieron un entramado cuya figura lamentable es la Venezuela de estos días. Pero sí tengo la certeza de que es necesario, urgente, señalar las perversiones. Quienes se dedican al pensamiento, científicos, profesionales, escritores, artistas, académicos, intelectuales de aquí o allá, están llamados, entre otros, a lanzar la voz de alerta y plantar cara ante los hechos. Es lo menos que se espera de ellos en una sociedad tan convulsa, de muy frágil democracia, como la venezolana.
    Las complicaciones y derivas políticas, tragicómicas, dolorosas, inaceptables, que en determinados momentos sufre un país cualquiera, pueden muy bien ser específicas e inherentes a ciertas geografías a lo largo y ancho de este mundo, pero no hay que equivocarse: éticamente demandan pronunciamientos, toma de conciencia, nos tocan en tanto humanos y resulta imperativo actuar. ¿Y cómo actúa un intelectual? Pensando, escribiendo, debatiendo, alzando su voz, su autoridad moral y su quehacer para  deplorar, para denunciar las tropelías y desafueros del poder vengan del lugar que vengan. Lo intelectuales demócratas tienen trabajo en Venezuela.
    La herramienta clave de Chávez ha sido el populismo, condición desafecta al progreso y a la libertad que ha brillado con luz propia en los sesos hirvientes del   caudillaje latinoamericano durante décadas. Es usando tal moneda como logró socavar instituciones, engordar la corrupción hasta hacerla una rémora constitutiva del país, y llevarlo, por ejemplo, a los primeros lugares del club de naciones con mayor retroceso económico, inflación o violencia callejera. El populismo, de vasta e ingrata presencia en nuestra historia, es un formidable muro de contención frente a cualquier esfuerzo por crear sistemas democráticos que gocen de buena salud y alienten el crecimiento y el progreso cuando reina la pobreza. En el presente, la democracia venezolana es una mascarada.
    Mucha gente ligada a la cultura ha permanecido callada, negando y justificando cuanto disparate sacó el mandón de la chistera. Se trata de una frivolidad moral poco menos que impresionante, una debilidad de carácter, de visión y horizonte democrático, de ausencia de escrúpulos políticos a favor de una peligrosa manera de asir la ideología socialista: como una verdad colectiva superior, dueña por lo tanto de la razón, de la verdad y de la historia. Al ocurrir esto, el fin justifica los medios y de ahí a inclinar la cerviz y quebrar lanzas por un ídolo político entronizado con inciensos y demás sahumerios en el amplio santoral de los demagogos, hay sólo un paso. ¿Por qué actúan de esa manera? Por comodidad u oportunismo, por ceguera, por sed de poder o cobardía, y acaso por cierta ingenuidad difícil de concebir a estas alturas.
    Quienes han dado un golpe sobre la mesa y lo continúan haciendo, esos que día y noche se atrevieron a manifestar lo que pensaron, con alta voz, con claridad, y le han salido al paso a tanta torpeza, a tanta locura trasnochada con una valentía sin cortapisas, es decir, intelectuales incapaces de abdicar frente a su norte -la libertad-, seguramente encontrarán ecos a sus voces. Ojalá mucho más en horas tan amargas.

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