X, escritor amigo, publica un libro cada
año. X crea historias que atrapan desde la primera línea, aunque para lograrlas
posee el más curioso de los métodos.
Justo cuando X me habló del asunto recordé
mi época de escuela, en especial el tercer grado. La maestra mandaba a leer a
diario por lo que cada quien, hubiera lluvias, truenos o centellas, se alzaría
como protagonista en su momento. Me explico: tarde o temprano tocaba subir al
escenario, es decir, pararse frente a los compañeros, abrir el tomo y leer el
cuento escogido. Yo lo hacía muy bien pero con una condición: llevar mi propio
libro. Si por casualidad lo olvidaba en casa era hombre muerto. Jamás, en aquel
lejano tercer grado, pude descifrar con solvencia cuanto hallaba escrito en los
textos, idénticos, de Pedrito, Luisito o Rafaelito.
X escribe en su Remington viejísima, lo
cual le da un aire de artista bohemio demodé y de dinosaurio fuera de contexto
poco visto en estos días. Mientras quienes se entregan a las teclas usan
computadoras de última generación, mi amigo echa mano del Typex y de su
maquinita. Caso contrario, afirma, resulta imposible escribir las tramas que
obviamente nacen de su imaginación, pero también de sus dedos. A falta de
máquina, para resultar coherente, usa bolígrafo o lápiz, pero nada más que los
suyos. Al ponerse a trabajar con instrumental ajeno de inmediato se da el
bloqueo, la parálisis, el blanco mental y digital incapaz de hacer a un lado
salvo con el regreso de la
Remington o hurgando en su escritorio hasta dar con el Mongol
Nº 2 o el Paper Mate Kilométrico Plus.
Así están las cosas. Entre X y yo media un
hacer (la escritura en su caso; la lectura en el mío) entrelazado por un virus
extraño. Un buen día cogí el libro Angelito
de Moncho, o el de Elena, ya no recuerdo con exactitud, y al pasar la vista por
las letras pude dar con los significados, encontré el desenlace feliz de tanta
letra junto a otra que únicamente aparecía cuando el Angelito en cuestión llevaba
una etiqueta que decía “Propiedad de: Roger Vilain. Colegio María Inmaculada.
Tercer grado A”. Cogí el libro de otro y se dio el milagro, leí a placer, vaya
uno a saber por cuales designios de la divinidad, del azar o del caos.
X sueña historias que luego echa afuera con
la punta de los dedos. Pero ahora mismo su máquina está descompuesta, le saltan
ciertas letras, el rodillo se trabó, y para remate es zurdo y acaba de romperse
el brazo izquierdo. La verdad es que a veces a cualquiera le caen las siete
plagas. El punto es que mi pobre amigo X no puede usar sus herramientas de
trabajo y me ha pedido contar a manera de conjuro un poco de su historia que,
como referí antes, de algún modo se da la mano con la mía.
Mejorará, claro, arreglará su Remington de
los cincuenta, continuará pariendo obras la mar de fabulosas y, por qué no, el
día menos esperado también lo hará desde una Laptop suya, de fulano o de
sultano, o de una Macintosh bañada de modernidad, o desde un bolígrafo
cualquiera. No me cabe duda, sólo es cuestión de tiempo. Un asunto de paciencia.
Mientras tanto ya he cumplido, aquí está el escrito que pidió. Ojalá sirva para
algo.
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