El lenguaje se parece a un bisturí, sirve
para abrir con precisión. A veces quien lo usa lleva a cabo una incisión
perfecta, donde pone el ojo pone la bala, pero en ciertas ocasiones termina
mutilándose a placer. Es lo que ocurre con el lenguaje gobiernero.
Porque claro, existe un lenguaje
gobiernero. Como ya lo han dicho los que saben, toda lengua está ahí para que
utilizándola develemos el mundo, le echemos el guante a la realidad, de modo
que es el instrumento con que intelectualizamos cuanto nos rodea. Y en ese
trayecto de ñapa nos perfila, nos define de algún modo. Hay una jerga médica,
otra jurídica, una relativa a los pedantes, otra hamponil, de alcurnia o
barriobajera, y así. Cada quien se mete en el lenguaje como puede, o al revés.
Cuando usted oye hablar a un político
venezolano, por esas ondas viaja información de lo lindo. Tengo un conocido que
sólo al escuchar treinta segundos a uno de estos ejemplares descubre su
filiación ideológica, su edad, su estatura intelectual, su talante para
perpetrar embauques o manifestar verdades, sus gustos culinarios, su partidito
político, sus anhelos más ocultos, sus pretensiones inmediatas y sus niveles de
caradurismo, todo sin márgenes de error. Resulta impresionante.
Pero decía que existe un lenguaje gobiernero
y como tal tiene sus características. ¿Alguna de ellas? Trocar lo cierto en
mentira y el embuste en realidad. Por ejemplo: es cierto que proclamaron a
Maduro Presidente pero es mentira que sin dudas haya obtenido los votos para
serlo. Y así mismo, es embuste que Nicolás haya llegado de segundo y es una
realidad que no estamos seguros de si de primero. ¿Comprende el trabalenguas?
Exacto, sí, exacto, si le cuesta descifrarlo usted entendió al pelo: tal es el
idioma revolucionario del siglo XXI.
Hugo Chávez fue el sumo
sacerdote. No por nada es Comandante Supremo y blablablá. Hizo de la lengua
el pináculo mayor de sus logros universales. Chacumbele es el apelativo que
Petkoff le regaló por su genio literario. Tranquilo, leyó bien, hablé de genio
y de literatura: Chávez transformó una simple charla callejera en el Gargantúa bolivariano: disparates por
donde la mires. Su hijo y heredero, el señor Maduro Moros, a la luz de esta
verdad ha hecho esfuerzos por atrapar el testigo que le arrojó Rabelais en
Miraflores. Sus millones y millonas, ese pueblo y hasta puebla que lo adora,
todo ese mar rojo está más que a la vista y a la visto, de modo (o moda) que
quien tenga dudas (y dudos, o lo que sea) va a tener que coger tanto odio como
odia y largarse (también largarso) con su música a otra parte pues no volverán,
ni volverón, y ni un paso atrás o pasa atrós, que no tengo idea de qué será
pero forma parte de la jerga que nos toca, tú sabes como son estas cuestiones.
Vaya viendo (y vienda) usted.
Entonces nada, que envidio las habilidades
de ese conocido mío, lince, águila, sabueso inequívoco a la hora de entrarle al
toro del lenguaje por los cuernos y desnudar a tanto hablador de pendejada y
pendejado. Yo hago el intento y en eso estoy, levantando la oreja, captando y
ya verán, un día de éstos termino por entenderlo todo, por vislumbrar un
montón, por ver la luz desde la lengua. En eso ando.
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