Karl Popper mostró que la verdad no es
inamovible, es decir, logró enseñarnos que ésta se mantiene en pie hasta que
una nueva la hace tambalear. De ahí que en el ámbito del conocimiento cuanto
consideramos verdadero lo es por tiempo definido.
Según Popper, una verdad consiste entonces
en algo relativo, y mucho más en el plano ya no de las ciencias naturales sino
en el de lo social, donde el saber incrementa su condición resbaladiza. En La sociedad abierta y sus enemigos
Popper da en el blanco a propósito de la convivencia humana y las trampas que
se le presentan. Nada más peligroso, cuando de gobernar se trata, que aquellos
incapaces de entender lo que con tanta suspicacia vislumbró el filósofo
austríaco. Si quienes detentan el poder se creen ungidos por certezas infalibles
o por verdades incuestionables, entonces se está a un paso del acto de fe, del
caudillo iluminado, del personalismo más atroz, lo que llevará tarde o temprano
a dictaduras de todos los pelajes.
Es lo que ha ocurrido con la izquierda
recalcitrante, latinoamericana y universal, que como dijera el buen Petkoff,
“ni olvida ni aprende”. Aunque hablar de ellas hoy en día implica utilizar el
plural (¿acaso pertenecen Lula, Correa, Ortega, Kirchner, Lagos o Mujica al
mismo bando?), sabemos que una izquierda moderna termina por aceptar la
democracia, la alternancia en el poder, la
economía de mercado, dejando sólo para las gradas el desvencijado
sonsonete de sus disparates ideológicos. No existe otra manera que renovarse,
modernizarse, para al fin entender cómo generar riqueza y repartirla. Lo otro,
esquivar la democracia, es miseria y es atraso.
Hay que preguntarse lo siguiente: ¿por qué
la Revolución Cubana acabó siendo el parapeto destartalado que sin dudas es?
¿Por qué eso que dieron en llamar Socialismo del Siglo XXI se trocó en el
patético aquelarre de estos días? Varias razones responden, por supuesto, pero
una de las fundamentales es que fueron concebidos en función de una verdad única
escondida en la chistera. Fidel Castro, Hugo Chávez y el resto de la feligresía
(en realidad ambos han sido los jefes supremos de una religión) creyeron tener
a Dios agarrado por las barbas. Se sintieron poseedores de una certeza
inalterable.
Y claro, si quien llega al palacio de
gobierno jura que es el último refresquito de la comarca, lo lógico es que
pretenda imponer la visión y convicciones que le queman las entrañas. ¿Imponerlas
por las buenas?, sería maravilloso. ¿Imponerlas como sea?, ya entenderá el
pueblo, si alguna vez madura, que todo se hace por su bien. Más claro, señor
Popper, no canta un gallo.
Por mucho que la realidad les aplaste las
narices, hay pocas probabilidades de que un revolucionario convencido entre en
razón. Verbigracia: el desastre de la Venezuela actual. Con la inflación más
alta del mundo, los índices de escasez entre los más elevados del planeta, la
corrupción como jamás antes y la educación, la sanidad o la esperanza en un
futuro mejor por los suelos, lo cierto es que los responsables del descalabro
de las condiciones de vida en general siempre serán otros. La CÍA, el imperio,
la oligarquía, la guerra psicológica, los medios de comunicación o el invento
más risible de cuanta cabeza hierve por las fiebres no sudadas: la guerra
económica. En fin, no existe espacio para equivocarse: después de la
Revolución, sencillamente el diluvio.
El 6-D crea la posibilidad de plantarle cara
a tanta destrucción, con ánimo de detenerla. La realidad, los hechos, la
humillación cotidiana que sufre la gente en este país pulverizado, indica que
es urgente un cambio. Y el voto es el arma para lograrlo.
1 comentario:
Excelente texto, apreciado Roger. Cuando señalas que "...hay pocas probabilidades de que un revolucionario convencido entre en razón" se trata de toparse con los FANATISMOS. Lo que estamos viviendo es La BARBARIE en una de sus formas de mostrarse.
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