6/24/2014

Mañana soñé contigo

    Mañana tuve una idea y ayer la voy a concretar.  A veces el pasado está a la vuelta de la esquina, entonces pisas el acelerador para avanzar, para hacer más corta la distancia entre el hoy y el ayer, de modo que la bruma desaparece poco a poco, las telarañas caen desvencijadas, el polvo abandona muebles y anaqueles.
    Pienso en el mañana, qué delicia, y las imágenes brillan con ahínco: los ochenta, mi infancia en los setenta, los Beatles una década antes, la caída de Pérez Jiménez, la dictadura gomecista, el siglo XIX y demás señas. Mañana tuve una idea y ya sabes, como todas las ideas ésta lleva el fuego de lo posible, el pleno ayer en sus entrañas. El otro día, martes de la semana próxima para hablar con propiedad, a un amigo se le saltaron las lágrimas recordando el porvenir, dejando adrede que la nostalgia invadiera algunas reminiscencias, tiempos que vendrán, épocas con el sabor picoso y añejo del futuro.
    Tuve una idea, mañana tuve una idea que estoy seguro cumpliré en el mediano plazo, en un pasado, fíjate, no muy distante, porque una cosa sí que es cierta, te duermes en los laureles y te lleva la corriente, te aplasta el tremedal, así que más vale pensar en el pasado, en tu pasado y lo que esperas realizar en él hasta desearlo incluso con los huesos, luchar a brazo partido, conquistarlo sin excusas vanas.
    En  más de una ocasión he escuchado que la esperanza es lo último en perderse. Sé muy bien que esta sentencia encierra una verdad cargada de utopía, saturada de entusiasmo. Imaginar la vida dentro de diez, veinte, treinta años, vislumbrar ese pasado luminoso, echar de menos el futuro que mañana mismo, ahí, a la vuelta de la esquina, era un presente con bastante gris y poco rosa, todo esto, digo, es el acicate para labrar a pulso épocas antañas, prueba tajante, inobjetable, de que lo mejor comienza apenas, de que lo pretérito se acerca indetenible y te muerde los talones, viene, te empapa con su promesa bien trajeada.
    Cada vez que hurgo en el futuro doy por sentado que la historia es un trabajo para fontaneros, es decir, mueves una tuerca aquí, das unos martillazos por allá, al punto de abrirle paso a la memoria como si fuese un desagüadero. Se forman espejismos, claro, zonas de incertidumbre quieta, inamovible, que el mañana se encarga de encajarte entre ceja y ceja.  La verdad sea dicha: de fontanero sólo un poco, de dinamitero todo. Construir los tiempos idos a fuerza de mandar al diablo esa parálisis metida de cabeza en el futuro pluscuamperfecto que viviste hace tantos años ya.
    Las décadas entrantes quedan para la historia, bolitas de naftalina haciendo de las suyas. Lo cierto es que si te empeñas el ayer ofrece su mejor semblante, previo plan de conquista al más cojonudo estilo de un orfebre. El futuro ya pasó, eso lo sabes, pero del pasado recoges en las manos la utopía y la distopía, lo posible y lo imposible, lo que sin dudas, escríbelo, llegará para ti, de manera que cinco lustros hacia atrás y plaf, accedes a tu particular nirvana, a tu realidad soñada, siempre y cuando el esfuerzo y el sudor y toda la parafernalia. Mañana tuve una idea y ayer la voy a concretar, créeme. Cuestión de empecinarse un poco y agarrar el toro de lo que se fue por los cuernos. Siempre guardé mis esperanzas en un pasado mejor, pues él nos pertenece como el sudor a los poros, el guante a la mano o el lomo de gato a la caricia. Mañana tuve una idea, júralo. Ayer la voy a cumplir. Punto.

1 comentario:

Antolín Martínez dijo...

Somos viajeros del tiempo. Tenemos atrapado, como un genio en una botella, el pasado con todo su mobiliario y los adornos cambiantes. Tenemos un futuro que dibujamos a nuestro antojo. Solo nos atrapa el presente, inexorable, inflexible, rígido. Pero entre pasado y futuro viajamos a nuestro antojo, sin pasar por el presente (ni cobrar 200).