Recuerdo la primera vez que me invitaron a dar clase en la Universidad Complutense de Madrid. Fue hace ya unos cuantos años. Mi querido amigo Felipe González Muñoz, catedrático de griego de esa Universidad, me invitó a hablarles a sus alumnos de un tema que me ha apasionado desde siempre y que he estudiado bastante. Me dio la oportunidad de hablar de la tradición clásica en el pensamiento de la Independencia venezolana, es decir, de cómo la lectura de los clásicos griegos y latinos influyó en las ideas políticas de nuestros Libertadores.
Recuerdo la impresión que tuve al llegar a la Universidad. El aula estaba en los primeros pisos del viejo edificio de la Facultad de Filología en Ciudad Universitaria. Me impresionó ver en el vestíbulo un gran panel de mármol negro con los nombres de los estudiantes caídos en la Guerra Civil defendiendo su Universidad. Ya en el aula, un amplio ventanal dejaba ver bajo un cielo azulísimo la Sierra de Guadarrama con las últimas nieves de la primavera madrileña. Más acá verdeaban los bosques de La Moncloa, escenario de tantos combates hace menos de ocho décadas. Dicen que aún es posible caminar entre los árboles y encontrar cascos de balas. Los alumnos aguardaban la llegada del "profesor venezolano", venido de un país que remotamente les sonaba por ser productor de petróleo y de las mujeres más bellas. Mi amigo me presentó con el protocolo usual, exagerando un poco mis méritos académicos, como debe ser. Después, antes de alejarse, se acercó a mi oído y me susurró: "Estás dando clase en el aula donde daba Ortega y Gasset. Dicen que aquí se le ocurrió lo del hombre y sus circunstancias". No tengo que explicar mi estupor y lo que me costó concentrarme para dar mi clase. Cuando terminé, me le acerqué y le reclamé con cariño: "no me lo vuelvas a hacer".
José Ortega y Gasset es uno de mis héroes filosóficos y autor de uno de los primeros libros de filosofía que leí allá por mi lejana adolescencia, La rebelión de las masas. Recuerdo que fue el primer número de una magnífica colección quincenal llamada "La Historia del Pensamiento", que compraba yo puntualmente en los quioscos de revista por la exorbitante suma de treinta y cinco bolívares, apartados de los cincuenta semanales que me daba mi padre para la merienda en el colegio. La rebelión de las masas es uno de los libros más incomprendidos del siglo XX y por supuesto yo tampoco entendí mucho aquella vez, pero de su lectura me quedó una enseñanza esencial: que el pensador, el humanista, tiene ante todo un compromiso con el aquí y el ahora. Que todo humanista tiene la responsabilidad fundamental de ejercer el pensamiento crítico con respecto del mundo y la sociedad que le rodea.
José Ortega y Gasset fue uno de esos pensadores valientes que se atrevieron a revisar profundamente su tiempo y su entorno, así no le gustara a algunos. Fue además un excelente ensayista, escritor capaz de elevar con sencillez la prosa castellana a la altura de sus ideas filosóficas, cosa nada fácil. En uno de sus primeros libros, las Meditaciones del Quijote (1914), formuló una frase contundente que quedó como resumen de toda su filosofía: "Yo soy yo y mi circunstancia. Si no la salvo a ella no me salvo yo". Esto significa que la conducta del hombre no está condicionada solamente por la propia voluntad, sino que hay una serie de factores externos que influyen en esta conducta. Ser uno y su circunstancia equivale a asumir la cantidad de factores históricos, culturales, materiales y también espirituales que condicionan la vida. Influencias no solo directas sino también indirectas, no solo inmediatas sino remotas, conocidas y desconocidas. Vivir, pues, consistirá en relacionarse e intercambiar activamente con el mundo que nos rodea, pero también con el que ya no está y que de alguna manera nos sigue influyendo, con nuestro pasado. Finalmente, estos factores varían dependiendo de la perspectiva desde donde los miremos, pues está claro que no nos influyen a todos de la misma manera. Es lo que Ortega llama el "perspectivismo". La realidad es distinta para cada quien, dependiendo desde donde la miremos. Y esto no es subjetivismo, pues cada quien descubre sus propios caminos para llegar o no a la verdad, que es igual para todos. Quizás en eso pensaba Ortega cuando veía desde aquel ventanal los cambiantes colores de la Sierra de Guadarrama, sus nieves que aparecen y desaparecen según la estación.
Hoy pienso que las ideas de Ortega pueden servirnos para entendernos un poco más en estos días inciertos y atribulados. ¿Por qué algunos huyen aterrorizados, dejando el país de sus padres y sus abuelos? ¿Por qué otros deciden quedarse, hacen planes, resisten y luchan? ¿Por qué unos cierran los ojos y pretenden que nada está pasando? ¿Por qué otros enferman y mueren? ¿Por qué es tan difícil encontrar el camino de la unión y la libertad? Un asunto, diría Nietzsche, demasiado humano.
1 comentario:
Excelente texto de Mariano Nava Contreras
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