Mañana tuve una idea y ayer la voy a
concretar. A veces el pasado está a la
vuelta de la esquina, entonces pisas el acelerador para avanzar, para hacer más
corta la distancia entre el hoy y el ayer, de modo que la bruma desaparece poco
a poco, las telarañas caen desvencijadas, el polvo abandona muebles y
anaqueles.
Pienso en el mañana, qué delicia, y las
imágenes brillan con ahínco: los ochenta, mi infancia en los setenta, los
Beatles una década antes, la caída de Pérez Jiménez, la dictadura gomecista, el
siglo XIX y demás señas. Mañana tuve una idea y ya sabes, como todas las ideas ésta
lleva el fuego de lo posible, el pleno ayer en sus entrañas. El otro día,
martes de la semana próxima para hablar con propiedad, a un amigo se le saltaron
las lágrimas recordando el porvenir, dejando adrede que la nostalgia invadiera algunas
reminiscencias, tiempos que vendrán, épocas con el sabor picoso y añejo del
futuro.
Tuve una idea, mañana tuve una idea que
estoy seguro cumpliré en el mediano plazo, en un pasado, fíjate, no muy
distante, porque una cosa sí que es cierta, te duermes en los laureles y te lleva
la corriente, te aplasta el tremedal, así que más vale pensar en el pasado, en
tu pasado y lo que esperas realizar en él hasta desearlo incluso con los huesos,
luchar a brazo partido, conquistarlo sin excusas vanas.
En
más de una ocasión he escuchado que la esperanza es lo último en
perderse. Sé muy bien que esta sentencia encierra una verdad cargada de utopía,
saturada de entusiasmo. Imaginar la vida dentro de diez, veinte, treinta años,
vislumbrar ese pasado luminoso, echar de menos el futuro que mañana mismo, ahí,
a la vuelta de la esquina, era un presente con bastante gris y poco rosa, todo
esto, digo, es el acicate para labrar a pulso épocas antañas, prueba tajante,
inobjetable, de que lo mejor comienza apenas, de que lo pretérito se acerca
indetenible y te muerde los talones, viene, te empapa con su promesa bien
trajeada.
Cada vez que hurgo en el futuro doy por
sentado que la historia es un trabajo para fontaneros, es decir, mueves una
tuerca aquí, das unos martillazos por allá, al punto de abrirle paso a la memoria
como si fuese un desagüadero. Se forman espejismos, claro, zonas de
incertidumbre quieta, inamovible, que el mañana se encarga de encajarte entre
ceja y ceja. La verdad sea dicha: de
fontanero sólo un poco, de dinamitero todo. Construir los tiempos idos a fuerza
de mandar al diablo esa parálisis metida de cabeza en el futuro
pluscuamperfecto que viviste hace tantos años ya.
Las décadas entrantes quedan para la
historia, bolitas de naftalina haciendo de las suyas. Lo cierto es que si te
empeñas el ayer ofrece su mejor semblante, previo plan de conquista al más
cojonudo estilo de un orfebre. El futuro ya pasó, eso lo sabes, pero del pasado
recoges en las manos la utopía y la distopía, lo posible y lo imposible, lo que
sin dudas, escríbelo, llegará para ti, de manera que cinco lustros hacia atrás
y plaf, accedes a tu particular nirvana, a tu realidad soñada, siempre y cuando
el esfuerzo y el sudor y toda la parafernalia. Mañana tuve una idea y ayer la
voy a concretar, créeme. Cuestión de empecinarse un poco y agarrar el toro de
lo que se fue por los cuernos. Siempre guardé mis esperanzas en un pasado
mejor, pues él nos pertenece como el sudor a los poros, el guante a la mano o
el lomo de gato a la caricia. Mañana tuve una idea, júralo. Ayer la voy a
cumplir. Punto.
1 comentario:
Somos viajeros del tiempo. Tenemos atrapado, como un genio en una botella, el pasado con todo su mobiliario y los adornos cambiantes. Tenemos un futuro que dibujamos a nuestro antojo. Solo nos atrapa el presente, inexorable, inflexible, rígido. Pero entre pasado y futuro viajamos a nuestro antojo, sin pasar por el presente (ni cobrar 200).
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