8/08/2013

A todos y todas, lectores y lectoras de este manuscrito y manuscrita

    El lenguaje se parece a un bisturí, sirve para abrir con precisión. A veces quien lo usa lleva a cabo una incisión perfecta, donde pone el ojo pone la bala, pero en ciertas ocasiones termina mutilándose a placer. Es lo que ocurre con el lenguaje gobiernero.
    Porque claro, existe un lenguaje gobiernero. Como ya lo han dicho los que saben, toda lengua está ahí para que utilizándola develemos el mundo, le echemos el guante a la realidad, de modo que es el instrumento con que intelectualizamos cuanto nos rodea. Y en ese trayecto de ñapa nos perfila, nos define de algún modo. Hay una jerga médica, otra jurídica, una relativa a los pedantes, otra hamponil, de alcurnia o barriobajera, y así. Cada quien se mete en el lenguaje como puede, o al revés.
    Cuando usted oye hablar a un político venezolano, por esas ondas viaja información de lo lindo. Tengo un conocido que sólo al escuchar treinta segundos a uno de estos ejemplares descubre su filiación ideológica, su edad, su estatura intelectual, su talante para perpetrar embauques o manifestar verdades, sus gustos culinarios, su partidito político, sus anhelos más ocultos, sus pretensiones inmediatas y sus niveles de caradurismo, todo sin márgenes de error. Resulta impresionante.
    Pero decía que existe un lenguaje gobiernero y como tal tiene sus características. ¿Alguna de ellas? Trocar lo cierto en mentira y el embuste en realidad. Por ejemplo: es cierto que proclamaron a Maduro Presidente pero es mentira que sin dudas haya obtenido los votos para serlo. Y así mismo, es embuste que Nicolás haya llegado de segundo y es una realidad que no estamos seguros de si de primero. ¿Comprende el trabalenguas? Exacto, sí, exacto, si le cuesta descifrarlo usted entendió al pelo: tal es el idioma revolucionario del siglo XXI.
    Hugo Chávez fue el sumo sacerdote. No por nada es Comandante Supremo y blablablá. Hizo de la lengua el pináculo mayor de sus logros universales. Chacumbele es el apelativo que Petkoff le regaló por su genio literario. Tranquilo, leyó bien, hablé de genio y de literatura: Chávez transformó una simple charla callejera en el Gargantúa bolivariano: disparates por donde la mires. Su hijo y heredero, el señor Maduro Moros, a la luz de esta verdad ha hecho esfuerzos por atrapar el testigo que le arrojó Rabelais en Miraflores. Sus millones y millonas, ese pueblo y hasta puebla que lo adora, todo ese mar rojo está más que a la vista y a la visto, de modo (o moda) que quien tenga dudas (y dudos, o lo que sea) va a tener que coger tanto odio como odia y largarse (también largarso) con su música a otra parte pues no volverán, ni volverón, y ni un paso atrás o pasa atrós, que no tengo idea de qué será pero forma parte de la jerga que nos toca, tú sabes como son estas cuestiones. Vaya viendo (y vienda) usted.
    Entonces nada, que envidio las habilidades de ese conocido mío, lince, águila, sabueso inequívoco a la hora de entrarle al toro del lenguaje por los cuernos y desnudar a tanto hablador de pendejada y pendejado. Yo hago el intento y en eso estoy, levantando la oreja, captando y ya verán, un día de éstos termino por entenderlo todo, por vislumbrar un montón, por ver la luz desde la lengua. En eso ando.

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