PROUST Y LA PARODIA LITERARIA
Carlos Yusti
A
Marcel Proust se le asocia por lo general con la actividad literaria llevada al
límite. Enfermizo desde niño, estuvo de vago y bohemio gran parte de su vida.
En esta etapa se dedicó a mirar pasar la vida a su alrededor sin perder detalle.
Un día decide llevar todas sus observaciones al papel. Desde ese instante se
convierte en un escritor metódico y constante. Su actividad como literato, a
primera vista, parece alejada de cualquier requiebro superfluo, de toda
peripecia relajada. No obstante, Proust recurrió a la parodia literaria para
darle rienda a su ingenio y a su sentido de humor.
En
el año 1908 un fraude se convirtió en la comidilla predilecta de los parisinos.
Las anécdotas y chistes proliferaban como moscas irredentas en salones y
tertulias. El fraude involucraba como protagonistas a Sir Julius Werner,
director general de De Beer’s, una sociedad financiera dedicada a la
explotación de minas de diamantes, y al técnico electricista Lemoine. Según se
cuenta Werner y el técnico coincidieron en Londres. Lemoine le aseguró a Sir
Julios que había descubierto un método para fabricar diamantes y el cual apenas
requería solo de un horno, un crisol, carbón y algo de capital. Lemoine le hizo
una demostración al crédulo Werner. Lemoine introdujo un carbón en un horno, le
agregó una sustancia, movió un interruptor y al momento tenía un pequeño
diamante genuino. A Werner le brillaron los ojos de codicia y de allí a
entregarle dinero al técnico hubo un solo paso. Sir Julius fue entregando
pequeñas sumas de dinero hasta completar la cifra de sesenta y cuatro mil
libras esterlinas de la época.
Lemoine,
para hacer creíble su timo, mostraba nuevos diamantes a su incauta víctima,
pero se cuidaba de no revelar su técnica. Entonces, Sir Julius decidió apelar a
los tribunales. Lemoine fue interpelado en presencia de abogados. Su abogado
defensor fue nada menos que el mismo que asistió en su defensa a Richard
Dreyfus. El asunto de los diamantes Lemoine encontró eco a nivel mundial.
El
plan de Lemoine era enrevesado y audaz: consistía en hacer público su método,
comprar el mayor número de acciones de la sociedad de De Beer’s cuando se
produjera la gran baja que dicho anuncio provocaría. Luego vendería de nuevo
las acciones tan pronto el mercado retornara a la normalidad. La investigación
comprobó que los famosos diamantes fabricados en verdad fueron adquiridos por
la esposa de Lemoine en algunas joyerías de París. La prensa se divirtió
durante meses con el caso.
Proust
siguió con atención el caso hasta que pudo verle el lado cómico y enseguida
comprendió que aquel escándalo financiero parecía calcado de una novela de
Balzac o de Flaubert o de cualquier otro autor en boga para el momento.
Cuando
la estafa de los diamantes se hizo pública la parodia literaria vivía su mejor
momento en diarios y revistas. Incluso Charles Müller y Paul Reboux habían
publicado un suculento libro de imitaciones cómicas de escritores titulado “A
la Manière de…”, que fue un éxito editorial.
Con
estos antecedentes Proust, quiso “retratar este trivial caso jurídico”, como lo
denominó en una de sus cartas, a través del estilo de otros escritores. Un caso
tan absurdo requería un tratamiento igual. El primer grupo de autores incluidos
fue Balzac, Emile Faguet, Michelet y Edmond de Goncourt. Las parodias se
publicaron en el suplemento cultural de “Le
Figaro”. El segundo grupo de imitados estaba conformado por Flaubert,
Saint-Beuve y Renan, con el cual disfrutó tanto que el texto se ramificó más de
lo esperado.
Las
parodias de Proust se distinguen por la profundidad con la cual se mete en el
estilo de los otros escritores. Mi preferido es la parodia a Michelet, autor al
que Roland Barthes le dedicara un estupendo libro, debido a su gran nivel de
virtuosismo. Proust, aparte de imitar esos ramalazos eruditos a los que
acostumbraba Michelet, hace malabares con el modo rebuscado y poético. Vale la
pena el inicio del texto: “El diamante puede extraerse a profundidades
singulares (1.300 metros). Para conseguir la piedra, tan brillante, que es la
única que puede desafiar el fuego de una mirada de mujer (en Afganistán, el
diamante se llama “ojo de llama”) sin fin, habrá que descender al reino de la
sombras”.
Para
justifica sus parodias Proust argumenta: “En el caso de los escritores
gravemente intoxicados por Flaubert, jamás recomendaré con el suficiente
encarecimiento la purgante y saludable virtud de la parodia; es preciso que
hagamos una parodia a plena conciencia, para evitar malgastar el resto de
nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias”.
Todo
esto me ha servido como base para acometer la parodia a varios de los
respetables columnistas de este diario. Como no soy Proust, no tengo genio ni
engreimiento para ello, recurro a mi vocación de lector traspapelado entre
libros y bohemia, para escribir mis parodias donde, de forma impune, utilizo
frases, giros y hasta palabras de los textos que pertenecen a los articulistas
parodiados.
Mis
parodias son un homenaje a Diana Gámez, Francisco Arévalo, Adón Soto, Roger
Vilain, Abraham Salloun Bitar, Pedro Suárez, Juan Guerrero. También son un
saludo efusivo a la escritura regular, y que por aparecer en el común papel del
diario es subestimada por esos escritores serios, o de alcurnia, quienes no
consentirían en bajar de categoría para ser leído por el hombre y la mujer de
la cotidianidad diáfana y cruda. Para el escritor sin pruritos el periódico es
una plaza para el diálogo y si Sócrates viviera sin duda escribiría en algún
diario de provincias. Además, estos columnistas parodiados son unos estilistas
a la hora de emplear el lenguaje, al momento de utilizar las palabras, cuestión
que uno como lector agradece.
Proust
se atrincheró en la parodia para relajarse un poco ante las tensiones que le
producía la monumental novela que ocupó buena parte de su maltrecha existencia.
Yo lo hago para deshuesar el estilo de mis amigos y para liberar la tensión de
mi propio estilo que muchas veces se anquilosa, se agota hasta llegar a lo
aburrido y convencional.
Cuando
se escribe con regularidad para la prensa la tensión por escoger un tema a
veces paraliza al columnista y encoña
todas las tentativas. Escribir es a veces una agradable zozobra. La parodia es
el inigualable divertimento de ese trabajo creador que se llama escritura.
Té de la Tarde
PEDRO
PICAPIEDRA EN LA ASAMBLEA NACIONAL
Carlos
Yusti
(A
la manera de Roger Vilain)
El
país, aparte de africanizarse, parece estar llegando a un grado de troglodismo
prehistórico como nunca antes.
De
las comiquitas de mi infancia, todavía algunas se trasmiten por televisión. Eran
mi escape de la realidad. El coyote ideando trampas para capturar al
correcaminos, el conejo Bus disfrazándose de mujer para engañar al bigotudo
amargado y Pedro Picapiedra viviendo en un mundo prehistórico con su esposa
Vilma y sus vecinos Pablo Mármol y Betty.
El
país de pronto se ha caricaturizado. El paralelismo con las comiquitas de mi
infancia Server es patética por lo exacta: Chávez, ese inefable agente viajero,
se ha convertido en el Coyote que proyecta cada día las trampas más
inverosímiles contra el referéndum, especie de correcaminos siempre calentando
la calle. El presidente no se disfraza de mujer, sino de Pavo Lucas y
encaramado en una moto despista a la bigotuda oposición. Pedro Picapiedras se
instala en la Asamblea Nacional y en vez de argumentos reparte insultos, golpes
o patadas.
Poco
a poco nos vamos enterando: Venezuela es un lugar donde el primitivismo
político ha tomado el rol protagónico. Por donde el ojo logre encontrar una
abertura para ver algo de luz, recibirá un mazazo de oscuridad. La vida aquí es
una zozobra antidiluviana. No obstante, creo que el país bien vale un esfuerzo.
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