7/20/2014

Cosas raras

    La verdad es que las cosas cobran forma según el lente con que echemos el vistazo. Estoy de acuerdo: si algo es A o es B en función de mi capacidad para enfocar, entonces yo soy yo y mis circunstancias. Ortega no lo pudo ver más claro.
    Pero como toda regla dejaría de serlo si no llevara colgando del pescuezo su excepción, a veces uno, por mucho que entienda y suponga que en ciertos episodios incluso las excepciones superan numéricamente a las reglas, termina sorprendido por tanta cuestión rara que nos magulla la nariz.
    Yo, por ejemplo, tengo la costumbre de hablar solo. Demasiadas veces, cuando me da por fumar y contemplar o cuando alguna mortificación más honda me rasguña las entrañas, termino en voz alta sopesando variables y analizando rutas a tomar. Créame que el método es de lo mejor, cartesiano hasta los huesos. Voy a explicarme de inmediato: antes me bastaba con un paso menos en el procedimiento, es decir, llevaba a cabo lo que hasta entonces consideraba muy común y muy normal a la hora de enfrentar dificultades: problema+charla conmigo mismo= solución X, Y ó Z. Los resultados, claro, también eran de lo más normales. A veces llegaba la luz y se me iluminaban las entendederas, y en ocasiones   -debo decir que las más de las veces-  el producto de la ecuación me ponía enfrente la fatalidad en carne viva. Nada oculto bajo el sol.
    Pero vaya usted a saber por cuáles designios de la divinidad opté un buen día por autodiscutir, autocharlar, autorrebatir y autoargumentar en voz alta, y zas, casi de golpe los asuntos comenzaron a aclararse, los caminos a despejarse, las fabulosas soluciones a atravesarse, de modo que no me pareció práctico hacer a un lado de buenas a primeras tamaño descubrimiento. Hoy en día en los cafés, en las panaderías, a medio andar entre la casa y la oficina, pienso en voz alta cada quebradero de cabeza en procura de la rápida fortuna, en espera de la solución ideal para cada inconveniente. Nuevo mecanismo: problema+charla conmigo mismo+ levantamiento de la voz= P, donde P es el mejor de los resultados posibles. Diga usted si no vuelo ahora de lo aventajado.
    Pensar en voz alta, como se ve, es una maravilla, salvo por el desagradable hecho de que cualquiera pasa, te ve, y listo, eres  ya un  loco para siempre desde ese mismo instante. Te quedas con las tejas flojas para el resto de la puta vida. Fíjate que la gente es más rara de lo que uno suele imaginar. Yo soy yo y mis circunstancias, eso lo sé, razón por la que justamente debería importarme un rábano que me crean loco o majareta o chiflado o perturbado  y la madre que los parió. Pero oye, que el jaleo no es tan así. Entonces me da por suponer que esa verdad ortegueana anda escondida, como la mayoría de las verdades en este valle de lágrimas, y hay que sudar la gota gorda y buscarla hasta debajo de las piedras para que termine haciendo de las suyas.
    En cuanto a mí, pues vuelvo y digo, yo soy yo y mis circunstancias, así que al diablo con cada transeúnte que se erige en juez y en carcelero. Y ni qué hablar, con todo y eso sigo imaginando rarezas: hablo solo en la mesa del café y la pareja de al lado me observa como si anduviera desnudo, pero hablo solo mientras duermo y aquí no ha pasado nada. Hablo solo y por casualidad me observas y sales corriendo en busca del psiquiatra, pero hablo solo en la ducha mientras me enjabono y la vida sigue siendo color rosa. Sostengo, contra el universo entero y contra quienes juran lo contrario, que hablar solo en voz alta, lo he comprobado hasta el hartazgo, es tan normalito como hablar solo mientras piensas, no me vengas a estas alturas con que no. Quién lo hubiera imaginado: la cordura o la locura mediadas por un golpe de voz, vaya sumidero demencial.
    Como yo soy yo y mis circunstancias he llegado a la soberana conclusión de que hablar solo en silencio sí que es la perfecta variante de la locura colectiva. Son más los desquiciados practicándola comparados con quienes usan con soltura mi particular puesta en escena. Las estadísticas no se equivocan. Ahora mira, ja, a quién se le volaron los tapones y a quién no. Cosas raras, qué más da. Cosas sumamente raras.

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