2/14/2014

Salvadores de la patria y vidrios rotos

    La Venezuela del presente es un caso digno de observar con lupa: en el contexto latinoamericano ha aumentado de modo exponencial el número de países que optó por rutas de convivencia democrática, mientras el nuestro retrocedió hasta niveles que dábamos por superados. Craso error.
    El desarrollo, la civilidad, la democracia, son formas de vida en sociedad que se construyen todos los días, es decir, acceder a ellas supone un ejercicio manifiesto de educación continua, de ciudadanía y de vigilancia de las instituciones democráticas que, al menor descuido, corren el peligro de rodar cuesta abajo por el despeñadero. Venezuela ha experimentado tal verdad durante el bodrio revolucionario y las aristas más visibles del desastre son el autoritarismo, el militarismo, el pronunciado declive del respeto a los Derechos Humanos, los elevados niveles de toxicidad a propósito de las libertades ciudadanas, la escasez, la inseguridad en las calles, el pandemónium económico y el intento de instaurar un mega Estado con pretensiones de control total. El fósil político que desde hace mucho es la Cuba de los Castro tiene quien lo llore y quien lo emule.
    La camada gobernante en Venezuela, especie que brilla con luz propia entre la izquierda más retrógrada, lleva pegada de la frente la etiqueta que guía sus desafueros:  1.- esa curiosa  idea de que la historia hace a los hombres y no todo lo contrario (Marx entre ceja y ceja), 2.- la creencia religiosa en un Padrecito Stalin que venga a chasquear los dedos para acabar con los problemas y 3.- el convencimiento absoluto de que la razón, la verdad y la justicia se ubican por siempre de su lado. Semejante acto de fe, desde luego, constituye un prontuario tan peligroso como en gran parte superado (ahí está la izquierda de un Lula Dasilva, de una Bachelet o de un Mujica, sólo para quedarnos en Latinoamérica, con trinos rimbombantes de retórica ideológica para los radicales pero cargadas de sensatez y de visión moderna en el plano de los hechos). Resulta, qué duda cabe a estas alturas, el santo y seña clave para dar con la enfermedad del Tercermundismo, tan agudamente diagnosticada por Carlos Rangel en su momento.
    Quienes gobiernan este país, en consecuencia (hay que repetirlo mil veces para no olvidarlo), tienen la plena certeza de que el universo y sus alrededores obedecen a las leyes del materialismo histórico que tarde o temprano va a parir el Paraíso entre nosotros, de modo que ciertos daños colaterales (¿que no haya Harina Pan?, ¿que el papel tualé coja sus patas y se largue?, ¿que el país refleje números ardiendo por donde le metas el ojo?) son apenas cuestiones secundarias, pequeñeces, sacrificios que ante el pronto advenimiento de la Tierra Prometida bien vale la pena soportar. Lo demás es imperio, es la CIA, es gringo go home y es la ultraderecha internacional.
    La religión de los que pretenden gobernar aquí por los siglos de los siglos es monoteísta. Feligresía obediente y un Dios apoltronado en los altares, o sea, pueblo y comandante eterno, supremo, intergaláctico o como se llame, quien,  aterrizado en Palacio gracias a la burguesa democracia,  la socava desde sus entrañas hasta trocarla en parapeto, despanzurrándola a placer. Los valores universales caben y se subordinan entonces a la única verdad reinante: la del líder carismático. Existe, luego, sólo un sistema ético, cognoscitivo, universalmente válido, nada menos que el de los camaradas al mando. “Dentro de la revolución, todo. Fuera de la revolución, nada”. ¿Les suena?
    Lo anterior se corresponde con lo que Isaiah Berlin denominó monismo y al que impugnó con la valentía, rigor y honestidad intelectual que desplegó a lo largo y ancho de su fecunda labor académica. A tal concepción de los hechos sociales y de la vida misma contrapuso su idea de pluralismo, a saber y en resumidas cuentas, que no existe una única verdad y una única respuesta a las interrogantes y problemas que se nos plantean y que la multiplicidad de verdades, contradictorias entre ellas las más de las veces, pueden coexistir y hallar consenso, negando entonces categorías absolutas, tan caras a mentalidades y regímenes totalitarios. El pluralismo al que se refirió el pensador de Oxford, como se ve, es hilo fundamental del tejido democrático, base inexistente en la ideología y el dogma presente en quienes juran por estos lados tener a Dios tomado por las barbas.
    La Venezuela del presente vive uno de sus más duros momentos. A raíz de sendas marchas protagonizadas esta semana por los trabajadores de la prensa y por los estudiantes universitarios en todo el país, la represión y el bloqueo comunicacional recrudeció. El black out  informativo no ha tenido parangón. A través de las redes sociales numerosos estudiantes denuncian torturas y violaciones a los Derechos Humanos. Varios dirigentes políticos y líderes sociales, nacionales y extranjeros, piensan en la OEA y en su Carta Democrática Interamericana. Papel mojado, ya lo sabemos.
    El descalabro socioeconómico del país era una realidad que, más temprano que tarde, llegaría, sin importar las cifras astronómicas que por razones de factura petrolera abultaron tanto tiempo las arcas del Estado, permitiendo crear un espejismo de bonanza.  Sencillamente el chorro de petrodólares no alcanza para continuar llenando la piñata: Los tres chiflados, entremezclados con Alí Babá, obraron el milagro de hacernos más dependientes, más atrasados y más pobres. Es el rostro de aquel Mar de la Felicidad, sueño de un Chávez  genio de la demagogia, campeón universal del embauque como obra maestra.

2 comentarios:

Antolín Martínez dijo...

Sí, tan acertado el análisis de Carlos Rangel que Del buen salvaje... fue profético. Pero si fue profético eso también indica la condición absurdamente estática de la sociedad venezolana, su nula evolución.

roger vilain dijo...

No existen sociedades inmutables, Antonlín. Hay lecciones que deben ser aprendidas. Un abrazo.