9/18/2016

Tercermundismo reloaded

    Uno cree que con los años cierto aprendizaje cala en las neuronas y los poros. Qué va. El tiempo no es garantía de avance en línea recta. Ya sabemos que andamos en zing zag, de banda en banda, con progresos, retrocesos y reinicios. Razón tenía Popper, la historia es una construcción humana, de seres como tú o como yo, sin determinismos que indiquen lo contrario. En fin.
    Sales a la calle, te sientas en el primer café que se enreda en tu camino. Marrón, tabaco, agua mineral, abres tu libro, lees, paras, alzas la mirada, ves pasar la vida desde la mesa veintidós. Cuando te dispones a pagar la tarjeta explota hecha confeti. “Está vencida, señor”  -ruge el camarero-. Hoy es 17-09-2016, en el plástico aparece 15-10-2018. Misterios del Tercer Mundo.
    Estamos mal por culpa de otros, cuenta la progresía cuyos dedos índices señalan al imperio, a la CÍA, a la oligarquía o a los escuálidos. Un iluminado es elemento clave, ente sobrenatural capaz de exorcizar perjuicios sembrando el Paraíso a la vuelta de la esquina. Si todo sale bien juran que la historia, con mayúsculas, está de nuestro lado camarada. Si las cosas terminan como siempre, o sea retorcidas, nada menos puedes esperar de la derecha. El tercermundismo sentado en la palma de una mano.
    Cuentas hasta cien, hasta doscientos, y en el ínterin descubres una verdad que aplasta como paquidermo. Respiras hondo, te dices que son gajes del oficio, palabras de alguien acogotado por fiebres no sudadas. ¿A cuál verdad me refiero?, “el salvajismo de unos no es jamás atenuante del salvajismo de otros”, escribe Savater. Le creo, le creo porque esa sentencia navega en aguas que conozco de pe a pa, es una idea que no caló en la lógica de esta revolución de pacotilla, desmentida a cada instante. Hay presos políticos, hay claras evidencias de abusos contra los derechos humanos, hay todo un expediente de afrentas contra quienes han pensado diferente en diecisiete años de absoluto poder sin control ni contrapesos. No tienen excusas, no tienen forma de tapar el sol con un dedo, las cosas no eran más siniestras en aquella imperfecta democracia, cuando la peste chavista aún no hacía acto de presencia. Somos otra vez una republiqueta bananera. Tercer Mundo por donde lo mires.
    Comienza el semestre en la universidad. Imparto mis clases, avanzamos, estudiamos lo que debemos estudiar. Debatimos, escudriñamos, criticamos, intentamos pensar. Hago exámenes, corrijo, califico al fin. El último día del seminario, luego de despedirnos, se acerca un estudiante, quiere conversar conmigo, desea que lo atienda en mi oficina. Con gusto, vamos a ver qué se te ofrece. Qué se le ofrece: ayuda, necesita ayuda. Pienso que pide otra oportunidad, pienso en alguna revisión de prueba o cosa parecida. No. La ayuda es tajante: su madre está enferma, perderá la beca, le urge un diez, “no puedo reprobar”. Tercermundismo al por mayor. Mínimo esfuerzo sin vergüenza alguna.
    El Presidente llama coño de madre a un político en televisión. El político no es un ángel del cielo ni por asomo. De hecho, no le tembló la lengua cierta vez para adornar a Chávez con idéntica oración. Está muy mal degradar a niveles de subsuelo el debate cívico, está requetemal insultar porque yo soy guapo y tú un mequetrefe subnormal, es deplorable que algún ciudadano utilice cierto lenguaje de albañal para agredir, por ejemplo, a Nicolás Maduro, pero resulta inaceptable, imperdonable, que éste manche la investidura que para bien o para mal ostenta (sí, estamos de acuerdo: para mal) irrespetando al país con expresiones dignas de las cloacas. Tercer Mundo saliéndose hasta por los poros.
    (Retomo la escritura tres horas después del punto y aparte anterior. Un apagón desbarató lo que hacía). Entro al consultorio, luego de media tarde a la espera tomo asiento frente al tipo de la bata blanca. Lee sus notas, se acomoda los anteojos mientras juega con su barba. “Señor Pérez”  -dice-  ¿cómo le ha ido con los antibióticos? ¿Ya no sale pus? Que yo sepa no soy el señor Pérez ni me la paso por ahí chorreando esa cosa amarillenta. Repite que sí, que debo ser el señor Pérez, que ahí puede verlo, vivito y coleando en la ficha, en el expediente, en el click de su computadora. Insisto en que el buen Pérez debe andar con su pus por otra parte, que me llamo Roger, que su ficha y su expediente me importan un pepino y que por fortuna aún guardo plena conciencia de mí. Termina rendido ante las evidencias, “claro, claro, no es usted el señor Pérez ni nada que se le parezca. Suponga que ha venido por primera vez y comencemos de nuevo”. No existo, soy borrón y cuenta nueva, olvido personificado, irresponsable y sin disculpas. El Tercer Mundo sentado sobre mí.
    En este país, como en cualquiera, la historia es una fragua humana. Ni Marx ni científicos sociales ni demás fantasías por el estilo. Como decía al principio, en ocasiones vamos en zigzag, por los costados o en reversa, pero siempre en función de lo que hagamos, de nuestras formas de comportamiento en sociedad. Del tercero al Quinto Mundo, es lo que pinta en estos días el horizonte. Para allá vamos.

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