Un tío que era muy sano se pasaba la vida de
lo más enfermo. Nadie pudo hacerle ver que su dolor de espalda o la amigdalitis
permanente engordaban en su imaginación. Lo normal, pues, era estar mal de
salud aunque fuese un rozagante como nadie.
Me levanto, voy a la ducha, preparo el
café, tomo el desayuno, manejo hasta el trabajo. Hay que ver el chorro de acontecimientos
que ocurre con precisión de reloj suizo para que mi jornada laboral se dé todos
los días como si nada. La complejidad terminará ahogándonos un día de éstos. Lo
normal tendría que ser el caos a cada paso, porque se fundió la cafetera o
amanecí con fiebre alta o se descompuso el automóvil, pero qué va, de lunes a
viernes el escritorio, el cubículo del profesor, los seminarios y lecturas, la
universidad monda y lironda. Milimétricos
ajustes para que exista una rutina en cualquiera de sus variantes infinitas.
Todo es tan riguroso como inventado por un
filósofo alemán. Caminar, el simple hecho de dar un paso seguido de otro, por
ejemplo, exige que la trama sea mayor, sorprendente e inverosímil: mantener el
equilibrio, eso que llamamos andar, supone una cascada de sucesos extraños, de hechos
inauditos, incluso cómicos por lo extravagantes, como el líquido que cada quien
lleva en los oídos a fin de trasladarse sin problemas sobre ambos pies en línea
recta. El colmo de los colmos, diga usted si no.
Tengo un pariente mitómano cuyo mayor logro
es creerse de pe a pa lo que dice a los demás. Alguna vez sostiene que es
bombero, otras que es explorador, las más de las veces afirma que es psicoanalista
lacaniano y entonces el pobre acaricia a fondo la felicidad. Lo normal, claro,
es pensar que el bueno de mi primo es un desquiciado por donde se mire, la
excepción a la regla, pero lo cierto es que las excepciones abundan más que
ciertas generalizaciones, por mucho que usted o mi abuelita den patadas y
peguen todos los gritos al cielo.
¿Qué es más normal, la cosa en sí o lo que
cualquiera supone sobre ella? ¿Qué es más verdadera, la realidad tal como la
vislumbramos o el mundo según mi contraparte? ¿Cabe más en lo normal el
universo de lo concreto o el abismo de lo imaginario? Parece muy normal que la
Tierra sea plana, que la Luna sea un queso, que las nubes algodón, que el Sol
se mueva a nuestro alrededor, que un mango caiga al suelo cuando se desprende
de la rama. Lo normal, coño, sería verlo flotar, danzar plácidamente, dang, dang,
de aquí para allá sin estrellarse contra el piso. Pero es que el mundo es una
cosa seria, joder. Una cosa verdaderamente seria.
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