8/24/2013

No ha llegado aún

    “Hablando se entiende la gente”, dice el refrán.  Qué curioso, pero mientras más lo intento menos me comprenden, y viceversa.
    El lenguaje tiene sus recovecos, sus subidas y bajadas, guarda en medio de llanuras clarísimas cierta especie de vegetación frondosa que da al traste con el hecho particular, meridiano, que lo funda: comunicarnos. Entonces ya ves, cuando dices A otros terminan por entender B, y cuando ese individuo con quien compartes un café afirma C, resulta que captas todo lo contrario. Tú sabes, puedes ir teniendo pistas de a qué diablos me refiero. ¿Me comprendes Méndez?
    En cuestiones de la lengua y sus enredos existe un mundo habitado por seres de todos los pelajes. Entre ellos los mecánicos, pongo por caso. Llega la fecha de entrega luego de quince días con el carro reparándose porque el arranque estaba malo y zas, no, no se acabó el martirio sino que se requieren tres semanas más: es que el clima estuvo frío, al gerente le dolió una muela, hubo vientos fuertes y, para remate, la gigantesca mata de mamón de al lado del taller se vino abajo aplastando enseres, vehículos mal ubicados y demás objetos por el estilo. Qué carajos. Cosas de la vida, te dices, y entonces sacas pecho para aguantar lo que te espera. Los carpinteros, fíjate, también dan la pelea, y la dan fuerte, los herreros ni se diga, ¿y las aerolíneas?, ufff, se esmeran de lo lindo por llevarse todos los elogios. Pero los médicos, pobrecitos, una inmensa cantidad de médicos obtiene a pulso el  primero y el mejor de los lugares.
    Ocurre que se te hincha algo, o casi te asfixias por la tos, o los dolores de cabeza terminan por exprimirte los sesos, de modo que llegas al consultorio, lees la plaquita en la puerta (horario de consultas: lunes a viernes 8-12, 3-6), miras el reloj (9:45 am), preguntas por el fulano y la señora secretaria, peinadita y planchadita, solemnemente te informa que no ha llegado todavía. Lo de la solemnidad no es cuento: pone cara de haber chupado limón, se encarama al altar mayor de la catedral en que está segura que se encuentra y desde su púlpito baja la mirada, se inclina, te observa como a bicho raro y te lanza una frase a quemarropa. “El doctor no ha llegado pero va a venir”. Tú tratas de pedir explicaciones, de solicitar por el amor de Dios información menos abstracta, más cercana al pragmatismo que consiste en señalar la hora en que fulanito de tal hará acto de presencia y ella no señor, no ha llegado aún, es que no ha llegado pero ya vendrá, y tú dale, continúas, incluso haces señas, morisquetas, mímica para que se entere de que ya sólo quieres decir gracias, despedirte, solicitar la bendición divina y amén por los siglos de los siglos pero nada, es que oiga usted señor, el doctor no ha llegado, no ha llegado, es que no ha llegado pero espere porque por ahí debe venir. “Hablando se entiende la gente”, claro. Vaya cojones los de este refrán.
    Te vas, regresas en la tarde. 2:23 pm. Bañada en humo de sahumerios pontifica otra vez sin despegar la vista de la biblia, digo, de la revista Marie Claire, que Orijuela Pérez, o como se llame, no ha llegado porque tuvo un inconveniente. “Lo siento mucho, pero no ha llegado”. Miras de reojo la tablita de la puerta, observas por milésima vez el horario de consulta, entonces buscas, tratas, haces todos los esfuerzos por hablar, por entenderte con ella a punta de lenguaje, de refranes o de lo que sea y la sacerdotisa te detiene en seco: no ha llegado, señor no puedo hacer nada porque no-ha-lle-ga-do. Le preguntas si sabrá algo de su paradero, si vendrá algún día y alguna vez, si el hombre se halla en la ciudad, en el país o en el planeta, y entre bocanadas de incienso recibes otra vez lo tuyo: lo único que sé es que no ha llegado.
    Como el lenguaje hace tiempo dejó de funcionar para lo que supones que funciona, dices adiós, das la media vuelta y comienzas a desaparecer. Ella te llama, oyes esa voz como de trompeta salida del apocalipsis, se te acelera el corazón, hasta cierto punto te alegras porque quién quita, a lo mejor llegó justo cuando dabas la espalda y te largabas. Nítidamente escuchas la pregunta: ¿señor, regresará usted mañana? Nada, ahora sí, mañana sí, podrás mejorarte, podrás salir con las pastillas para la hinchazón, vas a quedar como nuevo. Respondes muy contento que claro, que estarás puntual al día siguiente, que necesitas tratamiento para lo que tienes. ¿Y cómo a qué hora llegará el doctor?, te atreves a susurrar. Ella, frunciendo el ceño y muy risueña, escupe sobre ti: ahí, mire, ahí, ahí en la puerta está el horario de consultas. 

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