4/05/2014

Proust y la parodia literaria

Hace algún tiempo mi querido amigo Carlos Yusti publicó un texto, para divertirse y divertirnos, en el que se propuso "escribir como sus amigos". Cuando me lo hizo llegar reí un montón y admiré mucho más su talento y su inmenso sentido del humor. Copio aquí un fragmento de lo que fue su regalo, a propósito de mi columna "Café del Día".

PROUST Y LA PARODIA LITERARIA 
Carlos Yusti

A Marcel Proust se le asocia por lo general con la actividad literaria llevada al límite. Enfermizo desde niño, estuvo de vago y bohemio gran parte de su vida. En esta etapa se dedicó a mirar pasar la vida a su alrededor sin perder detalle. Un día decide llevar todas sus observaciones al papel. Desde ese instante se convierte en un escritor metódico y constante. Su actividad como literato, a primera vista, parece alejada de cualquier requiebro superfluo, de toda peripecia relajada. No obstante, Proust recurrió a la parodia literaria para darle rienda a su ingenio y a su sentido de humor.

En el año 1908 un fraude se convirtió en la comidilla predilecta de los parisinos. Las anécdotas y chistes proliferaban como moscas irredentas en salones y tertulias. El fraude involucraba como protagonistas a Sir Julius Werner, director general de De Beer’s, una sociedad financiera dedicada a la explotación de minas de diamantes, y al técnico electricista Lemoine. Según se cuenta Werner y el técnico coincidieron en Londres. Lemoine le aseguró a Sir Julios que había descubierto un método para fabricar diamantes y el cual apenas requería solo de un horno, un crisol, carbón y algo de capital. Lemoine le hizo una demostración al crédulo Werner. Lemoine introdujo un carbón en un horno, le agregó una sustancia, movió un interruptor y al momento tenía un pequeño diamante genuino. A Werner le brillaron los ojos de codicia y de allí a entregarle dinero al técnico hubo un solo paso. Sir Julius fue entregando pequeñas sumas de dinero hasta completar la cifra de sesenta y cuatro mil libras esterlinas de la época.

Lemoine, para hacer creíble su timo, mostraba nuevos diamantes a su incauta víctima, pero se cuidaba de no revelar su técnica. Entonces, Sir Julius decidió apelar a los tribunales. Lemoine fue interpelado en presencia de abogados. Su abogado defensor fue nada menos que el mismo que asistió en su defensa a Richard Dreyfus. El asunto de los diamantes Lemoine encontró eco a nivel mundial.

El plan de Lemoine era enrevesado y audaz: consistía en hacer público su método, comprar el mayor número de acciones de la sociedad de De Beer’s cuando se produjera la gran baja que dicho anuncio provocaría. Luego vendería de nuevo las acciones tan pronto el mercado retornara a la normalidad. La investigación comprobó que los famosos diamantes fabricados en verdad fueron adquiridos por la esposa de Lemoine en algunas joyerías de París. La prensa se divirtió durante meses con el caso.

Proust siguió con atención el caso hasta que pudo verle el lado cómico y enseguida comprendió que aquel escándalo financiero parecía calcado de una novela de Balzac o de Flaubert o de cualquier otro autor en boga para el momento.

Cuando la estafa de los diamantes se hizo pública la parodia literaria vivía su mejor momento en diarios y revistas. Incluso Charles Müller y Paul Reboux habían publicado un suculento libro de imitaciones cómicas de escritores titulado “A la Manière de…”, que fue un éxito editorial.

Con estos antecedentes Proust, quiso “retratar este trivial caso jurídico”, como lo denominó en una de sus cartas, a través del estilo de otros escritores. Un caso tan absurdo requería un tratamiento igual. El primer grupo de autores incluidos fue Balzac, Emile Faguet, Michelet y Edmond de Goncourt. Las parodias se publicaron en el suplemento cultural de “Le Figaro”. El segundo grupo de imitados estaba conformado por Flaubert, Saint-Beuve y Renan, con el cual disfrutó tanto que el texto se ramificó más de lo esperado.

Las parodias de Proust se distinguen por la profundidad con la cual se mete en el estilo de los otros escritores. Mi preferido es la parodia a Michelet, autor al que Roland Barthes le dedicara un estupendo libro, debido a su gran nivel de virtuosismo. Proust, aparte de imitar esos ramalazos eruditos a los que acostumbraba Michelet, hace malabares con el modo rebuscado y poético. Vale la pena el inicio del texto: “El diamante puede extraerse a profundidades singulares (1.300 metros). Para conseguir la piedra, tan brillante, que es la única que puede desafiar el fuego de una mirada de mujer (en Afganistán, el diamante se llama “ojo de llama”) sin fin, habrá que descender al reino de la sombras”.

Para justifica sus parodias Proust argumenta: “En el caso de los escritores gravemente intoxicados por Flaubert, jamás recomendaré con el suficiente encarecimiento la purgante y saludable virtud de la parodia; es preciso que hagamos una parodia a plena conciencia, para evitar malgastar el resto de nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias”.

Todo esto me ha servido como base para acometer la parodia a varios de los respetables columnistas de este diario. Como no soy Proust, no tengo genio ni engreimiento para ello, recurro a mi vocación de lector traspapelado entre libros y bohemia, para escribir mis parodias donde, de forma impune, utilizo frases, giros y hasta palabras de los textos que pertenecen a los articulistas parodiados.

Mis parodias son un homenaje a Diana Gámez, Francisco Arévalo, Adón Soto, Roger Vilain, Abraham Salloun Bitar, Pedro Suárez, Juan Guerrero. También son un saludo efusivo a la escritura regular, y que por aparecer en el común papel del diario es subestimada por esos escritores serios, o de alcurnia, quienes no consentirían en bajar de categoría para ser leído por el hombre y la mujer de la cotidianidad diáfana y cruda. Para el escritor sin pruritos el periódico es una plaza para el diálogo y si Sócrates viviera sin duda escribiría en algún diario de provincias. Además, estos columnistas parodiados son unos estilistas a la hora de emplear el lenguaje, al momento de utilizar las palabras, cuestión que uno como lector agradece.

Proust se atrincheró en la parodia para relajarse un poco ante las tensiones que le producía la monumental novela que ocupó buena parte de su maltrecha existencia. Yo lo hago para deshuesar el estilo de mis amigos y para liberar la tensión de mi propio estilo que muchas veces se anquilosa, se agota hasta llegar a lo aburrido y convencional.

Cuando se escribe con regularidad para la prensa la tensión por escoger un tema a veces paraliza al columnista  y encoña todas las tentativas. Escribir es a veces una agradable zozobra. La parodia es el inigualable divertimento de ese trabajo creador que se llama escritura.

                                                      Té de la Tarde                  
                         PEDRO PICAPIEDRA EN LA ASAMBLEA NACIONAL
                                                      Carlos Yusti
                                              (A la manera de Roger Vilain)

El país, aparte de africanizarse, parece estar llegando a un grado de troglodismo prehistórico como nunca antes.

De las comiquitas de mi infancia, todavía algunas se trasmiten por televisión. Eran mi escape de la realidad. El coyote ideando trampas para capturar al correcaminos, el conejo Bus disfrazándose de mujer para engañar al bigotudo amargado y Pedro Picapiedra viviendo en un mundo prehistórico con su esposa Vilma y sus vecinos Pablo Mármol y Betty.

El país de pronto se ha caricaturizado. El paralelismo con las comiquitas de mi infancia Server es patética por lo exacta: Chávez, ese inefable agente viajero, se ha convertido en el Coyote que proyecta cada día las trampas más inverosímiles contra el referéndum, especie de correcaminos siempre calentando la calle. El presidente no se disfraza de mujer, sino de Pavo Lucas y encaramado en una moto despista a la bigotuda oposición. Pedro Picapiedras se instala en la Asamblea Nacional y en vez de argumentos reparte insultos, golpes o patadas.

Poco a poco nos vamos enterando: Venezuela es un lugar donde el primitivismo político ha tomado el rol protagónico. Por donde el ojo logre encontrar una abertura para ver algo de luz, recibirá un mazazo de oscuridad. La vida aquí es una zozobra antidiluviana. No obstante, creo que el país bien vale un esfuerzo.

Para vivir requerimos de la memoria, necesitamos esa sala de espejos de los recuerdos para ver esa parte de nuestra infancia donde la realidad era menos árida, donde la Upata de mi niñez era un crepúsculo con pájaros volando en el cielo: un sueño cayendo como las hojas en la plaza Bolívar. Lo artístico que tiene la vida se impondrá siempre a las ansias destructoras del hombre. Lo ético y lo poético por encima de esa pasión salvaje que quiere regresarlo todo a la prehistoria. Einstein lo dijo en una oportunidad: con todo este despliegue nuclear la última guerra podría ser con palos y piedras. Me da por creer que este momento prehistórico que vivimos es un mero accidente. Ojalá y no me equivoque, ojalá seamos capaces de reconocer la flor que crece con insistencia entre las piedras.


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