7/10/2014

El descoñetamiento

    Jorge Giordani ha explotado. No pudo más. En una carta a su jefe se quita las pepitas de la lengua para entonar sus verdades a ritmo de pasodoble. No llegó al nido de sus últimos quince años para hacerle el juego a los mediocres, qué va, y hoy en día, según su cantaleta, va siendo hora de poner algunas molotov. ¡Bum!, qué personaje tan lleno de coraje.
    El cuento del yo no fui es comodín fabuloso para torear bien sean lloviznas o tormentas, de modo que la epístola del monje loco se abraza al redoble de la negritud que ya tenemos encima. Parece que el señor vislumbra cielos encapotados y prefiere poner las barbas en lugar mojado: amigos, todo andaba lindo hasta que llegó Maduro.
    Si lo que dice en su panfleto es cierto, entonces Giordani no es menos que un vulgar cómplice. Casi tres lustros disponiendo e inventando a su antojo lo hacen corresponsable del desastre económico que Hugo y sus secuaces obsequiaron al país. Maduro, pobrecito, aún con el campeonato de torpeza que se ha embolsillado a punta de talento, no pudo lograr tierra arrasada en seis meses. Tal saco de gatos es herencia de Hugo Chávez, amo y señor de la cabeza más disparatada entre las muchas que adornan el jardín florido de la izquierda retrógrada continental. No es concha de ajo. Giordani, sin que le tiemble un pelo de la vergüenza que alguna vez debió tener, reconoce en su misiva la podredumbre del gobierno, el desagüe institucional del Estado. ¿En qué lugar se encontraba mientras tanto? Construyendo el Paraíso Terrenal, no cabe duda.
    Entonces uno se rasca la cabeza y se pregunta: ¿cuáles polvos trajeron estos lodos?, y entonces uno se continúa rascando y se responde: en primer lugar el liderazgo mesiánico, de la mano con el populismo más atroz, y en segundo la  fe ciega en alucinaciones tipo Socialismo del Siglo XXI. Sigue el interrogatorio: ¿a quién se le ocurre tal delirium tremens?, a un superfilósofo apellidado Dieterich. ¿Y quién se presta a hacerlo realidad? El señor Chávez, no faltaba más, con el espaldarazo de un genio cuyo nombre es Jorge, mira qué cuchi va saliendo todo. Ceresole, Fidel Castro y la pléyade de estrellas que ha sido el alto gobierno a lo largo y ancho del manicomio chavista pusieron el resto.
    La carta de Giordani tiene mucho de esa condición que atraviesa a cuanto político brilla en la constelación de gobiernos manirrotos e irresponsables en Latinoamérica. Me refiero a la pésima costumbre de culpar a otros por las miserias particulares. Todo tercermundista lleva en el chaleco su lista de culpables, desde Estados Unidos, pasando por el mundo desarrollado en pleno y hasta los extraterrestres, si el caso lo amerita. Una excusa también es una magnífica razón.
    El yo no fui giordianesco cabe en la palma de la mano. Entonces usted se lo acerca a los ojos, lo hurga, le mira el pelaje gris para luego comprobar que un país hecho añicos, que el descoñetamiento espeluznante del que hoy somos beneficiarios pasa por un par de hechos que desde el Ejecutivo nos magullan el alma: ineptitud y desvergüenza, con la ñapa de un  cinismo hundido hasta los huesos. La primera es más que obvia, putrefacción inherente al gobierno revolucionario desde que se apoltronó en Miraflores, y la segunda es parte y consecuencia de la anterior, es decir, la ineptitud a flor de piel, monda y lironda, sin guayucos u otros taparrabos imaginables.
    No voy a llenar estas cuartillas con cifras y datos que dan cuenta de Chávez y Maduro como gamelotes de la administración pública. La patética realidad venezolana es una lápida que pesa un universo, el mismo que en tantas ocasiones quisieron concretar los hermanitos Castro, los Pol Pot, los Stalin de este mundo y que terminó pulverizado y pulverizándolos. Escribo más para el mañana, para mis hijos, para decirles únicamente que en asuntos de  Estado son necesarios estadistas, y que una nación, para salir adelante, tiene alguna vez que desprenderse a dentelladas de tanto enano intelectual, de tanto demagogo pretendiendo labrar el Paraíso en sólo cuestión del tiempecito que se les regale en el poder, el máximo posible, por supuesto,  y sin contrapesos que fastidien la misión celestial para la que lógicamente nacieron. Chequecito en blanco que con puntualidad de reloj suizo otorga una y otra vez la gente en estas geografías sin que se les mueva una hebra de la cabellera.
    Hay que aprender las lecciones, sacar pecho, alzar la frente y continuar. Venezuela parece hacerlo al estilo paquidermo, de modo que aún  -y quién sabe hasta cuándo-  chapoteamos en semejantes lodazales. Un  día estos señores tendrán que refocilarse en Cuba, en Corea del Norte o en ese lugarejo que el buen Dante dibujó tan divinamente bien. Todos son uno y lo mismo. Saque usted sus conclusiones.

1 comentario:

Antolín Martínez dijo...

Igual que esta "gente" ha acabado con nuestra capacidad de asombro, también está acabando con los comentarios que uno pueda hacer. No parece haber justicia divina. No hay forma ni manera de que la gente salga de su obnubilación. Tampoco hay forma de que los opositores se aclaren y tomen estratégica e inteligente distancia con el régimen. Se parece a un juego de dominó trancado.
Que se volteen las piezas para ver quién tiene más puntos.